Jornada lúdica en Sepúlveda, 1
La ONCE rinde homenaje al visionario que les sacó de la penumbra, Louis Braille
La ONCE celebra frente a su sede el bicentenario del "mejor invento del mundo", el braille
Seis ciegos de Madrid visitan Barcelona
La ONCE recurre al humor para concienciar sobre cómo ayudar de verdad a los ciegos

Tània Juste, Voia Valls y Martí Gironell, en el departamento de libros infantiles en braille de la ONCE. / A. de Sanjuan

Celebró el pasado 4 de enero la ONCE la fecha del calendario dedicada al lenguaje braille, 4 de enero, un método de escritura que este 2025 cumple 200 años, pero como aquel invento fue en el mundo de los ciegos poco menos que el equivalente al fuego o la rueda, porque en la práctica les sacó del analfabetismo y la mendicidad, ha decidido la delegación catalana de esa organización volver a soplar las velas de ese aniversario con una jornada lúdica. Ha invitado Enric Botí, delegado en Catalunya, a cuatro escritores catalanes superventas, Martí Gironell, Coia Valls, Tània Juste y Rafel Nadal, a conocer el tesoro que se esconde en los sótanos de la sede de la ONCE en Barcelona, una imprenta braille, un lugar que, por supuesto, no huele a tinta, les ha puesto luego en manos de Jordi Cardús para su primera lección de escritura con punzón y, por último, les ha retado a comer a ciegas, con los ojos vendados. Ha sido bueno con ellos. El menú no incluía huevo frito, al parecer, un ejercicio de dificultad máxima.
Lo dicho. Tenía solo 15 años cuando perdió la vista Louis Braille, hijo de un peletero que trabajaba el cuero con un punzón, la pérdida de un sentido que entonces condenaba a una penosa invalidez o, dicho de otro modo, a ser más ciego de lo necesario. Era solo un adolescente y tuvo la picardía de adaptar un rudimentario sistema de lectura táctil de menajes que se empleaba de noche en las batallas, no fuera que con la luz de una vela se proporcionara un blanco al enemigo.
Lo que Braille desarrolló fue un ‘alfabeto’ a partir de bloques de seis puntos que ha dejado estupefactos a Gironell, Valls, Juste y Nadal, porque el método es mucho más complejo de lo que cabría suponer. Una misma combinación puede ser un número o una letra en función del contexto. Una vocal acentuada o no se parecen como un huevo a una castaña. Hay un símbolo para advertir que la siguiente letra será una mayúscula y otro distinto para indicar que lo que viene a continuación está en cursiva. Cabría suponer (tremendo error de los videntes) que la lectura en braille es pausada. Todo lo contrario. Cuando una mano llega al final de una línea, la otra ya está en disposición de comenzar con la siguiente. Solo los camaleones, si supieran leer, serían capaces de ese prodigio con sus ojos.

El Atomium de Bruselas, un modelo de la tifloteca de ONCE. / A. de Sanjuan
En realidad, Botí y su equipo creen, y con razón, que hay motivos no solo para celebrar la invención del braille, sino también de presumir de las tierras que con ese método y tres imprentas de última generación esa conquistando la ONCE. Andan estos días en el sótano del número 1 de la calle de Sepúlveda sacando copias táctiles del programa de la Patum de Berga, adaptando cartas de restaurantes y completando el último encargo de Transports Metropolitans de Barcelona para que toda la red del suburbano sea accesible.
Con todo, la principal misión de la delegación catalana de la ONCE (con una sede sin igual en el mundo si de dimensiones arquitectónicas se trata) es proveer a los estudiantes con dificultades de visión, parciales o absolutas, de todo el material didáctico que requieran. Tiene su qué, porque una de las características del braille es, eso sí, el espacio que ocupa. Salvo en Japón, donde quizá por razones anatómicas se permiten tener una ‘letra’ más pequeña, el resto del mundo funciona con un estándar unificado de páginas de 29 líneas de alto y 42 caracteres por líneas. ‘Don Quijote de la Mancha’, por citar una obra de referencia, ocupa 17 tomos.

Dalí, Picasso y Goya, tres ejemplo de la pinacoteca táctil de la ONCE. / A. de Sanjuan
Y fascinante ha sido también para los cuatro escritores adentrarse en la última estancia de la imprenta, esta totalmente artesana y manual, pues ahí se confeccionan con relieves de distintas texturas los cuentos infantiles. Y una mención especial debería haber merecido la tifloteca, o sea, la réplica a escala de monumentos de fama internacional y de grandes obras de las pinacotecas, pero esa parada ha sido esquivada porque quedaba el clímax de la visita, comer con una venda en los ojos.
El propósito no era, vaya por delante, subrayar cuán dependientes somos de nuestros ojos. Era algo más importante. De un tiempo a esta parte, la ONCE ha puesto en marcha iniciativas cuyo objetivo es, con perdón de la expresión, dar a conocer el manual de uso de una persona ciega. Por ejemplo, cómo prestarle ayuda en la calle sin darle un sobresalto o, en este caso, cómo compartir mesa y darle, si fuera necesario, las indicaciones pertinentes. “El pan está a las nueve y la copa de vino a las 12”. Sí, usan la circunferencia del plato como un reloj.
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