Un adiós inesperado
Muere Lluís Permanyer, más que un cronista, historia de Barcelona
Una placa en Bruc 49 rinde homenaje a Cerdà en el que fue su hogar en el Eixample
El Eixample de antes y el desaparecido, eterno gracias a Efadós y Permanyer

Lluís Permanyer, en su casa, junto a la mesa de su despacho y su gigante biblioteca personal. / PEPE ENCINAS

Ha muerto Lluís Permanyer o, dicho de otro modo, Barcelona ha perdido a uno de sus mejores cronistas, un periodista de un saber oceánico sobre las historias pasadas y recientes de esta ciudad, un colega de profesión con el que siempre era un placer discrepar, aunque en argumentos siempre tenía las de ganar. La he sobrevenido la muerte a los 86 años y ha sido en cierto modo una sorpresa, porque no era infrecuente hasta hace nada encontrarse con él en presentaciones de libros o simplemente de paseo por las calles del Eixample. Educadísimo, su ya icónico bigote no impedía en esas felices ocasiones que se intuyera una sonrisa de alegría por el fortuito encuentro. Y, tras el saludo, siempre tenía una opinión. “Insisto, el monumento a Ildefons Cerdà lo tiene que poner el Ayuntamiento de Barcelona en el cruce de la Gran Via con el paseo de Gràcia, en lugar de esa fuente”. Era esa una de tantas batallas simultáneas que de forma incansable libraba desde su artículo semanal en ‘La Vanguardia’, donde escribía desde 1966, tras un memorable paso antes por la revista ‘Destino’.
Permanyer era titulado en Derecho, de ahí quizá su pasión a la hora de defender causas o fiscalizar el trabajo arquitectónico o urbanístico mal hecho, pero en realidad era un polímata, y lo era desde niño. Nació en 1939, estadísticamente (este dato, seguro que los sabías, Lluís) el más estéril en partos de todo el siglo XX y hasta la actualidad. Fue uno de los poquísimos 8.922 bebés que fueron alumbrados en la ciudad nada más terminar la Guerra Civil, el principio de un muy mal momento, pero en su caso la fortuna fue que creció en un hogar en el que los libros abundaban y en el que las salidas de fin de semana eran a menudo para visitar exposiciones, sobre todo de arte. Puede que no haya mejor escuela de periodismo que esa, la lectura y el apetito cultural. Siguió practicando ambos ‘vicios’ el resto de su vida y devolvió todo ese saber a través de no menos de 80 libros y un sinfín de prólogos extraordinarios. De Jorge Luis Borges hay un tomo que recopila solo los prólogos de sus novelas preferidas, como las ‘Crónicas marcianas’ de Ray Bradbury o el ‘Macbeth’ de William Shakespeare. Es un volumen tan imprescindible en las librerías como lo sería una recopilación de todas esas aproximaciones de Permanyer hacía a tantas y tantas cuestiones, siempre, además, con una capacidad de edificar un estupendo relato a partir de lo que en principio podría parecer una simple anécdota. Las atesoraba a miles. Con motivo del bicentenario del paseo de Gràcia, por ejemplo, reunió a su fiel parroquia de lectores y rememoró detalles que, si no fuera por él, habrían caído en un eterno olvido, como el susto que se llevó Evelyn Waugh cuando paseó por delante de la Casa Batlló y creyó que aquello no podía ser otra cosa que el consulado de Turquía o de cualquier otra tiranía de Oriente. A sus charlas había que ir siempre con libreta y bolígrafo. Quién si no podía tener referencias de que la Casa de les Punxes albergó un burdel en los años 20.
Generoso en vida y en su adiós
En un sentido adiós como este, es imprescindible subrayar su gran generosidad, incluso ahora que ya no está entre nosotros. Quiso donar su cuerpo a la ciencia, así que su funeral será todo lo atípico a lo que obligan este tipo de decisiones. Pero de su generosidad en vida se puede destacar la ayuda que prestó para que, mano a mano con EL PERIÓDICO, una placa recordara dónde vivió Cerdà cuando fue el padre de este distrito vecino del Eixample. Encontrar la dirección exacta fue un puzle nada fácil de completar y Lluís (mil gracias por ello) aportó una de las piezas.
Lo recordaban esta misma mañana sus compañeros de diario en el primer obituario que han tenido tiempo de armar nada más conocer la triste noticia. Permanyer tuvo amistades ilustres: Joan Miró, Antoni Tàpies, Antoni Clavé, Carlos Saura y, cuando Stephen Hawking visitó Barcelona, no pudo tener un mejor anfitrión que Lluís. Lo que será inolvidable, sin embargo, es que a cualquier amante de Barcelona, por poco relevante que fuera, le trataba con igual educación, respeto y complicidad que si fuera Eduardo Chillida, otra de sus grandes amistades, de la que, por cierto, la ciudad heredó la escultura del parque de la Creueta del Coll.
A lo largo de su vida recibió más que un póquer de reconocimientos. Premio Luca de Tena, Ciutat de Barcelona, Pere Quart d’Humor i Sàtira, Premio Nacional de Periodismo, pero, más que por eso será recordado por sus nunca neutras aproximaciones literarias a la arquitectura más fea de Barcelona, al esplendor de la burguesía, al eterno fiasco de la plaza de Catalunya, a los avatares de El Molino, también por su afán de coleccionar frases tronchantes de Pich i Pon… Su capacidad de trabajo, por qué no admitirlo, era de sana envidia. En 2015, con 76 años, cuando otros prefieren la comodidad de la jubilación, sacó de imprenta nada menos que casi 900 páginas ilustradas con la historia del Eixample. Es un libro de consulta obligada, un legado eterno ante el que no queda más que añadir, otra vez, gracias Lluís por tu amistad.
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