¿Sabes que la pésima gestión de los políticos con el coronavirus tiene una explicación científica?

Ya se ha superado el millón de muertos por Covid-19 en todo el mundo. Estados Unidos, Brasil y la India son los campeones de esta macabra estadística. Pero el número de muertos por cada 100.

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Ya se ha superado el millón de muertos por Covid-19 en todo el mundo.

Estados Unidos, Brasil y la India son los campeones de esta macabra estadística. Pero el número de muertos por cada 100.000 habitantes deja en muy mal lugar a numerosos países sudamericanos (Perú, Bolivia, Brasil, Chile, Ecuador), europeos (Bélgica, España, Reino Unido, Italia, Suecia) y a Estados Unidos.

Bélgica, la Sede de la Comisión Europea, es el segundo país del mundo con peores cifras: con solo 11 millones y medio de habitantes, tuvo más de 10.000 muertos.

España, con 46,94 millones de habitantes tuvo 32.000 muertos según la cifra oficial, lo que lo sitúa en el sexto lugar del mundo con más muertos por coronavirus, tal y como queda recogido en los datos de la Johns Hopkins University, hechos públicos el pasado miércoles 30 de septiembre.

GRAFICO

Sin embargo, si en España contabilizásemos en vez de las cifras oficiales el dato del exceso de mortalidad, nos iríamos por encima de los 50.000 muertos y nos colocaríamos a la cabeza mundial en número de muertos. Seríamos el peor país del mundo en la más triste estadística de este siglo.

Pero pasemos al extremo contrario:

Entre los que lo han hecho bien encontramos países como Taiwán, Vietnam o Nueva Zelanda, donde la cifra total de muertos es extraordinariamente baja. Las comparaciones resultan desoladoras: Taiwán, con una población el doble de la belga solo tuvo 7 muertos. Y Vietnam, con más del doble de población que España solo tuvo 35 muertos.

Entre los países que han tenido éxito en controlar la pandemia y los que no, hay una gran diferencia. Quienes consiguieron controlar la Covid-19 hicieron caso de la evidencia científica. Fueron y son los países en los que no primaron otros intereses.

Algunos de los que están gestionando bien la Covid-19, como Corea del Sur o Nueva Zelanda, tienen abundantes recursos y elevados niveles de vida. Por el contrario, en otros países como Vietnam los recursos son escasos y su nivel de vida no es alto. Pero, con una gestión igualmente basada en la ciencia, consiguieron que el efecto de la pandemia fuese insignificante.

Los países que lo hicieron bien siguen criterios científicos rigurosos que priman la salud por encima de la economía o la política. Consiguieron controlar la pandemia en pocas semanas y lograron además que sus economías se resintiesen muchísimo menos que los países que plantearon el dilema salud-economía.

Desafortunadamente la terca realidad de unos datos epidemiológicos catastróficos demuestra que, en la gestión de la Covid-19 nuestro país fue de los que no lo hicieron bien. Nada bien. Tomemos la estadística que tomemos.

«En salud ustedes mandan, pero no saben»

Recientemente un grupo expertos en salud pública propuso que una comisión de técnicos independiente analizase la gestión de la pandemia de la Covid-19 en España. La iniciativa no pretende buscar culpables, sino aprender y averiguar cómo mejorar la gestión de la pandemia, estudiando aciertos y errores.

Ante la evidencia de que la Covid-19 todavía va a estar entre nosotros bastante tiempo, todo lo que ayude a mejorar la eficacia de la gestión debería ser bienvenido. Porque evitará muertes y mucho sufrimiento.

Por eso 55 sociedades médicas y científicas que representan a 170.000 profesionales sanitarios (al menos 1 de cada 5) han lanzado un manifiesto dirigido al Presidente del Gobierno, a los 17 Presidentes de las comunidades autónomas y a los políticos en general con el inquietante título «En salud, ustedes mandan pero no saben».

Contienen un decálogo de recomendaciones cuyo primer punto lo dice todo:

- «Acepten, de una vez, que para enfrentarse a esta pandemia las decisiones dominantes deben basarse en la mejor evidencia científica disponible, desligada por completo del continuo enfrentamiento político».

'The Lancet' denuncia

Por si esto fuera poco, tras analizar las políticas de salud de diversos países, la revista científica The Lancet, probablemente la publicación médica más prestigiosa y relevante junto con New England Journal of Medicine, concluye que los españoles hemos gestionado muy mal la pandemia.

Considera The Lancet que:

- Hemos fallado a la hora de tener un conocimiento preciso del estado de la infección.

- Hemos fallado por no tener una capacidad de salud pública adecuada.

- Hemos fallado por no hacer test suficientes.

- Hemos fallado por no establecer controles fronterizos eficaces.

- Hemos fallado por no montar un sistema de rastreo funcional.

- Hemos fallado por no organizar un control sobre los aislamientos y cuarentenas.

- Hemos fallado por muchas, demasiadas cosas.

La nuestra, la española, ha sido y está siendo un fracaso de gestión en toda regla, en el que están implicados políticos de todo el espectro de partidos.

No fuimos los únicos en mala gestión. Desde los belgas a los británicos, desde Perú a Estados Unidos, muchos países europeos y americanos gestionaron catastróficamente la pandemia. Pero eso no debería ser un consuelo. Y según qué datos manejemos podríamos ser lo peor de lo peor.

The Lancet también concluye que esta pésima gestión contrasta con la de una serie de países del entorno del Pacífico que han gestionado la pandemia siguiendo criterios científicos, lo que se tradujo en sus excelentes cifras de contagiados y de muertos.

