Novedad editorial
La Pedrera reescribe su biografía con fotos inéditas y, de paso, retrata el carácter veleta de Barcelona
La Sagrada Família supera ya por 138 centímetros al Dedo de Dios de Ulm, el campanario más alto del mundo desde 1890

La Pedrera, en mitad del Example, la mayor 'escultura' de la ciudad / PERE VIVAS

Fue primero, durante su construcción y estreno, ridiculizada. Después, desdeñada. Cuando por fin fue reivindicada como una obra maestra, sucedió primero, sobre todo, en el extranjero, y a pesar de ese reconocimiento no se quitó de encima durante 30 años más su imagen marchita, pues hasta fue el techo que cobijó un bingo, una pensión y un mercadillo de baratijas. La Casa Milà es un caso quizá único, pues en la primera década del siglo XX le pusieron un mote despectivo, La Pedrera, y con el paso del tiempo, desafiante, lo ha convertido en un motivo de orgullo, hasta el punto de que acaba de llegar a las librerías y con ese sobrenombre una nueva y reveladora ‘biografía’ de la que para muchos es la cima creativa de Antoni Gaudí, como mínimo si de arquitectura civil se trata. La menorquina Triangle Books se sumergió antes de la pandemia en la reescritura de la historia de la Casa Milà y la espera, más de seis años, ha merecido la pena, pues no solo han rescatado magníficos textos traspapelados sobre esta finca el número 92 del paseo de Gràcia (¿alguien recordaba a estas alturas la supuesta vena anticlerical de Gaudí cuando era joven?) y, sobre todo, fotografías apenas nunca vistas, como la de la hoz y el martillo de PSUC en el balcón principal del matrimonio de Pedro Milà y Rosario Segimon en 1936 y, una anterior, por citar solo un ejemplo de tantos, de una docena de cabras negras en la esquina de Provença, que perecen dubitativas, como si fuera una montaña urbana en la que triscar.
De La Pedrera se puede sugerir que durante sus ya 115 años de vida ha sido el retrato de Dorian Gray de Barcelona, un cuadro de todos los defectos de la ciudad, primero con ese sinfín de caricaturas de rechifla de las que fue objeto durante las obras de construcción y, sobre todo, desde que el dandi Pere Milà, al que las revistas satíricas se la tenían jurada, se mudó junto a su esposa, la que puso en realidad el dinero para pagar a Gaudí, a los 1.323 metros cuadrados del piso principal. Triangle Books ha realizado una inmersión más profunda que nunca en busca de aquellas viñetas y ha encontrado más de una perla perdida en las hemerotecas.

La Pedrera, con una docena de cabras a sus pies, quizá maravilladas por esos peñascos. / AEXIU NACIONAL DE CATALUNYA / JOSEP MARIA SAGARRA
Como en la novela de Oscar Wilde, la ciudad se creyó estupenda después, a partir de los años 20, a costa de que la Casa Milà envejeciera a ojos vista. Así sucedió durante el reinado de los ‘noucentistes’. El referencial periodista y poeta Carles Soldevila dijo de ella que era la obra de un arquitecto indiscutiblemente genial, “pero de un gusto lamentable”. Con ánimo de herir, cuando se refería a La Pedrera decía que simplemente era una casa en la que se alquilaban pisos, y a ese menosprecio contribuyó lo suyo el hecho de que cuando falleció Gaudí, Roser Segimon redecoró casi integralmente su domicilio con un estilo Luis XV que, por decirlo de algún modo, hoy enamoraría a Donald Trump.
Fue en ese piso readecuado al más tradicional estilo burgués donde en 1936 se instaló el secretario general de PSUC Joan Comorera y fue a las puertas de La Pedrera donde (poco se recuerda) quisieron terminar con su vida los anarquistas con una chapucera bomba que activó un militante de la FAI desde la calle de Pau Claris. Y cuando los Milà/Segimon regresaron a casa, por cierto, la leyenda cuenta que se encontraron sobre la mesa el plato de arroz que el dirigente comunista no tuvo ni siquiera tiempo de terminar cuando huyó a Francia.

La Casa Milà, colectivizada por el PSUC en 1936. / Archivo Família Roig Segimon
La nueva ‘biografía’ de La Pedrera es exquisita por el doble trabajo de Pere Vivas como fotógrafo y como arqueólogo de los archivos históricos en busca de imágenes inéditas. El trabajo de imprenta es también fenomenal, algo no siempre común en estos casos. Y, en tercer lugar, lo estupendo es el trabajo coral de los siete autores de los textos, algunos de nueva redacción, y otros repescados de extintas publicaciones casi imposibles de encontrar. Daniel Giralt-Miracle, Carlos Flores, Pere Vivas, Galdric Santana Roma, David Ferrer Bastida, Josep Maria Huertas y el recién fallecido Lluís Permanyer ponen los cimientos de relato a la altura de la fama que actualmente tiene La Pedrera como icono de la ciudad.
Antes de fallecer inesperadamente, Permanyer revisó el texto que Triangle Books había seleccionado para incluir en el libro. Lo puso al día y, en esa revisión, ni se le pasó por la cabeza eliminar ese párrafo en el que recuerda un posible pecado de juventud de Gaudí, cuando el anticlericalismo era una seña de identidad local, y el arquitecto de Reus increpaba a los fieles que salían los domingos de misa al grito de “¡llanuts!”, traducible como borregos.

