La Barcelona que cambió con los Juegos Olímpicos

Década 1980

Barcelona se resiente de la crisis del petróleo, la tensión política de la Transición y los conflictos sociales.

Inexistente para el turismo, la Rambla es canalla de noche y familiar de día. En las esferas políticas se busca un revulsivo para transformar la ciudad.

La opción es optar a la organización de los Juegos Olímpicos de 1992. Barcelona es poco conocida, pero cuenta con un aliado clave.

Tres días antes de la inauguración de los juegos de Moscú, en 1980...

... el barcelonés Juan Antonio Samaranch es elegido presidente del Comité Olímpico Internacional.

Los barceloneses se vuelcan en la candidatura olímpica: 60.000 personas se preinscriben como voluntarios. El entusiasmo ciudadano se convierte en su mayor baza.

El 17 de octubre de 1986 la ciudad consigue el proyecto ilusionante que necesitaba.

Pasqual Maragall, alcalde desde hace tres años, lidera el Comité Organizador Barcelona’92 y la transformación urbana.

El arquitecto Oriol Bohigas idea el cambio urbanístico. La ciudad se pone patas arriba en una remodelación sin precedentes.

Más de 400 contratistas intervienen en una monumental reforma, que aprovecha para lucir fachadas y calles.

Montjuïc aloja el anillo olímpico, con el Palau Sant Jordi, la Torre Calatrava, las piscinas Picornell y un remodelado Estadi Olímpic.

El 8 de septiembre de 1989 se estrena el estadio con la Copa del Mundo de atletismo.

Hace aguas. Hay goteras por una tormenta y pitada al Rey. Al consenso preolímpico entre Gobierno, Generalitat y Ayuntamiento le salen grietas.

Las diferencias se resuelven con la creación de una comisión del gobierno para la supervisión del proyecto.

Si en las altas esferas hay tensiones, tampoco faltan en la calle.

El entusiasmo colectivo de los barceloneses convive con la crítica vecinal en los barrios afectados por las obras.

El paso de la ronda de Dalt por Vall d’Hebron transforma la vida de sus vecinos para siempre.

Otra zona de cambio radical es el litoral. La ciudad gana 2 kilómetros de playa.

La operación acaba con los populares chiringuitos de la Barceloneta.

En la remodelación urbanística se eliminan los barrios de barracas que aún quedan.

Es el caso de la Perona. No tiene sitio en una ciudad que quiere proyectarse a la modernidad.

Aparece un nuevo barrio, la Vila Olímpica.

Maragall quiere construir más hoteles y llevar el metro hasta la montaña de Montjuïc.

La Generalitat descarta el metro y concede ocho nuevos hoteles, entre ellos el Arts, y el Juan Carlos I, en la Diagonal.

La ciudad se prepara a fondo. El mundo lo ignora hasta que el diario más influyente de EEUU, The New York Times, lo explica. Halaga la complicidad de la ciudad por sus Juegos.

Todo está a punto para la cita olímpica. El día de la inauguración los ojos de millones de personas se fijan en Barcelona.

La ciudad culmina una ilusión compartida.

Una proyección internacional cuyo impacto llega hasta el presente.