Un fuego decano

Sant Antoni, la centenaria y única hoguera mayor que resta en el Eixample

Barcelona desalojará las playas a las 06:30h este Sant Joan 2025 y desplegará refuerzos en seguridad y limpieza

MAPA | Hogueras y verbenas de Sant Joan 2025 en Barcelona

Los preparativos corales de la hoguera de San Antoni, en una edicion anterior.

Los preparativos corales de la hoguera de San Antoni, en una edicion anterior. / VEÏNS SANT ANTONI

Carles Cols

Carles Cols

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El primer recuerdo que sobre Sant Joan guarda Alfred Pellín, vecino de Sant Antoni, único barrio del Eixample que conserva una hoguera de gama extra, es el de aquel día en que su madre le dio un lápiz, de madera, claro, y de la mano, porque era pequeñísimo. le llevó hasta la esquina en la que se cruzan las calles de Tamarit y Entença con la avenida de Mistral. Es esa una hoguera, como muy poco, centenaria, un fuego que a su manera mantiene viva la llama de la vida vecinal, incluso de aquellos que por el precio de los alquileres han tenido que emigrar, pero la noche del 23 de junio regresan solo porque la fiesta les parece emocionante. Pasados un porrón de años, ahí sigue Pellín, ahora al frente de esa hermandad de conocidos que consiguen que esta hoguera no se extinga por mucho que pasen los años y se haya perdido un poco (en realidad, mucho) de esa tradición infantil de llamar a los timbres y preguntar si en casa tienen algún mueble viejo para la pira. Qué tiempos.

Cinco verbenas, cuatro hogueras pequeñas (no más de 250 kilos de madera) y solo una mayor (o sea, sin límite de carga de fuego) están previstas esta noche del 23 de junio en las calles del Eixample. La mayor, lo dicho, la de Sant Antoni, la única que trata de conservar la esencia de lo que un día cantó Joan Manuel Serrat (“…llavors un tros de fusta era un tresor i amb una taula vella ja érem rics…”), un retrato sobre lo que era común por estas fechas, un ir y venir de críos, mozos y algún adulto en busca de combustible, hasta de las cajas de cartón de los colmados, que más que una tarea era una competición, porque había entonces tantas hogueras en la ciudad que a pocas calles de una había otra y así no eran nada extraños los pillajes piratas si se descubría dónde guardaban sus tesoros los vecinos de la otra verbena.

El encendido, con antorchas.

El encendido, con antorchas. / VEÏNS SANT ANTONI

En la Mistral con Entença y Tamarit tenía no una, sino muchas suertes, recuerda Pellín. Había un fabricante de cáñamo que les prestaba una parte de su almacén. También estaba aquel dueño de un camión que por estas fechas les dejaba usar la caja de carga. Fue la repera el año en que, a raíz de unas obras, apareció un olvidado refugio de la Guerra Civil, que renació como depósito. Y, cuando todo fallaba, hasta el alcantarillado era un lugar adecuado para tener a punto toda aquella madera que hasta pocos días antes formaba parte de la decoración de tantos hogares.

La 'fila 0' del fuego, tal y como se prepara en Sant Antoni la hoguera de Sant Joan.

La 'fila 0' del fuego, tal y como se prepara en Sant Antoni la hoguera de Sant Joan. / VEÏNS SANT ANTONI

Por tener, la hoguera de Sant Antoni tiene hasta un método. No es una simple acumulación de material combustible. Hay un orden. Marcan el perímetro viejas sillas, como una suerte de fila 0 de lo que vendrá después. Incluso el encendido tiene su qué, con antorchas no muy distintas de las que emplean los aventureros del cine para explorar las minas del rey Salomón o un templo maldito.

Estamos en el año 2025 y, aunque los preliminares de la fiesta han cambiado, el calor que emana de esta hoguera sigue siendo el mismo que, por poner una fecha cualquiera sobre la mesa, la de la verbena de 1936. Viene al caso no porque fuera a menos de un mes de la guerra, sino porque del Sant Joan de ese año se conserva una fotografía. Es bastante curiosa. Es bastante fallera. Se puede analizar de un modo fácil y, si se animan, incluso freudianamente.

1936, más que una hogiera, una falla.

1936, más que una hogiera, una falla. / VEÏNS SANT ANTONI

La hoguera de aquel año fue una falla en la que la decoración principal que iba a ser presa de las llamas era una réplica del avión del Tibidabo, estrenado nueve años antes, en septiembre de 1928. A los pies de la aeronave se montó una escena. Era la de una casa abierta de par en par. En la cama dormía un muñeco, y afuera, un soldado estaba acompañado de una bomba. A lo mejor todo aquello no significaba nada. Simplemente el avión del Tibidabo se había hecho tan popular que en Sant Antoni lo reprodujeron con notable fidelidad. O, todo lo contrario, había ahí un mensaje oculto.

El Tibidabo tuvo en 1928 la acertada idea de invitar a los barceloneses a montarse en una réplica del primer avión que cubrió la ruta entre Barcelona y Madrid, un Rorhbach Roland III de fabricación alemana, equipado con un motor BMW. El viaje de verdad, en una de las 10 butacas disponibles, no estaba al alcance de cualquier bolsillo. Pero quizá el morbo de erigir una falla con una réplica de aquel avión no era un simple homenaje, sino quizá un lamento. Los Rorhbach Roland con los que se estableció una ruta regular entre Madrid y Barcelona eran simples descartes de las líneas aéreas alemanas, aparatos viejos, y uno de ellos a punto estuvo de sufrir un fatal accidente en 1928. El piloto logró realizar un incruento aterrizaje de emergencia, una pena, en opinión de no pocos barceloneses de entonces, porque a bordo viajaba Severiano Martínez Anido, uno de los peores gobernadores civiles que ha padecido Barcelona a lo largo de su historia. ‘Se non è vero, è ben trovato’.