Salud y cambio global (7): El peligro del mercurio y los pescados que debemos comer menos

Salud y cambio global (7): El peligro del mercurio y los pescados que debemos comer menos

Salud y cambio global (7): El peligro del mercurio y los pescados que debemos comer menos

Por qué confiar en El PeriódicoPor qué confiar en El Periódico Por qué confiar en El Periódico

En 1956, en la pequeña ciudad japonesa de Minamata centenares de personas empezaron a mostrar síntomas de una extraña enfermedad neurológica, con grave descoordinación motora, pérdida de vista y oído y alteraciones táctiles.

En poco tiempo su deterioro físico se incrementó.

Alrededor de 3.000 personas (el 10% de los habitantes de la ciudad) enfermaron gravemente. Poco después empezaron a morir por docenas. También enfermaron los perros y gatos de las familias afectadas.

El reportero estadounidense W Eugene Smith se desplazó a la zona. Sus fotografías conmocionaron al mundo.

El «mercurio asesino» de Minamata

Los afectados tenían un vínculo común: todos ellos comían a menudo pescado y marisco. Ahí estaba el problema.

En la bahía de Minamata una próspera pesquería local abasteció durante siglos a la población. Con el rápido desarrollo industrial japonés la corporación Chisso construyó en Minamata una planta petroquímica.

Chisso empezó a verter sulfato y cloruro de mercurio en la bahía. Solo fueron 81 toneladas. Las podían haber cargado en 4 camiones y haberlas llevado a reprocesar, pero les resultó más barato tirarlo al mar directamente.

Rápidamente el mercurio empezó a acumularse en los organismos marinos de la zona. Se concentró principalmente en los grandes peces pelágicos (atunes, emperadores, cazones…) en lo alto de la cadena trófica marina.

Quienes comieron más cantidad de estos peces enfermaron. Muchos murieron. Los demás quedaron seriamente incapacitados.

La historia se convirtió entonces en un gran reportaje de la revista LIFE, que le dio relevancia mundial con unas impresionantes fotos, y hoy es una película interpretada por Jony Deep.

Mercurio: un tóxico de los más peligrosos

El mercurio es un potente tóxico. Incluso la exposición a muy pequeñas cantidades puede causar graves problemas de salud, resultando extremadamente peligroso durante el desarrollo intrauterino, así como en los primeros años de vida.

Su acumulación causa graves trastornos en el sistema nervioso central y periférico, en el aparato digestivo, en los pulmones, en los riñones, en la piel y en el sistema inmunitario que a menudo producen una incapacitación severa y en muchos casos la muerte.

Hasta tal punto el mercurio es peligroso que la OMS lo considera uno de los diez contaminantes químicos que plantean mayores problemas para la salud pública.

La toxicidad por mercurio se conoce desde antiguo. Los romanos ya sabían que el mercurio era un potente tóxico, pues habían observado que los esclavos que trabajaban con mercurio en la minería del oro desarrollaban graves síntomas neurológicos que les llevaban a la muerte.

Pese a ello los seres humanos llevamos décadas contaminando con mercurio la biosfera.

¿Dónde hay mercurio?

Utilizamos mercurio en innumerables aplicaciones (pinturas, pilas, lámparas fluorescentes y de bajo consumo, aparatos electrónicos, termómetros…), en diversos procesos industriales y petroquímicos, en la minería de plata y oro, etc.

Al final el mercurio termina en vertederos con poco control y se disemina por el ambiente. La quema de combustibles fósiles también libera grandes cantidades de mercurio.

Un estudio con el hielo acumulado en el monte Logan, en el territorio silvestre del Yukon (Canadá), ilustra perfectamente esta situación.

Es la montaña más alta de Canadá y con sus 5.340 metros de altura sobre el nivel del mar, en el monte Logan encontramos hielo bien conservado que se formó muchos siglos atrás.

Se midió con precisión la cantidad de mercurio existente en los depósitos hielo que se formaron entre el año 1400 y el final del siglo XX.

Y se comprobó que el mercurio empezó a aparecer en gran cantidad a partir de 1940, y fue incrementándose enormemente de año en año.

