La vida de hoy no es la que imaginábamos apenas hace unos años; nuestros hijos, parte de la generación mejor formada de nuestra historia, tienen perspectivas peores de las que soñamos para ellos y sus mejores oportunidades se les presentan más allá de nuestras fronteras, como sucedía en los años 50 y 60; nuestros sueldos se han reducido, nuestras pensiones no están garantizadas, los recortes nos asolan, nuestros políticos son identificados como parte del problema de nuestra sociedad debido a la corrupción y la ingente deuda pública acumulada. Pero pese a todo nos aferramos a nuestro día a día, empapándonos de vida, cada mañana vuelve a amanecer y regeneramos nuestras ilusiones. El ser humano tiene una capacidad ilimitada de superar las peores condiciones y agarrarse a la esperanza. Nuestro mundo es peor que el de ayer, pero aun así queremos permanecer en él. Lo explica bien el premio Nobel de literatura Imre Kertész, internado en un campo de concentración de la Alemania nazi a los 15 años, en su conocida frase: "Yo quería vivir todavía en aquel bonito campo de concentración de Auschwitz". De alguna manera, estamos prisioneros en un singular encierro, no físico, pero si lleno de límites y condicionantes para nuestras vidas, pero mientras nos liberamos de sus cadenas, nos aferramos a las cosas bellas de cada día y a nuestra desbordante capacidad de vivir. Adelante, hay vida a pesar de la crisis.
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