Del 23 al 25 de mayo

La Dreta de l'Eixample encomienda su pregón, vistos los tiempos, al Sindicat de Llogateres

Dreta de l'Eixample de Barcelona: 44.000 vecinos, 29.000 camas turísticas y 4.000 de 'city living'

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Un grupo de músicos, en la fiesta mayor.

Un grupo de músicos, en la fiesta mayor. / MANU MITRU

Carles Cols

Carles Cols

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Quién podía imaginar tiempo a tras que la fiesta mayor de la Dreta de l’Eixample, la primera tierra inmobiliariamente fértil de la ciudad que Ildefons Cerdà alumbró hace 160 años, y desde aquel momento inicial, la más señorial, iba a ser pregonada por un sindicato. Así ha sido. El Sindicat de Llogateres de Barcelona ha sido este año el encargado del pregón de una fiesta mayor entrañablemente vecinal, más que nada por miedo a que algún día, han temido los organizadores, no quede en el barrio apenas nadie con ganas de programar los tres días de música, talleres, cine al aire libre y unas barbacoas de aúpa. “Qué os vamos a contar”, ha dicho en nombre del sindicato Gerard Mena, “es difícil encontrar un bloque en el que no haya habido un desahucio, o donde una vecina no se haya tenido que marchar en silencio, o no haya un piso turístico, o un ‘coliving’, o un alquiler de temporada…”.

Si las fiestas mayores de los barrios son un termómetro para medir hasta qué punto hay vida vecinal, en la Dreta de l’Eixample, vista la celebración de los últimos años y tal como pinta esta, parece claro que aún no se ha cruzado esa peligrosa línea imaginaria del punto de no retorno. Pero siempre sería mejor no acercarse. Este es un barrio que llegó a tener más de 70.000 vecinos cuando aún no había fiesta mayor en sus calles y hoy apenas alcanza los 44.000, más o menos el menos el mismo número de camas que suman sus hoteles, apartamentos turísticos y esas nuevas especies de vecinos que son los inquilinos de temporada. Muy raro sería que esa indefinida gente que son los llamados ‘expats’ o los compradores de esos pisos reformados y revendidos como de lujo exclusivo se arremanguen para ponerse frente a las parrillas. En esencia, esa ha sido la admonición lanzada a través del pregón.

La Fira Modernista, compañera de viaje de la fiesta mayor.

La Fira Modernista, compañera de viaje de la fiesta mayor. / MANU MITRU

“Celebremos todo aquello que defendemos, el derecho a quedarnos, a echar raíces, a amar nuestro barrio y a decidir como queremos vivir en él”. Ha sido, como cabía esperar, un pregón reivindicativo, y por eso lo ha despedido Mena con una invitación a plantar cara. “Del mismo modo en que hoy tomamos las calles para la fiesta, tomemos cada piso y cada bloque para vivir en ellos".

No es la Dreta de l’Eixample el único barrio infectado de la actual variante de esa ‘enfermedad’ conocida por los antropólogos, los geógrafos y los sociólogos como la gentrificación. Pero es, sin duda, el barrio preferido por los fondos de inversión. Cada mes, de media, suele cambiar de manos una finca completa, con lo que eso comporta, el adiós forzado de sus vecinos. Uno de los últimos casos no debería caer en el olvido. El pasado febrero fueron expulsados del barrio, entre lágrimas por no entender nada de nada, los 25 residente de un geriátrico de la Gran Via porque el que era su hogar será pronto un piso de precio inalcanzable para la gran mayoría de los barceloneses.

Gerard Mena, durante el pregón.

Gerard Mena, durante el pregón. / MANU MITRU

El pregón, lo dicho, ha sido, más que eso, un pregón, un discurso antes de la batalla del día de San Crispín. En el fondo, no deja de tener su gracia el hecho de que la cita de este fin de semana en la Dreta de l’Eixample sean en realidad dos fiestas. Una, la llamada mayor, que ha tomado la calle de Girona y una porción del paseo de San Joan, lleva el sello vecinal. La otra, en la calle de al lado, Bruc, es en realidad la Fira Modernista, otro éxito de público, impulsada en este caso por los comerciantes del barrio. La gracia estriba en que la segunda se caracteriza por la teatralización que aportan los aficionados a los vestidos de época. Se pasean de aquí para allá tal y como vestían las clases más pudientes de la ciudad cuando estas le encargaban a los arquitectos del modernismo que les levantaran una finca aún más imponente que las de sus vecinos. Más o menos así creció la Manzana de la Discordia. La Dreta de l’Eixample nació hace 160 años como un bosque de propiedades verticales, de propietarios afincados en el piso principal y arrendatarios desde el primero y hasta la última planta. Aquella fórmula, llegado el siglo XXI, ha convertido el barrio en el perfecto portaaviones para que aterricen los fondos de inversión.