Nueva exposición
Montjuïc amplía el museo de carrozas con una valla salvada de un saqueo y otras joyas de los cementerios de Barcelona
Cementiris de Barcelona repone la baranda desvalijada hace casi dos años con una réplica fiel y planea engrosar el espacio de exposición con piezas valiosas recuperadas de sepulturas de los camposantos de la ciudad
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Una de las carrozas exhibidas en la colección del cementerio de Montjuïc, en Barcelona. / JORDI OTIX

Aún queda mucho por descubrir de uno de los patrimonios más suntuosos, extensos y quizá todavía no suficientemente reivindicados que Barcelona alberga. No es otro que el arte funerario, el inventario vasto de panteones, lápidas y esculturas que embellecen los cementerios, como museos al aire libre. La festividad de Todos los Santos, jornada de trasiego en la vigilia del día de los difuntos, es una ocasión propicia para zambullirse en el legado inspirado por la muerte que siembra los nueve camposantos de la capital.
Da como para deambular sin rumbo fijo, dejándose sorprender, o guiarse con las rutas que se ofrecen con regularidad. Otra opción que Cementiris de Barcelona brinda desde este sábado es una nueva muestra permanente de piezas del repertorio de arte mortuorio de la ciudad, con que se amplía la colección de carrozas del cementerio de Montjuïc, única en Europa por la cantidad de carruajes originales del siglo XIX y las primeras décadas del XX que conserva.
A partir de este fin de semana, el espacio museístico de la gran necrópolis de la urbe crece con una sección que, por el momento, exhibe siete obras entregadas por los propietarios de los sepulcros o recuperadas de tumbas abandonadas u olvidadas, a menudo por falta de descendientes y herederos. Entre las joyas expuestas figura el único trozo de valla que se salvó de la rapiña que la emprendió hace casi dos años con el panteón Coromina, una virtuosa sepultura modernista que aparece en los itinerarios de Montjuïc. Buena parte de la barandilla de bronce se desvalijó en tres asaltos cometidos en apenas un mes en el conjunto escultórico, datado de 1907.

El fragmento original de la barandilla del panteón Coromina que se ha trasladado a la colección de carrozas del cementerio de Montjuïc para ser exhibida. / JORDI OTIX
El robo obligó a recurrir a la videovigilancia. Los dispositivos de visión siguen colgados alrededor de la tumba para disuadir a los ladrones. De hecho, Cementiris de Barcelona prevé dotarse de 92 cámaras nuevas para reforzar la seguridad en ocho cementerios, de las que 35 se ubicarán en Montjuïc.

Parte de la réplica de la valla ya repuesta en el panteón Coromina, en el cementerio de Montjuïc, en Barcelona. / CEMENTIRIS DE BARCELONA
Réplica en hierro
En paralelo, la baranda desaparecida se ha rehecho en hierro, fiel al refinamiento de la original. La réplica se está instalando, tras un trabajo minucioso para reproducir las virguerías florales de la barrera que envolvía la estatua del sepulcro. El director de Cementiris de Barcelona, Miquel Trepat, explica que está cerca de acabarse de reponer el vallado. Resalta la maestría de la reproducción, obra de Xavier Santos, del taller Forjas Santos e hijos de Badalona, uno de los contados negocios en Catalunya capaz de imitar una labor de orfebrería propia de otra época. El coste de la copia es de 70.000 euros y la compañía de seguros lo asume.

Detalle de la réplica de la valla que se ha recolocado en el panteón Coromina, en el cementerio de Montjuïc, en Barcelona. / CEMENTIRIS DE BARCELONA
Con las obras para reparar los daños causados por el hurto, el fragmento auténtico de la balaustrada se ha retirado del mausoleo y se ha trasladado a la colección de carrozas. Una vez restaurada, se ha librado del tono oscuro que adquirió a la intemperie y ha recobrado el matiz brillante primigenio.
Aunque resulta destacada por haber atraído a los saqueadores, la valla no es el único nuevo inquilino que comparte estancias con las carrozas. La colección se ha enriquecido también con una losa diseñada por el arquitecto modernista Josep Puig i Cadafalch para la sepultura del barón de Quadras. Además, incluye dos tallas de la Virgen María -una de ellas de un escultor ilustre del siglo XIX, Venanci Vallmitjana-, otra de un ángel y dos plafones con unas plañideras.

Sala con las carrozas expuestas en la colección del cementerio de Montjuïc, en Barcelona. / JORDI OTIX
Cuando acabe de restaurarse, se exhibirá la primera lápida que se colocó tras el primer entierro que se practicó en el cementerio de Montjuïc. Se instaló el 19 de marzo de 1883 y luce el nombre de Josep F. Fonrodona, un indiano que llegó a ser alcalde en la población cubana de Matanzas. Al regresar, fundó en Badalona la industria azucarera más grande de España.

Los tres vehículos fúnebres a motor históricos que se muestran en la colección de carrozas del cementerio de Montjuïc, en Barcelona. / JORDI OTIX
Por ahora, son las primeras piezas de la exposición que se quiere ir nutriendo para ir componiendo un muestrario selecto de arte mortuorio de la ciudad. La idea de Cementiris de Barcelona es engrosarla con más incorporaciones que complementen la colección de carrozas, a través de las cuales se da cuenta de los rituales, la simbología y el boato de las desaparecidas comitivas fúnebres. Existieron en Barcelona hasta la década de los años 50 del siglo pasado.

Colección de carrozas del cementerio de Montjuïc, en Barcelona. / JORDI OTIX
“El número de caballos y curas en la comitiva eran indicativos de la capacidad económica del difunto”, cuenta Adrià Terol, historiador y gestor cultural de Cementiris de Barcelona. “Un carruaje tirado por ocho caballos era un entierro de gran lujo y el más simple era con uno o dos -desgrana-. También variaba según la vestimenta de los cocheros, los adornos, los añadidos, los tejidos de los enlutados, si los niños de la casa de caridad iban como acompañamiento… En el último tercio del siglo XIX, el alquiler más caro de una carroza con todos los complementos costaba 250 pesetas”.
Aunque no circuló por las calles de la capital, una carroza tirada por caballos recorrió el cementerio de Montjuïc no hace más de una década para trasladar un ataúd hasta la sepultura. Es la última vez que se recuerda algo así en Barcelona. Se trataba de una carroza moderna, no uno de los modelos fechados entre 1870 y la década de los 30 del siglo XX que componen el museo, que cuenta con 13 carruajes fúnebres, seis de acompañamiento y tres coches a motor.
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