Ponència del Nomenclàtor

Glòries reserva a Freddie Mercury y Montserrat Caballé su rincón más íntimo

El día en que Freddie Mercury cayó a los pies de Caballé

Las dos sillas dedicadas a Caballé y Mercury, en Glories.

Las dos sillas dedicadas a Caballé y Mercury, en Glories. / Macarena Pérez

Carles Cols

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Barcelona
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Freddie Mercury y Montserrat Caballé, pareja que a poco que se tira del hilo de su amistad guarda tan entrañables parecidos con la que en su día fueron Rock Hudson y Elisabeth Taylor, tendrán un lugar dedicado a su memoria en Barcelona. No será ni una calle ni un monolito ni una placa, y tampoco estará a los pies de la Font Màgica de Montjuïc, donde ambos juntaron sus portentosas voces el 8 de octubre de 1988 para interpretar lo que cinco años después sería un himno de los Juegos Olímpicos de Barcelona. A Mercury, como Hudson poco antes, se lo llevó por delante el sida cuando esta era una enfermedad sin remedio. Caballé fue la Taylor del cantante de Queen en aquellos momentos fatales. El homenaje será en el extremo contrario del Eixample. En Glòries, se ha dicho estos días sin aportar muchas más indicaciones. Descubierto el lugar exacto, hay que reconocer que tiene su encanto.

Aún no hay nada que indique que ese será el lugar, o sea, los nombres de ambos estampados como sea, en la pared o en el suelo, pero el lugar seleccionado es el rectángulo peatonal del tramo de la Gran Via en la que esa avenida engulle bajo tierra los coches, el tramo comprendido entre Castillejos y el nuevo parque de las Glòries. Queda enmarcado por el imponente bloque de la promoción de vivienda pública de la Illa Glòries. Una rampa escalonada salva parte del desnivel. En uno de sus extremos, tres sillas de tenista, por bautizarlas de algún modo, dos de ellas juntas, como dedicadas a Caballé y Mercury, miran en dirección al centro de la ciudad. Por eso el hasta ahora ambiguo anuncio de la Ponencia del Nomenclátor simplemente señala que se tratará de un mirador. Lo es realmente.

Montserrat Caballé y Freddie Mercury.

Montserrat Caballé y Freddie Mercury. / ANTONI CAMPAÑÀ

El estreno de Glòries como nuevo foro de la vida ociosa de la ciudad ha sido espectacular. El parque, plaza o, lo dicho, foro es un puzle de piezas a cuál más singular. Al óvalo vegetal que ya llevaba meses como lugar de descanso le ha salido como competidor el bosque de bambú como rincón en el que descansar. A la montaña de toboganes también le ha salido, desde el punto de vista infantil, un poderoso rival, esa casi cinta de Moebius del otro lado de la plaza en la que los niños y bastantes adultos dan vueltas de una anillo a otro. El caso es que con esos y otros puntos de interés, el mirador futuro dedicado a Caballé y Mercury ha pasado hasta ahora bastante inadvertido y, cara al futuro bautismo de aquel lugar, quizá merezca la pena recapitular lo que pretende recordar, porque a día de hoy, padrón en mano, son una minoría los barceloneses que vivían en esta ciudad en 1992.

Lo contó a la perfección hace siete años el crítico musical Jordi Bianciotto. La primera vez que el cantante de Queen vio a Caballé fue sobre un escenario, durante una representación de ‘Un ballo in maschera’ en el Royal Opera House de Londres. Él, cuya fascinación por la ópera resultaba evidente a la vista de que en 1975 sacó en forma de ‘single’ el loco tema ‘Bohemian Rhapsody’, compró su entrada por Luciano Pavarotti, pero cuando la Caballé entró en segundo acto, se enamoró de aquella voz.

No escondió jamás su fascinación por aquella mujer. Aseguró incluso que sería un sueño hecho realidad cantar un día a su lado. Carlos Caballé, hermano de la soprano, recogió aquel guante y les reunió en el Hotel Ritz de Barcelona en 1987. La cantante ya estaba en la agenda de los organizadores de los Juegos Olímpicos. Que Mercury se sumara a la programación cultural de la cita deportiva fue así más sencillo, pero la guinda de aquel encuentro es que, cuando días más tarde, Caballé fue a casa de Mercury, este descubrió que la cantante conocía el repertorio de Queen. Con copas de champán sobre el piano, cantaron hasta la madrugada. Años más tarde confesó Caballé que de inmediato descubrió que Mercury estaba tocado por Euterpe, la musa de la música.

El rincón de Glòries que se dedicará a la pareja será un poco un recuerdo de cómo se gestó ‘Barcelona’, el tema que ambos interpretaron con una deliciosa sintonía junto a las fuentes de Montjuïc, cuando aún faltaban cuatro años para los Juegos Olímpicos, pero será más, según se mire, un espacio dedicado a cómo Caballé fue uno de los puntos de apoyo que Mercury tuvo en todo momento cuando descubrió que el sida iba a ser inmisericorde con él. Ella estuvo a su lado. Las sillas, fenomenal lugar para subirse a conversar, tal vez representen aquello.