The Lancet es radical explicando que no se va a poder volver a la normalidad pre-pandémica y que cuanto antes aprendamos a gestionar la Covid-19 mejor nos irá.

España, ni aprende ni cambia

Pero mientras The Lancet advierte que la tardanza en tomar medidas es suicida, seguimos asistimos en nuestro país a una extraordinaria lentitud para tomar unas medidas demasiado laxas.

Ante el preocupante incremento de contagios que se está produciendo actualmente, hubiese sido deseable que nuestros políticos presentasen un frente unido en la lucha contra la pandemia, máxime cuando la rapidez en la toma de medidas como el confinamiento, las restricciones a la movilidad, la limitación los contactos, la distancia de seguridad, la detección y aislamiento de los infectados y la obligatoriedad del uso de mascarillas resultan esenciales para controlar la pandemia.

Hay consenso científico en que muchas de las medidas que están tomando los políticos son un absoluto disparate. Por ejemplo, se cierran parques y se mantienen abiertos los bares, cuando la probabilidad de contagiarse de Covid-19 en un bar es 20 veces superior a la de contagiarse en un parque.

Peor aún, la falta de rapidez en tomar decisiones es letal. Mientras tenga un elevado número de personas a las que puede infectar, el SARS-CoV-2 tiene la capacidad de crecer exponencialmente.

La ciencia también puede explicar el desastre de los políticos

La ciencia es una poderosa herramienta de generar conocimiento. Las matemáticas de la teoría de juegos pueden incluso explicar por qué nuestros políticos están gestionando tan mal. Incluso es posible que sea la fuente en la que inspiren sus actuaciones.

Hace 50 años John Maynard Smith, uno de los más importantes biólogos evolutivos de la historia, empezó a aplicar la teoría de juego al estudio de las conductas de animales y de humanos.

De sus estudios se derivaron rigurosos modelos matemáticos demostrando que, para conseguir el máximo beneficio colectivo a la hora de gestionar un grave problema, debe haber el máximo consenso entre las distintas opciones políticas que se reparten la gestión. Y si no hay acuerdo en más del 38% de las veces, es imposible lograr el mayor beneficio colectivo.

Desafortunadamente estos modelos también demuestran que mantener los máximos niveles de confrontación con las opciones rivales -utilizando cualquier medio para descalificar al adversario- resulta ser la mejor estrategia a nivel individual para un político.

En concreto, si un político desea medrar individualmente, debe atacar al menos en el 61.54% de las veces a los planteamientos de su rival, aunque sepa de que son ciertos.

De esta manera el interés individual de un político asegura que, en la mayoría de los casos, no tomará la decisión adecuada, incluso a sabiendas, ya que el bien de la colectividad entra en contradicción con su propio beneficio. Para nuestro bien Ayuso o Sánchez deberían cooperar. Para el suyo, no.

Parece evidente que la mejor alternativa a que los políticos tomen las decisiones en asuntos tan graves como la Covid-19 basándose en gran parte en su propio beneficio, sería dejar que los técnicos más cualificados tomen estas resoluciones en base a la evidencia científica.

Pero de nuevo la teoría de juegos nos echa un jarro de agua fría.

La mejor estrategia, a nivel individual, para un político es nombrar una comisión técnica de 13 personas, 5 de las cuales deben ser buenos profesionales y los 8 restantes paniaguados de total confianza que defiendan a pies juntillas lo que el político quiere escuchar.

La teoría de juegos también explica por que los técnicos se prestan a esto: hay más puestos para técnicos paniaguados que para técnicos competentes (8 por cada 5 respectivamente). Y para maximizar su beneficio personal un técnico paniaguado debe decir lo que el político quiere escuchar alrededor del 70% de las veces.

Se genera así un tipo de técnico peculiar del que Fernando Simón es arquetipo: tras una carrera profesional mediocre llegan a ocupar un puesto muy superior al de su cualificación por la decisión, a dedo, de un político. Su falta de cualificación asegura que solo podría mantenerse en el cargo siguiendo la «estrategia del paniaguado».

Una serie de avances en este siglo de la teoría de juegos, muchos de ellos debidos al catedrático de Harvard Martin Nowak, también predice en qué casos esta estrategia de políticos no-cooperadores y técnicos paniaguados deja de ganar. Solo ocurre esto en las sociedades donde la reputación técnica tiene un gran peso.

Durante la última década ha habido alarmantes advertencias sobre el rápido declinar de la ciencia en las sociedades norteamericanas y europeas. La ciencia está perdiendo, a marchas forzadas, su prestigio social.

Decaen los alumnos que quieren estudiar carreras de ciencias, de ciencias de la salud o ingenierías. Decae el prestigio social de la ciencia. Aumentan los componentes ideológicos. Predomina el llamado «pensamiento único» que da tintes de verdad revelada a las ideologías financieras neoliberales. Un ejemplo de hacia donde vamos: sin necesidad de estudios, los empleos en el sector del ocio y el turismo están mejor pagados que la enfermería.

Por el contrario, numerosos indicadores sociales explican que, en un amplio espectro de países asiáticos (Taiwán, Corea del Sur, Nueva Zelanda...), el prestigio social de la ciencia es creciente y mucho mayor del que tiene hoy en día en Occidente. En estos países, los técnicos suelen tener un papel más relevante en la toma de decisiones. Las ideologías pesan menos.

No es de extrañar que sean estos países quienes hayan conseguido gestionar bien la Covid-19. porque solo hay una forma de hacerlo bien: ciencia, ciencia, ciencia.