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Distopía turística

El envilecimiento comercial alrededor de la Sagrada Família toca fondo a 10 meses del centenario de la muerte de Gaudí

Las tiendas dedicadas a turistas (suvenirs, ‘fast-foods’, heladerías…) adyacentes al templo ya son 138, una por cada metro de altura de las torres

Sagrada Família: una tienda de suvenirs obscenos y comida rápida por cada metro de altura del templo

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Carles Cols

Carles Cols

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Faltan 10 meses para que con tanta pompa como sea posible Barcelona conmemore los 100 años de la muerte de Antoni Gaudí. Lo atropelló un tranvía el 7 de agosto de 1926 y murió en cama tres días más tarde. Para la ocasión, la Sagrada Família echará el resto. Tiene previsto inaugurar la cruz de su torre más alta, a 172,5 metros de altura y, si las gestiones diplomáticas en el Vaticano siguen el curso previsto, recibir en el templo al papa León XIV durante el primer semestre del año. Lo chocante es que cuanto más se acorta el calendario, más se ahonda la degradación de lo que probablemente es el tramo de calle más deplorable del Eixample (debate que queda abierto), el de la calle de Provença entre Marina y Sardenya, una de las cuatro caras de la basílica. Una visita paciente al lugar nunca deja de sorprender. Condones con sabor a cannabis, por ejemplo. Quizá sean muy conocidos en otros ambientes, pero como recuerdo de una visita a esta obra del muy piadoso Gaudí resultan, como poco, desconcertantes.

Hace ahora justo un año, cuando la Sagrada Família se alzaba ‘solo’ 138 metros, fue una curiosa coincidencia descubrir que el número de tiendas dedicadas a turistas (suvenirs, ‘fast-foods’, heladerías…) en las manzanas adyacentes al templo eran precisamente 138, vamos, una por cada metro de altura de las torres. Una crónica prima hermana publicada en estas mismas páginas detalló esa cuestión. En esta ocasión, el plan no es buscar nuevas coincidencias numéricas, sino poner el foco en ese tramo de Provença donde los dos únicos comercios de proximidad son una oficina de La Caixa y un estanco. El resto son tres hamburgueserías, dos heladerías, una franquicia de tacos mexicanos, una oficina de cambio de moneda, tres de cruasanes, bocadillos y turrones y, por último, por supuesto, la tienda cannábica donde se venden esos singulares preservativos, que conviene no confundir con otro producto de parecido aspecto por el tipo de sobre y que, según el dependiente, son unas pastillas para levantar el ánimo sexual. “¿Qué llevan?”, toca preguntar. Dice que derivados del hachís y “una especie viagra”, o sea, una reencarnación del Ciripolen que tanto dio que hablar en los años 90, que para los que no lo sepan fue anunciado al mundo como la Viagra de las Hurdes.

Un preservativo con sabor a cannabis.

Un preservativo con sabor a cannabis. / A. de Sanjuan

A la dirección de la Sagrada Família, todo esto y mucho más, por supuesto le desagrada. De forma activa solo ha movido ficha en una ocasión. En un establecimiento de la calle de Mallorca se vendían unos gofres en los que, sin entrar en muchos detalles, las torres gaudinianas parecían órganos sexuales masculinos. Ganaron aquella pequeña batalla, pero las camisetas con todo tipo de trasnochadas bromas, por ejemplo, machistas y homófobas, que se venden en las tiendas se suvenirs siguen ahí, a la vista de todos los públicos. Los vecinos más viajados del barrio aseguran que jamás han visto nada igual en otras ciudades, y mucho menos al lado de centros de culto. Tienen razón.

Urbanísticamente, ese tramo de calle es una anomalía. Nadie de todos aquellos supuestos defensores de las esencias de Ildefons Cerdà que tan virulentos fueron contra los ejes verdes ha salido a decir que en Provença se ha destruido la esencia del Eixample. Por Consell de Cent pasan coches. Por esta porción de Provença, no. Las bicicletas tienen reservado el carril central, pero no de toda la calzada, porque el resto es peatonal. Ni unos ni otros lo tienen muy claro.

Dos productos a la venta en una tienda: un papa Francisco y una lata de Red Bull.

