La última morada
Las dos sepulturas del soldado republicano Julio Lizana
Fallecido en 1939 en Bellprat, pasó 83 años enterrado en el punto de su muerte hasta que la Generalitat lo exhumó sin avisar a la familia
¿Quién recuerda al combatiente republicano Julio Lizana?
La Generalitat traslada el cementerio de Claravalls los restos de un combatiente republicano fallecido en 1939

Carles, Sònia y Yolanda Lizana (colocando una flores) y Pere Ventura, el pasado sábado en el Cementerio de Claravalls. / Joan Revillas

Julio Lizana Rodríguez se fue a la guerra sin avisar a su mujer. Nacido el 21 de agosto 1907 en Barcelona, tenía un hijo de un año, Antonio, cuando, en 1938, dejó su casa para combatir por la República en la Guerra Civil (1936-1939) como miembro de la 137 Brigada Mixta. Meses después, el 16 de enero de 1939, el impacto de un explosivo le mató. Con 31 años, Lizana fue enterrado donde murió, un terreno situado entre dos campos de cultivo en el municipio de Bellprat (Anoia). Su madre y su esposa supieron en seguida que descansaba allí. Y allí estuvo 83 años enterrado. La familia lo visitó durante décadas y nunca se planteó cambiarlo de sitio.
Según sus tres nietos, hijos de Antonio, que falleció en 2001, antes de tomar las armas, Lizana le pidió a su madre, Carolina, que fuera ella quien le explicara a su esposa, Palmira, que se iba. Estaba convencido de que si se lo decía él, ella no le dejaría abandonar Barcelona. Varios vecinos se habían escondido para no ir a la guerra y así lograron sobrevivir.
Al parecer, Lizana se fue sin dudarlo: “Era un republicano convencido”, explica Carles Lizana Blaya, 61 años, el mayor de esos nietos. Él, su hermana Yolanda, de 60 años, y Sònia, de 53, acudieron el pasado sábado al cementerio de Claravalls, en Tàrrega (Urgell), para mantener un encuentro con EL PERIÓDICO, junto con Pere Ventura, vecino de Igualada, historiador aficionado de la Guerra Civil en Catalunya y electricista de profesión.

La placa que recuerda el caso del soldado Lizana. / Joan Revillas
El cementerio
La cita se dio en ese camposanto porque Julio Lizana reposa ahora en un nicho del cementerio de Claravalls a menos de 60 kilómetros de donde murió. Hizo un último e imprevisto viaje en 2022, después de que en octubre de ese año sus restos fueran exhumados por la Generalitat de Catalunya, como una de las actuaciones incluidas en el plan de ‘Fosses’ del Govern. El pasado 6 de septiembre, en una ceremonia en la que participó el ‘conseller’ de Justícia, Ramon Espadaler, fue enterrado en un nicho de Claravalls, que todavía no cuenta con una lápida, ya encargada.
¿Por qué Claravalls? Porque Julio y su mujer frecuentaban la zona, donde visitaban a menudo a unos amigos. Con los años, la familia empezó a veranear en el lugar. Ahora una de las hermanas, Yolanda, vive en Tàrrega. Sus hermanos siguen veraneando aquí. Por eso la familia decidió que este fuera el último destino para el abuelo. Porque no le era extraño.
La carta
¿Cómo conoció la Administración catalana el caso de Julio Lizana? Ahí entra Pere Ventura, un hombre que conoce al dedillo cómo afectó la Guerra Civil a esta parte de Catalunya y que es un experto en la batalla de Santa Coloma de Queralt. Un día se encontró con una cruz en un campo, la que estaba puesta sobre la tumba improvisada del soldado fallecido en 1939. Pasó unos años sin saber quien podría estar enterrado allí, hasta que testigos de ‘masies’ cercanas le informaron de que allí yacía un soldado de la Guerra Civil.
Años después, en 2020, Ventura descubrió que alguien había puesto el nombre del muerto, y sabiendo ya cómo se llamaba Julio, avisó al Memorial Democràtic del Govern, que en octubre de 2022, sin haber localizado a la familia, desenterró los restos para analizarlos. Después de la exhumación, Ventura envió una carta a EL PERIÓDICO en noviembre de 2022 con la que pretendía que los familiares del soldado supieran de la situación. Ventura está convencido de que Lizana participó en la Batalla del Ebro.

