Viernes, 16 de mayo del 2014 Salvador Isern (L'Escala)

El modelo a seguir por la futura Europa es el alemán. Así, una federación de regiones y un gobierno central en Bruselas gestionaría lo que nos es común (fiscalidad, seguridad, moneda, solidaridad interterritorial, política agraria y energética, proyectos estructurales, grandes infraestructuras). De ser así, el camino de la Unión toparía con una competencia directa: los grandes estados centralizados que gestionan lo mismo que Europa pretende gestionar.

Se intuye, y por eso los actuales movimientos secesionistas no son caprichos sentimentales o un retroceso, como dicen algunos. Nadie duda de que Catalunya, el País Vasco, Flandes, Escocia, Lombardía, Normandía, Bretaña, Veneto y Baviera son sociedades pragmáticas, realistas e involucradas en la globalización y en la Unión Europea. Lo que están reclamando estos antiguos pueblos es que los grandes estados, que actualmente y en buena parte no son otra cosa que inventos administrativos ya caducos, tiendan a desaparecer (administrativamente hablando) y sean sustituidos por gobiernos regionales federados que gestionen los asuntos de proximidad: sanidad, residuos, infraestructuras, recaudación, asistencia social, lengua, cultura, educación.

España es un ejemplo de esta contradicción. Por tanto, si Catalunya quiere conseguir sus legítimas reivindicaciones, las llamadas «libertades históricas», debería hacer hincapié en este hecho, lograr el apoyo necesario para agilizar esta lógica y hacer que el Estado español desaparezca progresivamente al tiempo que Europa se concreta como gran federación de regiones-estado. Los ejemplos de Holanda, Finlandia, Suecia, Dinamarca, Noruega, Islandia, Luxemburgo así como la realidad local de los EEUU (54 estados) indican que la gestión de asuntos de proximidad es más competente en estados pequeños.

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