Ya ha contaminado todo el planeta

El mercurio aparece en la naturaleza en 3 formas principales:

– El mercurio metálico (Hg 0) que es volátil y contamina la atmósfera.

– El mercurio inorgánico (Hg + y Hg ++) que contamina los suelos.

– El mercurio orgánico (principalmente en forma de metilmercurio (CH3 Hg+) y dimetilmercurio ((CH3) 2Hg+) que contamina el agua.

Pero al final buena parte del mercurio termina arrastrado al mar donde los microorganismos lo transforman en mercurio orgánico que se va acumulando progresivamente a lo largo de la cadena trófica.

Hoy en día el mercurio de origen antropogénico ya ha contaminado todo el planeta, alcanzando incluso los lugares más remotos.

De este modo todos los seres humanos que poblamos la Tierra estamos más o menos expuestos a él.

Algunos sufren exposiciones agudas en actividades industriales o mineras. Otros sufrimos exposiciones crónicas a distintas dosis dependiendo de dónde vivamos, de nuestro estilo de vida y de nuestra alimentación.

¿Podemos hacer algo?

Numerosos países han desarrollado normativas para limitar la contaminación por mercurio. Sin embargo hemos llegado demasiado tarde y la presencia de mercurio como un contaminante ubicuo se mantendrá durante décadas.

Ante este panorama surge la pregunta de si podemos hacer algo para reducir la cantidad de mercurio que entra en nuestro cuerpo.

Claro que podemos. Todos los que comemos pescado ingerimos ciertas dosis de mercurio. El consumo masivo de pescado resulta peligroso.

Una serie de estudios sobre poblaciones que dependen de la pesca de subsistencia para su alimentación en diversos países del mundo (Brasil, Colombia, China, Canadá y Groenlandia) demostraron que alrededor del 1,7% de esos niños muestran un significativo deterioro cognitivo así como otros problemas neuronales como consecuencia de los niveles de mercurio presentes en su dieta de pescado.

Pero no todos los peces aportan la misma cantidad de mercurio.

¿Qué peces tienen más mercurio y deberíamos comer menos?

El atún rojo resulta especialmente peligroso. Aunque su consumo esté tan de moda actualmente, no debemos olvidar que para las mujeres embarazadas y los niños pequeños es un riesgo que no deberíamos asumir.

Y aunque los adultos, con el sistema nervioso ya desarrollado, resistimos mucho mejor que los embriones y los niños de corta edad, la contaminación por mercurio también nos afecta. Solo deberíamos comer atún rojo muy de vez en cuando.

Así mismo otros grandes peces pelágicos como los peces espada (emperador) y las distintas especies de tiburones (cazones, marrajos, mielgas…) también presentan niveles de mercurio muy elevados. Solo deberíamos consumirlos eventualmente. Lo mismo pasa en las aguas dulces con los lucios.

Otros muchos peces como meros, merluzas y bonitos presentan niveles intermedios de contaminación. Y no conviene abusar de ellos.

Por el contrario peces como sardinas, abadejos, lenguados y gallos presentan bajos niveles de mercurio.

Un problema que está empeorando

Conviene cuidarnos porque el problema de la contaminación por mercurio está empeorando.

Una reciente investigación publicada en la revista Nature, demuestra que con el calentamiento global los niveles de mercurio en pescados y mariscos están creciendo rápidamente.

La explicación es sencilla. El aumento de las temperaturas del agua del mar incrementa significativamente el metabolismo del marisco y de los peces más pequeños (que están a la misma temperatura del agua). Como resultado peces y mariscos comen una mayor cantidad de plancton.

En la base de la cadena alimentaria el plancton es el primer componente que absorbe mercurio.

Si los peces y mariscos comen más plancton acumulan más mercurio. Y a medida que los peces más grandes se comen a los chicos el mercurio se va concentrando cada vez más en su interior.

Sin duda comer pescado es excelente para nuestra salud. Pero debemos tener el cuidado de elegir las especies con menos mercurio.

Cuidémonos de comer mucho atún, emperador o cazón.