Los tres hermanos y el experto en la Guerra Civil, en el exterior del camposanto. / Joan Revillas
En cuanto a los familiares, que durante se toparon con su abuelo había sido desenterrado sin que nadie se lo dijera. “Se han llevado al abuelo”, avisó Yolanda a sus hermanos. En septiembre de 2022, un mes antes de que se produjera la exhumación, Carles Lizana había acudido a cambiar la cruz de hierro, que había reemplazado a una inicial de madera, por otra nueva. Por poco no lo encuentra en el sitio en el que pasó ocho décadas.
La historia de Carolina
Cuando todavía indagaba sobre la identidad del caído en combate, en Bellprat le dijeron a Ventura que del soldado no sabían mucho, pero de su madre, sí. Carolina Rodríguez debió de sentir tal impacto por la muerte de su hijo que decidió trasladarse de Barcelona hasta esa zona. Allí vendía “’vetes i fils’”, dice Carles, bisnieto, como Yolanda y Sònia, de la señora, a la que llegó a conocer. La mujer iba de masia en masia con dos maletas con trapos, hilo, botones. Era frecuente que le pusieran un plato en la mesa, que la dejaran dormir en un pajar.
Se la veía visitar el lugar donde estaba enterrado su hijo con un niño, que no era otro que su nieto, el hijo de Julio Lizana, padre de los tres hermanos reunidos en Vallclara. Carolina se hizo querer. Tanto, que en Bellprat había otra Carolina más joven que recibió ese nombre en homenaje a la madre de Julio. En cuanto a Palmira, sus hijos explican que cuando le iba a ver volvía a acordarse de cómo se fue sin avisarla: “Ay, Julio, quisiste venir y aquí te quedas”. Pero también recordaba de memoria las cartas que este le envió desde el frente.
Trabajar para el enemigo
Palmira nunca se volvió a casar y tuvo, dicen sus nietos, los hijos de Antonio, la desgracia de tener que trabajar para los que habían matado a su marido: planchaba en el Centro Cultural del Ejército y la Armada, conocido como el Casino Militar, que estaba junto a lo que ahora es El Corte Inglés de la plaza de Catalunya.
Al final, los nietos, no ven mal que su abuelo esté en el cementerio, aunque no olvidan el malestar que supuso que lo exhumaran sin avisar, máxime cuando Sònia había enviado información sobre el caso de su abuelo al Memorial Democràtic. “Si hubieran buscado el nombre, hubieran encontrado la información en sus propios archivos”, subraya Carles. Cuando Yolanda vio la carta a EL PERIÓDICO no entendía nada: “¡Qué va a estar perdido nuestro abuelo!”. Y entonces contactó con Ventura y le dijo: “Ahora sí está perdido”.
Las razones para que el Govern desenterrara al soldado, al margen de que así lo prevé la ley de memoria, son las obvias: el riesgo de que alguien, o cualquier obra en la zona, se llevara el cuerpo por delante. Pero hubiera sido un detalle que los familiares hubieran podido asistir al acto, algo que, recalcan, es preceptivo en estos casos. Tampoco Ventura pudo asistir. No le avisaron, pese a que él alertó sobre el cuerpo del soldado, de cuyo caso se siente muy próximo.
“Para mí era mi soldado, porque es de los pocos republicanos que tengo identificados en la zona”, explica. Él y los tres hermanos se despidieron el sábado con toda cordialidad. Donde estaba Julio quedó el agujero de su primera sepultura. Ahora descansa en la segunda y definitiva.
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