Los colores que anticipan el verno
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Las jacarandas tiñen de lila Barcelona / ZOWY VOETEN


Carles Cols
Carles ColsPeriodista
Tras tres años de sequía, y eso a pesar de que es una especie que sobrelleva bastante bien la sed, las jacarandas de Barcelona (‘Jacaranda mimosifolia’) han brindado este 2025 uno de los espectáculos florales más magníficos de su trayectoria vital en la ciudad. Las aceras comienzan a estar alfombradas de flores lilas, señal de que la fiesta llega a su fin. También de pétalos anaranjados, pero eso es responsabilidad de las tipuanas (‘Tipuana tipu). Mayo y la parte que va de junio han destacado por un colorido casi sin antecedentes, en parte atribuible, cómo no, a las generosas lluvias de primavera, pero también a la decidida apuesta del Instituto Municipal de Parques y Jardines de subrayar el paso de las estaciones (algo tradicionalmente invisible en mitad de la trama urbana, salvo por las temperaturas) con la plantación de árboles de flor vistosa.
Las jacarandas de Barcelona son ya 5.412. En realidad, son solo el 2,2% del censo vegetal de la ciudad, que suma, según el último recuento, 245.330 árboles. Pero, claro, su vistosidad, mayúscula cuando en sus ramas solo hay flores y ninguna hoja verde, hace que destaquen por encima de otros compañeros de calle. En el Eixample, por ejemplo, son solo 526 las tipuanas plantadas, pero en esta fase del año, que no se prolonga más de un mes, parecen omnipresentes, entre otras razones porque una de las estrategias municipales ha consistido en reservarles a menudo las mejores esquinas de la trama de Cerdà.
Tiene su gracia matemática que el porcentaje de jacarandas de Barcelona sobre el censo total de árboles sea muy parecido al de argentinos residentes en la ciudad sobre el padrón de habitantes, pues en Bueno Aires es esta una especie reverenciada. En realidad, de allí llegó hace más o menos 100 años, explica Lluís Abad, uno de los más veteranos responsables del área de Parques y Jardines. La feliz idea, dice, hay que atribuírsela a Jean Claude Nicolas Forestier, uno de los grandes arquitectos paisajistas de la historia, pero también, según se mire, a Francesc Cambó, que fue quien le invitó a planificar el embellecimiento, primero, de la montaña de Montjuïc con la vista puesta en la Exposición Internacional de 1929.

Una jacaranda colorea la calle de Ramón y Cajal, en Gràcia. / A. de Sanjuan
Forestier recaló en Barcelona alrededor de 1914, pero después de haber viajado por medio mundo y tener en mente, por ello, un oceánico catálogo de con qué especies de se podía configurar un jardín. De las jacarandas, igual que las tipuanas, otro de sus éxitos, se enamoró en Argentina y Bolivia, de donde son originarias. No era para menos, Lo dicho. Menuda floración.
Años antes de la celebración de la Exposición del 29 ya plantó las primera jacarandas en los jardines alrededor de Miramar y del Teatre Grec. Se trajo de Suramérica también los primero ombús de la ciudad. Luego, su más reconocido discípulo, Nicolau Rubió i Tudurí, prosiguió con esa estrategia. Suya fue la iniciativa en 1922 de colorear la plaza de la Sagrada Família con algunas jacarandas, que allí continúan en pie, para ofrecer cada año por estas fechas una postal perfecta del templo de Antoni Gaudí.
Lo que muy pronto quedó claro es que el clima de la costa mediterránea era estupendo para aquellas especies procedentes del Cono Sur, pero, curiosamente, observa Abad, apenas hay jacarandas en la costa francesa, país natal de Forestier.
El hecho de que hayan terminado por ser una seña de identidad de Barcelona, en cualquier caso, es un mérito compartido. Por una parte, está el incuestionable acierto de Forestier y Rubió, pero a eso hay que añadir una iniciativa que Barcelona puso en marcha hace 30 años. El Instituto Municipal de Parques y Jardines creyó oportuno sacudir el verde del Eixample, monótonamente dominado por los plátanos. Se acordó que, poco a poco, las esquinas de cada uno de los barrios de este distrito serían decoradas con árboles de espectacular floración. Para Sant Antoni se eligieron las sóforas. Para la Esquera de l’Eixample, los también hermosísimos árboles de Judea, que tiñen de lila los meses de febrero y marzo. A la Dreta de l’Eixample le correspondían los tilos. Los cinamomos tenían que ser el árbol característico de la Sagrada Família. Y, por último, a Fort Pienc serían las jacarandas las que le proporcionarían color.

Pétalos de tipuana, en una acera de la ciudd en 2024. / FERRAN NADEU
El plan echó a andar al ritmo que quedaban alcorques vacíos por defunción de su anterior inquilino, pero con el tiempo la idea mutó y se opta actualmente por una mezcla tan variada como sea posible. Estos días, por ejemplo, las jacarandas le han dado un aspecto inusualmente agradecido a la plaza de Letamendi, que no es precisamente de las más amables de la ciudad.
Lo que queda por delante, viene a decir Abad, es que cualquier barcelonés observador pueda asignar a cada especie su mes de floración e incluso adivinar qué está por venir. La estacionalidad es algo que la vida en la ciudad suele borrar, opina. Incluso a la hora de ir al mercado a comprar fruta. ¿Uvas y ciruelas en marzo? Las hay, pero desde luego no de proximidad. Las jacarandas y las tipuanas tiene que ser así, a su manera, una forma de anunciar la pronta llegada del verano meteorológico, una suerte de reloj de la vida.
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