Dos años de obras y sorpresas

La fachada posterior de la Casa Batlló renace con la paleta cromática que seleccionó Gaudí

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Cuando hasta los bistecs eran modernistas

Un monumento de papel rinde homenaje al paseo de Gràcia en su bicentenario

Los colores originales de Gaudí vuelven a la fachada posterior de la Casa Batlló

Los colores originales de Gaudí vuelven a la fachada posterior de la Casa Batlló / JORDI OTIX / VÍDEO: EFE

Carles Cols

Carles Cols

Barcelona
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Ha sido el decimotercero trabajo de Hércules. Solo por adelantar un dato, en el pavimento de la terraza han sido colocadas, una a una, más de 85.000 teselas de porcelana. A la Casa Batlló, quizá la primera obra cumbre del Gaudí más desatado, le han sacado los colores, dicho esto, que quede claro, en el mejor de los sentidos. Tras una minuciosa investigación documental e incluso química y una inversión de 3,5 millones de euros desde finales de 2023, la finca que Gaudí reformó en el número 43 del paseo de Gràcia ha recuperado los colores originales en su fachada posterior, y no ha sido un ligero cambio de tonalidad perceptible solo con un ojo experto, sino que, como explica Xavier Villanueva, uno de los arquitectos que ha pilotado la operación, ha sido prácticamente como revelar un negativo fotográfico. Lo que hasta hace poco era blanco (las maderas de los balcones) era verde en sus inicios, lo que era negro (el hierro forjado) fue blanco y, lo más impactante, el pastel ‘chantillly’ de la piel posterior del edificio era gris ceniza cuando la familia Batlló estrenó su nuevo hogar.

El pavimento de la terraza, con sus más de 85.000 teselas y, sobre él, la glorieta de formas gaudinianas.

El pavimento de la terraza, con sus más de 85.000 teselas y, sobre él, la glorieta de formas gaudinianas. / JORDI OTIX

Desde diciembre de 2023, un equipo de artesanos de la forja, de la carpintería, de la cerámica y de los vidrios y también un equipo de historiadores y documentalistas han sumado la fuerza de sus oficios para (dicho en jerga de la informática) ‘resetear’ la Casa Batlló. La finca ya sufrió algunas primeras alteraciones menores durante la posguerra, pero en el Archivo Municipal Contemporáneo de Barcelona despuntan, sobre todo, las obras llevadas a cabo en 1957, 1961, 1964 y 1966, vamos, un no parar que trastocó profundamente el aspecto de la planta noble de la finca y las plantas primera, segunda y cuarta. Si los salones y las habitaciones fueron compartimentados y el mobiliario gaudiniano vendido al mejor postor (si no, de qué tendrían en el Museo de Orsay de París una preciosa vitrina de la Casa Batlló), cómo no se atreverían a cubrir con nuevas capas de pintura casi todos los elementos de la fachada posterior, una intervención especialmente grave en esta finca, porque otras grandes obras del modernismo no se distinguen precisamente por tener fachadas posteriores nobles, pero esta, sin duda, sí.

Explican Villanueva y el otro codirector de la restauración, Joan Olona, que la brújula de su intervención tenía un norte muy claro, volver al punto de partida, es decir, a la Casa Batlló tal y como la entregó Gaudí. El hecho de que las fotografías de la época fueran, cómo no, en blanco y negro, no facilitó la tarea. Por fortuna, bajo las capas de pintura añadidas se escondían los estratos originales. La cadena de sorpresas fue, en este sentido, enorme. La búsqueda de esa fidelidad a lo que fue la Casa Batlló les ha llevado restituir las jardineras y la pérgola que decoraban el patio posterior, y no solo eso, también a sembrar en esos tiestos el jazmín azul que eligió Gaudí. Si por algo se caracteriza la Casa Batlló es por el modo en que aquel genio de la arquitectura jugó con la paleta de los colores. De momento, por la inmediatez del plantado, las flores apenas se asoman por el borde las jardineras, pero a la velocidad que crece esta especie es fácil de prever que más pronto que tarde la pérgola, de formas muy gaudinianas, será preciosamente devorada por la naturaleza.

Los jazmines azules, la variedad que en su día eligió Gaudí, regresan a la Casa Batlló.

Los jazmines azules, la variedad que en su día eligió Gaudí, regresan a la Casa Batlló. / JORDI OTIX

Con todo, ese viaje para devolver a la finca la presencia que lució durante el primer tercio del siglo XX ha tenido para Villanueva y Olona algo mucho más emocionante. A su manera, la intervención ha sido poco menos que una vivisección de la Casa Batlló que ha permitido descubrir detalles insospechados de la manera de trabajar de Gaudí. ¿Un ejemplo? Los balcones de la fachada posterior. Además de un sencillo pero eficaz método para que del riego de las plantas del último piso no se desperdicie ni una sola gota de agua (cada balcón riega el inferior), lo realmente llamativo, desde el punto de vista arquitectónico es que cada uno de esos elementos que sobresale de la pared de la finca se sustenta sobre una volta catalana. Ha sido al adentrarse en el esqueleto de la finca cuando Villanueva y Olona han podido certificar, una vez más si es que era necesario, que Gaudí era un Leonardo da Vinci, porque no solo estaba dotado para el arte, también para la inventiva.

