La entrevista al expresidente Aznar en Antena 3 mostró con toda su dureza una enfermedad que persigue a la humanidad desde sus inicios: el alzhéimer del ególatra. Quien la padece olvida cualquier tacha en su currículo y la autocrítica, hasta el extremo de poco menos que postular la propia canonización. Aznar la padece. Olvidó que fue él quien mantenía contactos contractuales con Correa, y se marchó sin aclarar si había permitido sobresueldos. Olvidó que no luchó contra la corrupción del caso Naseiro y que amparó a Trillo para que torpedeara el proceso judicial, como ha tratado de hacer ahora con la Gürtel-Bárcenas. Olvidó también que Berlusconi era un gran amigo suyo cuando la justicia italiana ya le perseguía. Olvidó la foto de las Azores y que hablaba catalán en la intimidad; la Constitución le importó más bien poco cuando necesitó el apoyo parlamentario de CiU y el PNV. Olvidó los delitos que le imputan a su buen amigo Miguel Blesa, por él situado en Caja Madrid. Olvidó que fue él quien tuvo de gerente a Bárcenas y quien designó a Rajoy. Olvidó sus mentiras sobre el 11-M y la presión diplomática y mediática que ejerció para sustentarlas. Y, sobre todo, olvidó que fue su política económica, fundamentada en la ley del suelo de 1998, la que provocó la burbuja inmobiliaria que tanto negaron y que nos ha estallado en la cara. No me gustaría que una persona que padece el alzhéimer del ególatra tenga responsabilidad política. Y mucho menos si es uno de los responsables políticos de la situación actual.
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