Un cartel promocional del Liceu, que aquel mismo 1910 serviría para retratar a Gaudí como un megalómano en una revista satírica- / TRIANGLE BOOKS
Que el libro sobre La Pedrera se publique medio año del centenario de la muerte de Gaudí y tal en vísperas de su beatificación, ese detalle tiene su gracia, pero no quita que, después, ya inmerso en las obras de la Sagrada Família, se convirtiera en el más devoto de los cristianos. Subraya el mismo Permanyer después una anécdota de cuando Ricardo Opisso estuvo a las órdenes de Gaudí en la construcción del templo expiatorio. Cuando supo que este había estado la noche anterior en un cabaret de la peor de las famas, le obligó a arrodillarse y con voz firme usó un verbo que hasta la Real Academia Española da por extinto: “¡Castifíquese”! Y conocido es, esto sí, que en su momento sopesó que la Casa Milà fuera la peana de una colosal Virgen María en el tejado, idea que afortunadamente no cuajó y evitó, tal vez, que el edificio ardiera como una iglesia durante la Guerra Civil.

A la derecha, Gaudí hecho un Odín y Casa Milà, una escenografía wagneriana. / L'ESQUELLA DE LA TORRATXA
El libro es más que una radiografía de La Pedrera. Es una tomografía, una ecografía y hasta una analítica completa del edificio, con impagables imágenes de su proceso de construcción y con análisis expertos sobre, cómo más allá estética, Gaudí se anticipó casi 20 años en algunos conceptos estructurales. Toda esa fachada que según algunos está inspirada en la Capadocia turca, según otros en las cimas de Montserrat y según Luis Carandell era la mismísima Atlántida de Verdaguer que emergía en el corazón del Eixample, no es más que una escultura, es decir, el edificio no se apoya sobre esa imponente piel exterior. En 1910, es era una osadía, pero ya en la Casa Batlló había demostrado Gaudí unos sobrenaturales conocimientos sobre las cargas y los pesos y en la Casa Milà simplemente los sublimó.
Todo eso no supo ser visto durante el primer tercio del siglo XX e incluso más allá, pues no fue hasta los años 50 en que la figura de Gaudí comienza a ser reivindicada en pequeños círculos locales, con Oriol Bohigas al frente de ellos, y, lo más significativo, comienza a ser ensalzada desde Italia, a través de Bruno Zevi, y desde Estados Unidos, con George R. Collins como promotor de una exposición en el MoMA de Nueva York. Tanto Zevi como Collins aparecen en el libro fotografiados en sendas visitas a La Pedrera. Es solo un detalle, pero una muestra más de la voluntad de que esta sea una ‘biografía’ sin tacha.

Uno de los patios interiores de La Pedrera. / PERE VIVAS
Y merece una mención especial el hecho de que haya sido reenviado a la imprenta un memorable trabajo que en 1999 realizó el periodista Josep Maria Huertas, una suerte de versión noble de ‘Historia de una escalera’ de Antonio Buero Vallejo, en la que casi piso por piso repasa quienes fueron los inquilinos de La Pedrera en todas las vidas de este edificio (qué preciosa es la fotografía del abogado y político Joan Lladó Vallés tras la mesa de su despacho y qué gran suerte fue que Francesc Català-Roca visitara un día los desvanes reconvertidos en apartamentos), un repaso que da pie a curiosidades que podrían pasar desapercibidas, como que el cónsul de Argentina, que tuvo allí su delegación oficial, quiso un día presumir de sede y utilizó para ello la antes citada foto de las cabras, pero, en lo que merece ser calificado como un ‘photoshop avant la lettre’, borró de la imagen de esa docena de cornudas bestias.
Nada apenas ha quedado en el tintero a la hora de sacar del desván este retrato de ‘Dorian Barcelona Gray’. Bueno, en realidad, algo sí. Se llegó a debatir si convenía incluir, entre la larga lista de tribulaciones de la Casa Milà, la visita que quizá furtivamente realizaron en 1978 el fotógrafo Guido Mangold y la actriz Marsha Gonska. Lo hicieron por encargo de la revista ‘Playboy’, que quería estrenar a lo grande la publicación por primera vez de su versión española. Ambos, él con su cámara y ella sin ropa, hicieron un bastante completo ‘tour’ por la Barcelona gaudiniana. De su paso por La Pedrera queda una escena que no necesita comentarios, ella abrazada a una de las icónicas chimeneas como si fiera un gigante falo.
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