Un ave intimidante
El vecino de Sants que no puede salir a la azotea de Sant Jordi a Sant Joan por el acecho de una gaviota
Los amagos de ataques de uno de estos animales, que quiere proteger a sus polluelos de cualquier riesgo, veta el acceso a la terraza durante dos meses al año
La Barcelona de las gaviotas

Carles Bellsolà, con el búho de plástico con el que trata de amedrentar a la gaviota para que anide en otro lugar. / Manu Mitru


Toni Sust
Toni SustPeriodista
Escribo sobre Barcelona desde 2016. Antes lo hice sobre Política social (2011-2016) y sobre Política catalana y española (2001-2011).
Profesor asociado de Periodismo en la UPF.
Carles Bellsolà mira al cielo estos días en busca de una respuesta. Pronto sabrá cómo serán las próximas semanas. Si podrá salir tranquilamente a tomar el aire a la azotea de su edificio, o si tendrá que hacerlo con cuidado, con un paraguas, para tender la ropa a toda prisa con un ojo puesto en la gaviota que le acecha, y evitar así que le acabe atacando.
Es un futuro inmediato que solo depende de la decisión que tome el animal: si anida cerca de su casa, algo que ha pasado en cinco de los últimos seis años, la azotea será un lugar prohibido durante dos meses. Temerosa de que sus crías estén en peligro, la gaviota no permitirá ninguna presencia sin atacar.
Bellsolà entró a vivir en un ático de la calle de Sants, en el barrio del mismo nombre, en 2012. Es una finca bonita, antigua, sin ascensor. Su vivienda no es muy grande, cerca de 40 metros cuadrados, pero es agradable, y además cuenta con un espacio cercano para oxigenarse: en el mismo rellano, delante de su piso, tiene la puerta que da a la azotea del inmueble, un lugar en el que respirar y estar al aire libre. Las vistas son muy buenas. En dirección a Montjuïc, por el lado de la calle de Sants, y a la trama urbana de Sants, por la parte anterior, la que da a la calle del Masnou.
Vuelos rasantes
Pero un día, a principios de abril de 2019, las cosas se torcieron. “Venía a tender la ropa, y aunque es normal ver gaviotas ese año había una que hacía vuelos cada vez más rasantes, se acercaba cada vez más. Me acojoné un poco”. Se puso en contacto con el Ayuntamiento de Barcelona. “Me atendieron amablemente, vino un técnico muy simpático”. El técnico preguntó: “¿Dónde está ese nido? Que me lo llevo”. Nunca, en todos estos años, Bellsolà ha visto el nido de la gaviota, ni a sus pollitos. Están en un punto más alto, unas decenas de metros más arriba, en la azotea del inmueble colindante. Pero desde abajo no se ve.

El vecino, en el lado de la terraza que da a Montjuïc. / Manu Mitru
El técnico le explicó que la solución era retirar el nido, pero también le dijo que trepar desde su azotea era imposible. Era, pues, necesario que la finca de los vecinos permitiera el acceso. Cuando se logró ese permiso, los especialistas subieron. Es un tejado a dos aguas, dos rampas unidas, al que los vecinos no pueden subir. Por un acceso previsto para casos excepcionales, los especialistas vislumbraron el nido y concluyeron que retirarlo supondría un riesgo excesivo para la salud de los operarios. Como entre la llamada y la primera visita habían pasado unos días, para entonces ya era el 30 de mayo. El técnico le dijo al vecino que en breve la molestia cesaría, que en tres semanas la gaviota dejaría de amenazarle y pondría fin a su vigilancia.
Cría, huevos, pollitos
El periodo en el que las gaviotas ponen huevos y nacen las crías, de dos a tres cada año, empieza aproximadamente en Sant Jordi y concluye en Sant Joan. Tienen por hábito repetir el lugar que eligen para instalar su nido. Después de la verbena, Bellsolà y su esposa, Laia Cugota, ya pueden salir tranquilamente a la azotea, pero, claro, han perdido los dos mejores meses para frecuentarla.
A partir de marzo ya no hace frío, y todavía no ha llegado el calor tremendo del verano en Barcelona. Esas semanas son las más idóneas para salir a comer a la terraza. Pero si viene la gaviota, eso no es posible. Como si se aferrase a la posibilidad de que este año no hubiera nido, Carles lo va repitiendo: “Todavía no lo sabemos. Es pronto todavía para saberlo”.
Más agresiva con él
Su mujer parece menos esperanzada ante lo que se aproxima. Muestra una foto del jueves pasado, 10 de abril. Una gaviota colocada en el punto más alto del edificio colindante. Uno de los sitios donde estos años ha estado vigilando para que nadie ponga en peligro a sus crías. Carles no sabe si es la misma, pero lo sea o no cada año se pone en ese punto o en aquel en el que se unen las dos partes del tejado a dos aguas de los vecinos. Esperando a que el hombre salga al tejado para amedrentarlo.