Dos productos a la venta en una tienda: un papa Francisco y una lata de Red Bull. / Zowy Voeten

Eso, en cualquier caso, es solo la guinda del desorden general. Lluís Torrens, vecino con unas vistas privilegiadas sobre todo ese pandemomium, pues vive en mitad de la calle y cada día atraviesa nubes de turistas para salir de casa, ha sido testigo de cosas inauditas hace apenas unos meses. No solo a determinadas horas hay casi tantas palomas en la Sagrada Família como en la plaza de Catalunya, sino que las más audaces han comenzado también a compartir mesa con los turistas. Roban patatas fritas y lo que haya de menú a esa hora. No llegan tan lejos como las gaviotas, que este año han descubierto en la Boqueria el placer de quitar de las manos la comida a los visitantes, pero puede que todo sea cuestión de tiempo. Ha corrido la voz de que la Sagrada Família es un gran bufé en el que nunca falta de nada. Por el momento, se lanzan a las basuras y a las mesas como si no hubiera un mañana.

Palomas en la Sagrada Família, a punto de superar en número a las de la plaza de Catalunya.

Palomas en la Sagrada Família, a punto de superar en número a las de la plaza de Catalunya. / Zowy Voeten

Sin entrar a discutir si aquello de que Dios está en los detalles es una frase de Flaubert o de Mies van der Rohe, a eso, a los detalles, es a lo que hay que ir en una visita paciente a esa trastienda del templo que es la calle de Provença. Las tiendas de suvenirs son realmente desconcertantes. En una de ellas, lo único relacionable con la fe católica que profesaba muy devotamente Gaudí está al fondo del establecimiento. Son unas figuritas cerámicas dedicadas a la Virgen del Carmen. Es raro, sí, pero quizá no tanto como la apuesta comercial que exhiben en la zona más noble, junto a la puerta de entrada. Son unas figuras articuladas de jugadores del Barça, como los antiguos Geyperman, pero blaugranas. Ahí están, al alcance de la mano Ansu Fati y Dembelé. Lo dicho, todo es raro en Provença.

Uno de los productos de indescifrable propósito a la venta en las tiendas de suvenirs de la Sagrada Família.

Uno de los productos de indescifrable propósito a la venta en las tiendas de suvenirs de la Sagrada Família. / A. de San Juan

En las paredes de las fincas aparecen a menudo hojas pegadas de publicidad expresamente dirigidas a los visitantes. Estos días, la oferta es una excursión a Empuriabrava, que se anuncia como una suerte de Venecia catalana. A pocos metros (la imagen está en la fotogalería que encabeza este artículo) tres muchachos duermen apoyados en una mesa tras lo que parece haber sido una noche superior a sus fuerzas. No les perturba el sueño ni siquiera el relato de un hombre que, con alzacuellos, da explicaciones a un grupo de fieles. Invita a observar las serpientes y dragones que en la parte baja de la Sagrada Família miran hacia el suelo, es decir, explica él, hacia el pecado. Desde luego, es un relato muy oportuno. Como tal vez es ya de sobras conocido, una vez que se culmine la torre central del templo a finales de este 2025 y se inaugure con una ceremonia en 2026, las obras pendientes se concentrarán en la fachada principal de la Sagrada Família, la de la calle de Mallorca, donde uno de los retos es recrear escultóricamente un infierno. Lo de la calle de Provença podría ser inspirador en este sentido.

Vista cenital del proyecto.

Vista cenital del proyecto. / A. de B.

A corto e incluso a medio plazo no hay un plan claro para revertir la situación en ese tramo de calle del Eixample. El Ayuntamiento de Barcelona trabaja para mejorar urbanísticamente los alrededores del templo, pero, por lo pronto, el primer proyecto sobre la mesa, que se comenzará a ejecutar este mismo 2025, atañe exclusivamente a la fachada de la calle de Marina. Con un presupuesto de 2,6 millones de euros y con el calendario pendiente del centenario de la muerte del arquitecto del templo, el objetivo es coser la plaza de Gaudí y la acera del lado Llobregat de la calle de Marina en un único espacio. Hoy por hoy esa es la entrada principal de la basílica. Resuelto este capítulo, para la dirección de obras de la Sagrada Família lo prioritario no será Provença, sino resolver el verdadero cubo de Rubik arquitectónico del lugar, o sea, la escalinata que por encima de la calle de Mallorca y a costa de demoler más de un centenar de viviendas tiene que completar algún día los trabajos del gran templo expiatorio de la ciudad.

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