Retrospectiva
El revulsivo para la Mina que no pudo ser: cómo el gran plan del 2000 se frustró por la crisis y la pobreza
El precedente del proyecto de transformación que la Generalitat ahora retoma para el barrio quedó inconcluso tras plantearse hace 25 años, con el retraso en el desalojo y el derribo del bloque Venus como muestra más evidente
La Generalitat promete invertir más de 100 millones en La Mina para desencallar cambios pendientes
El gran desalojo del bloque Venus de La Mina se acelera con medio centenar de pisos y locales tapiados

Los tejados del edificio Venus en el barrio de La Mina, en estado deplorable. / Ferran Nadeu
Durante años, quienes cruzaban la Ronda Litoral a su paso por Sant Adrià de Besòs podían ver un cartel optimista que proclamaba: “Mira La Mina com canvia”. Era el lema del ambicioso plan de transformación iniciado por el últim Govern de Jordi Pujol en el año 2000 y retomado e impulsado después por el tripartito.
Un cuarto de siglo después, aquel cartel aún sigue instalado pero una parte considerable del plan no llegó a cumplirse. La crisis financiera, la parálisis política y la falta de impulso institucional dejaron el proyecto a medio camino. Ahora, el gobierno de Salvador Illa pretende recuperar aquella iniciativa inconclusa con un nuevo plan de transformación y futuro para La Mina, con 2030 como fecha límite para ejecutarlo y presentado por el propio president este miércoles en el barrio.
Encajonada en los márgenes de Barcelona, La Mina es un barrio que nació con urgencia y escasa planificación para realojar a los habitantes de asentamientos de la capital. En sus calles aún pesan los estigmas del antiguo barraquismo, la marginalidad, el abandono escolar y el impacto de las drogas. Aunque hace más de dos décadas que las administraciones se comprometieron a revertir esta situación, muchos de sus vecinos siguen esperando que ese cambio llegue de verdad.
La joya del plan
El proyecto estrella del plan de transformación de hace 25 años era el realojo de las familias del enorme bloque de la calle Venus, inmerso en una degradación permanente y simbólico de los problemas a resolver en el barrio. El edificio suma 244 viviendas en una de las calles donde menos renta se declara en el área metropolitana. A sus residentes se les prometió ser trasladados a una vivienda digna, pero la realidad fue muy distinta. “Es un plan que nunca ha salido a la luz”, denuncia Paqui Jiménez, portavoz de los afectados de Venus y vecina del bloque desde los años 70, cuando se construyó. Más de 20 años después, muchas de esas familias siguen esperando a que se les facilite salir del inmueble antes de ser derribado.
El realojo del bloque de Venus para derribarlo ha sido tortuoso desde que se previó en el 2000 y no se ha empezado a acelerar hasta este verano
El realojo del bloque de Venus ha sido un proceso tortuoso. Solo desde agosto de 2024 empieza a avanzar: ahora se contabilizan medio centenar de domicilios y locales desalojados, con sus propietarios indemnizados o realojados al acelerarse el proceso de expropiación este verano, tras años de bloqueos legales. El caso llegó hasta el Tribunal Superior de Justícia de Catalunya (TSJC). Fue después de que el Govern organizara un sorteo en 2015 para adjudicar las viviendas construidas para trasladar a los vecinos afectados por la futura demolición. Los residentes de Venus quedaron relegados en aquel reparto, al no poder costear pagos de al menos 34.000 euros que se les exigió para canjear el domicilio condenado a desaparecer de Venus por otro recién construido. Esta decisión provocó indignación y tensiones en el barrio.
La finca debía haber quedado vacía en 2010, pero el estallido de la burbuja inmobiliaria en 2008 y la posterior crisis económica ralentizaron y aplazaron el proyecto. Del plan de transformación derivó la creación de la comisaría de los Mossos d'Esquadra, el espacio cultural y la biblioteca, la zona deportiva o el nuevo ambulatorio. Aun así, muchos objetivos no se cumplieron.

Vista del barrio de La Mina, en Sant Adrià de Besòs. / MANU MITRU
Los pasos de conexión que iban a abrirse en algunos bloques acabaron descartados, los túneles conflictivos siguen allí, siguen existiendo solares vacíos y degradados —“llenos de ratas y porquería”, se queja Jiménez—, y equipamientos prometidos como la guardería o el centro de día nunca se materializaron. Ahora reaparecen en la nueva hoja de ruta de la Generalitat para el barrio. “Después de expropiar los terrenos, no se hizo nada -lamenta Jiménez-. Son dos servicios básicos y están pendientes desde el plan del 2000. A mí, me daría vergüenza".
Un origen marcado por la urgencia
Para entender la historia de La Mina, es necesario remontarse a sus orígenes. En 1969, en los estertores del franquismo, comenzaron a levantarse los primeros bloques de la actual Mina Vieja. El objetivo era erradicar los últimos asentamientos de barracas en Barcelona. Zonas como el Camp de la Bota, el Somorrostro, Montjuïc, la Perona o Can Tunis se desmantelaron a lo largo de un prolongado periodo de tiempo y sus habitantes fueron reubicados en La Mina. Al levantarse, esta zona de Sant Adrià carecía de una planificación urbana adecuada y diversos servicios básicos. En muchos casos, ni siquiera contaba con calles asfaltadas.
La crisis económica contribuyó a ralentizar y aplazar el proyecto para desalojar y echar abajo Venus, que debía haber culminado en 2010
Poco después, ante la necesidad de realojar a más familias, se crearon las viviendas de la Mina Nueva, a partir de 1972. De las 1.871 viviendas construidas, muchas se concentraron en altos bloques de hasta diez plantas, formados por centenares de pequeños pisos que generaron una altísima densidad de población. El barrio creció rápidamente y, en la actualidad, alberga a cerca de 11.000 personas.
En el año 2000, tras décadas de estigmatización y carencias estructurales, las administraciones pusieron en marcha el Consorcio de la Mina, creado para coordinar medidas en urbanismo, convivencia, educación, empleo y servicios. Impulsado por la Generalitat, la Diputación de Barcelona y los ayuntamientos de Barcelona y Sant Adrià, su misión era ambiciosa: transformar la Mina y revertir su exclusión.
El diagnóstico institucional era claro: aislamiento físico y social, degradación urbanística y ambiental, paro estructural, economía sumergida, tráfico de drogas y conductas incívicas. La respuesta debía ser una intervención transversal, capaz de mejorar la habitabilidad, fortalecer el tejido vecinal y normalizar la vida en el barrio. Veinticinco años después, La Mina sigue esperando que cale la transformación prometida, en Venus y más allá. "Hablamos de vidas humanas, debería de haber un cambio ya", concluye Jiménez.
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