En relación al artículo La pena del imputado publicado el pasado domingo, ciertamente la imputación deviene un veredicto por parte de la sociedad. Es la versión siglo XXI de las condenas y escarnios en la plaza pública que congregaban a los ciudadanos hace unos cientos de años. Era cuando la justicia se impartía en la calle para contentar el hambre mediante la revancha que llenaba falsamente los estómagos con las bajas pasiones. Hoy, la sociedad no confía en la justicia. Se percibe la justicia como una maquinaria extremadamente lenta que los poderosos pueden burlar con el apoyo de prestigiosos abogados. ¿Qué le queda a la sociedad? Cebarse en la imputación, porque después ya se sabe que pasará el tiempo y en muchos casos todo quedará en la nada. Este comportamiento no es el más sensato, pero cuando la sociedad cree que la justicia no es igual para todos y, además, sufre el acoso de graves dificultades en su día a día, hacer de la imputación un veredicto de culpabilidad es una reacción visceral casi inevitable. Una vez este temporal haya amainado, ojalá llegue la hora de la justicia real a los tribunales y a la sociedad. Desgraciadamente, dudo de que este presagio se cumpla.
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