Mal presagio: una gaviota, colocada en el lugar en el que suele estar vigilando cuando anida en esta zonaiempre está el ave cuando anida en esta zona, lo que sugiere que este año se repetirá el problema. / Laia Cugota
“No sabemos por qué, pero es más agresiva con él que conmigo”, cuenta su mujer. A Bellsolà, el técnico le recomendó que saliera con un paraguas para frenar la agresividad del ave. La imagen del vecino tendiendo la ropa con paraguas a pleno sol tiene que resultar de lo más llamativa y enigmática para los habitantes de los edificios cercanos.
La pandemia y el año del búho
Tras experimentar el primer año malo en 2019, Bellsolà decidió que si volvía a pasar avisaría en seguida. Pero claro, el año siguiente fue el de la pandemia, y la ciudad estaba confinada cuando fue llegando la etapa más peligrosa. “Ya ni llamé. La gente se estaba muriendo y yo con la gaviota”. Ese segundo año el problema se notó más. Confinado en casa, ni él ni su mujer pudieron aprovechar la azotea, idónea en ese momento de encierro general para pasar el rato. Pero en los dos meses citados no fue posible. En 2021 llamó preventivamente, pero entre que llegaba y no llegaba el ave, que volvió a llamar y que le llamaron, ya habían pasado los dos meses.
Un año no hubo gaviota. Fue en 2022. “Tuvimos otro tema. Escuchábamos un ruido monótono, cada pocos segundos. Nos dimos cuenta de que era un búho. Dedujimos que estaba en el parque de la Espanya Industrial. Era molesto, muy fuerte. El búho estaba toda la noche, desde que anochecía hasta la mañana haciendo ruido. Se ve que las gaviotas temen a los búhos”. Y ante el riesgo, el ave no acudió al lugar.
Los muñecos y los audios
En 2023 y 2024 Carles fue tirando: la gaviota volvió las dos veces. Dos meses sin terraza. Pero hace unas semanas, pasando por una tienda, se topó un muñeco en un escaparate, un búho de plástico, y vio la luz. “Dicen que tienes que ir cambiándolo de sitio para que las gaviotas crean que está vivo. Al parecer son muy inteligentes”.
Bellsolà tiene ahora dos búhos de plástico. Uno, con un coste de 15 euros, que se mueve con el viento. Otro, de 35 euros, que funciona con la luz solar, se mueve y emite un ruido, que dice que nada tiene que ver con el de verdad, con el que se oía en 2022, y que ahuyentó a la gaviota. Para complementar la presencia de estos bichos de plástico, la pareja se bajó por internet sonidos naturales de búho, y los ha estado emitiendo de noche en la azotea con un altavoz, a un volumen bajo, para no molestar a los vecinos. “Creo que no funciona porque la gaviota debe de pensar que el búho está muy lejos”. Carles se pregunta si al final lo del altavoz no será contraproducente a ese volumen: “Igual hace que se sienta más segura”.
A unos días para Sant Jordi, Bellsolà, que ha renunciado a tomar alguna medida que conlleve la eliminación física de la gaviota, se aferra a la posibilidad de que al final este año anide en otra parte. Mira al cielo: “Todavía no podemos estar seguros de si esta vez vendrá”.
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