Xavier Villanueva y Joan Olona, arquitectos responsables de la recuperación de la Casa Batlló.

Xavier Villanueva y Joan Olona, arquitectos responsables de la recuperación de la Casa Batlló. / JORDI OTIX

De hecho, conviene no olvidar nunca este detalle. La Casa Batlló no fue levantada por Gaudí. El encargo de la familia era más envenenado. A la vista de lo que Josep Puig i Cadafalch había obrado en la finca adyacente, la Casa Amatller, los Batlló quisieron reformar la anodina casa que tenían en propiedad ya en el 43 del paseo de Gràcia. Era una construcción característica del primer Eixample, ajustada a las primeras normas urbanísticas y, por lo tanto, enormemente aburrida. Gaudí pudo haberse conformado con cambiarle la piel al edificio, vestirlo con nuevas ropas, incluso levantar su altura con una corona distinta. Venía de ganar el premio municipal a la mejor obra del año por la Casa Calvet, así que quizá se podía esperar que se copiara a sí mismo. Hizo todo lo contrario. Desafió a la mismísima ley de la gravedad. Desmontó el edificio más allá de lo que el constructor encargado de los trabajos, Josep Bayó, un profesional de mucho prestigio, se hubiera atrevido a llevar a cabo si no fuera porque las órdenes se las daba Gaudí. Fueron retirados muros que parecían indispensables para hacer más grandes los salones de la primera planta y fue vaciada gran parte de la fachada principal para colocar la tribuna que hoy caracteriza la Casa Batlló. Bayó confesó, en una valiosísima entrevista que concedió en 1971, poco antes de morir, que apenas fue capaz de conciliar el sueño durante aquella delicada parte de las obras. Temía que a cualquier hora de la noche le informaran de que la casa se había derrumbado como un castillo de naipes.

Un detalle del forjado de los balcones, de nuevo de color claro, y con su sencillo pero eficaz sistema de riego vertical.

Un detalle del forjado de los balcones, de nuevo de color claro, y con su sencillo pero eficaz sistema de riego vertical. / JORDI OTIX

Era un miedo comprensible. Gaudí, recordó Bayó en aquella entrevista que le hizo Joan Bassegoda, daba de viva voz las instrucciones sobre qué hacer en cada jornada de trabajo. Era como si las leyes de la física las llevara incorporadas de serie en su cabeza. Bayó no era un don nadie en aquella arquitectónicamente efervescente Barcelona de principios del siglo XX. Era un constructor de alta gama. Y, pese a ello, atesoró toda su vida como uno de sus mayores éxitos profesionales la frase que un día le dijo Gaudí: “Ets un bon paleta”.

La glorieta, que los turistas han convertido de inmediato en un plató de fotografía.

La glorieta, que los turistas han convertido de inmediato en un plató de fotografía. / JORDI OTIX

La rehabilitación de la Casa Batlló ha sido una tarea tan reveladora que la propia página web de la finca incluye una batería de videos que recogen esa aventura. Son otra manera de visitar esta obra de Gaudí. Descubrir que se empleó pan de oro de un 95% de pureza para un detalle de las escaleras revela hasta qué punto la libertad creativa del arquitecto de Reus fue mayúscula. Pero, más allá de esas anécdotas, la fiesta de inauguración de la reforma llevada a cabo es una oportunidad para situar en su escalón adecuado la importancia de la Casa Batlló. Juan José Lahueta, el historiador del arte y arquitecto que más y mejor ha escrito sobre Gaudí, reseñó en una ocasión que en Barcelona hay una Manzana de la Discordia simplemente porque allí está la Casa Batlló. Sin ella, ese sobrenombre no existiría. Y en cierto modo se podría proseguir con ese razonamiento y añadir que sin la Casa Batlló no existiría la Pedrera.

Cuando en 1905 el ‘paleta’ Bayó estaba ultimando las obras de esa finca, le interrumpió en sus quehaceres lo que a todas luces era un gran burgués, con sombrero y bastón. Era Pedro Milà. Quería contratarle. “Ahora hemos de comenzar mi casa del paseo de Gràcia y Provença y la quiero de piedra, pero con las juntas doradas, cosa que no se ha hecho nunca”. El arquitecto sería, claro, Gaudí, que no pasó por lo de las juntas doradas, pero que aceptó el encargo porque, al ser un edificio de nueva planta y no una reforma, le permitía llevar a otra dimensión todo aquello que había experimentado en el laboratorio de la Casa Batlló.