Algunos consejos de comportamiento para prevenir el coronavirus y otras enfermedades

A lo mejor no es el artículo más 'agradable' que ha leído, pero es necesario que comprendamos, aprendamos e interioricemos lecciones de la vida habitual que nos pueden ayudar a prevenir el coronavirus...

Algunos consejos de comportamiento para prevenir el coronavirus y otras enfermedades

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A lo mejor no es el artículo más 'agradable' que ha leído, pero es necesario que comprendamos, aprendamos e interioricemos lecciones de la vida habitual que nos pueden ayudar a prevenir el coronavirus... y muchas otras enfermedades que no han dejado de existir, aunque casi no hablamos de ellas.

Si alguna de estas líneas que hemos intentado suavizar sin engañar, le da un poquito de asco, no deje por eso de leer. Porque a lo mejor eso le ayuda a cambiar algunos hábitos y correr menos riesgos de contagio, que es lo que pretendemos con este descriptivo artículo.

Algunas conductas del pasado nos resultan, en extremo, repulsivas.

Imagina que retrocedes 2.000 años en el tiempo, llegas hasta una ciudad del Imperio Romano y sientes necesidad de hacer «aguas mayores».

Existían retretes públicos sin ninguna intimidad. Largas filas de asientos semejantes a los actuales WC, donde las heces caían a una corriente de agua constante que se las llevaba lejos de la ciudad. Un extraordinario ejemplo de la gran capacidad de los romanos para la ingeniería de saneamientos. La gente acudía a esos baños y es de suponer que charlaban animadamente mientras tanto.

Terminado el asunto había esponjas, atadas a un palito, para limpiarse. Uno cogía la esponja y se limpiaba. Luego volvía a dejarla en la pequeña repisa donde se la encontró. Se supone que antes la lavaba bien. Porque esas esponjas eran públicas y se compartían por los distintos usuarios del servicio.

Sin duda, hoy en día nadie se limpiaría con una esponja que antes usaron muchos otros.

Hemos avanzado mucho desde entonces.

En la actualidad nos encerramos aislados en un baño individual. Al terminar nos limpiamos con papel. Y tiramos de la cadena. El agua sale a gran velocidad de una cisterna y se lleva los residuos. Un ejemplo magnífico de saneamiento.

Pero las estadísticas indican que la mayoría de la gente no baja la tapa del retrete mientras tira de la cadena.

El agua de la cisterna, bajando tan rápido, produce un potente espray. Millones de gotas se liberan. Tienen mucha energía y alcanzan una altura considerable. Mientras tanto respiramos. Sin darnos cuenta inhalamos millares de esas gotitas.

Lo malo es que no solo son agua. Se ha comprobado que muchas de ellas arrastran pequeños fragmentos de materia fecal. Dicho claramente: cuando tiramos de la cadena sin bajar la tapa metemos en nuestro sistema respiratorio diminutos trozos de heces.

En muchas ocasiones no somos los únicos en usar el baño. ¿Cuántos utilizan el WC del bar donde toman cervezas, o los baños de un lugar público como un colegio o una universidad o el puesto de trabajo? No suelen estar tan higiénicamente limpios como para que no respiremos materias fecales de otros.

Pero no solo usamos los WC para «hacer aguas mayores». También orinamos. Y a los hombres nos gusta orinar de pie. Nuestro chorro también produce un potente espray que genera millones de microgotas de orina que respiramos sin darnos cuenta.

En fin, no sigamos por ahí. Pero vale la pena recordar que las heces contienen infinidad de bacterias, mientras que la orina no.

La pandemia de la Covid-19 nos está haciendo ser más conscientes de los muchos comportamientos antihigiénicos en los que caemos a diario y en los que nunca antes habíamos reparado.

Nos gusta apiñarnos en los bares. Disfrutamos de su bullicio. Hay mucho ruido de fondo. Todos hablamos al mismo tiempo. Y hablamos alto, para hacernos oír. Nos gusta que el barman sea simpático y dicharachero. Nos alegra con sus comentarios, sus chistes o sus cotilleos. Discutimos de futbol o política. Da igual, lo importante es hablar. Y las más de las veces, alzamos la voz.

Cuando hablamos, generamos millares de gotitas de saliva. Y mientras más alto hablamos, más gotitas generamos.

Las más grandes caen rápido. Alcanzan nuestras cervezas, nuestros vinos, nuestros refrescos... Recubren las tapas y los platos de comida. Tanto que en la barra de un bar concurrido y sin mascarillas (como era antes, y todavía es hoy en muchos lugares) todo se espolvorea con una fina capa de saliva de camareros y clientes, que ya se puede imaginar dónde acaban. Y que están allí, aunque usted no las vea volar ni depositarse.

Las gotitas más pequeñas no caen tan cerca, y permanecen flotando en el ambiente.

¿Y qué ocurre con ellas? Pues que es bastante común que al mantenerse en el aire acabemos respirándolas. Porque cuando fuera hace un tiempo desapacible, el interior del bar resulta un lugar cálido y agradable. Echamos la bronca a quien se deja la puerta abierta. Lo mismo cuando aprieta el calor y nos refugiamos en la frescura de su interior.

En consecuencia, no se ventila lo suficiente. Las gotitas de saliva no pueden salir. Se mantienen un tiempo flotando... hasta que acabamos respirándolas.

El doctor Cristian Drosten, principal responsable de la lucha contra la Covid-19 en Alemania y uno de los que más acertadamente está gestionado la pandemia en el mundo ha sido muy claro. Para no contagiarse del coronavirus asegura que él nunca entra en el interior de un restaurante o un bar. No deja de ir a ellos, pero siempre fuera, en una terraza bien ventilada y con poca gente.

Los bares, restaurantes, discotecas y demás locales semejantes han sido desgraciadamente claves en la propagación de la Covid-19. Como las fiestas en las casas y cualquier actividad que suponga reunión de muchas personas, ruido, cercanía...

Son lugares en los que compartimos mucho más que las cervezas, vinos, tapas, raciones, carcajadas, conversaciones en alta voz o bailes. Dentro de ellos mantenemos mucha más intimidad con las demás personas de la que nos imaginamos.

Si hay suerte no pasa nada. Pero a menudo si pasa. Y el momento no es para hacer oídos sordos, por mucho que nos pese a todos.

No nos olvidemos.