El impacto del tiroteo
La violencia erosiona los esfuerzos de La Mina contra los estigmas: “Hay cansancio y enfado”
Entidades e instituciones del barrio sienten que los sucesos y la fuerte repercusión que obtienen realimentan los agravios que han caído sobre los vecinos y eclipsan los logros para que el vecindario progrese
La autoridad de los patriarcas en La Mina, en crisis por falta de relevo y conflictos más violentos

El rastro de un impacto de bala en el cristal del Casal Cívico y Comunitario La Mina. / EL PERIÓDICO

Las marcas de dos balazos permanecen tapadas tras una cartulina en una ventana de un centro de La Mina frecuentado por críos y familias del barrio. En el equipamiento, gestionado por la Generalitat, han recontado más de una decena de impactos de disparos en los cristales. “Hemos pedido que se solucione, porque nos parece contradictorio con hacer sentir que damos un acompañamiento emocional en un espacio de confianza y seguridad”, expresan en una entidad del Casal Cívico y Comunitario de La Mina, un emblema del tejido entregado a combatir los estigmas en este extremo de Sant Adrià de Besòs, pegado a Barcelona.
En el centro se declaran desubicados tras el intenso tiroteo que dos familias se cruzaron hace un par de semanas, que ha vuelto a poner el foco sobre las tensiones en el vecindario y a eclipsar los esfuerzos para revertir el cliché de la marginalidad. “Sentimos que es uno de los peores momentos en cuanto a violencia con armas de fuego que vivimos”, aseguran en el Casal.
“No recordamos episodios como el de ahora, que de la nada se acabe con 150 tiros”, recalcan. “No sabemos interpretar qué es lo que pasa y hay la sensación de que el miedo se ha agravado -prosiguen-. La comunidad está a la defensiva, hay mucha irascibilidad y conflictos pequeños acaban siendo muy graves. En los últimos meses, casi cada semana hay incidentes donde por medio hay armas de fuego, algunos con más repercusión mediática que otros más pequeños. La participación, la implicación y el clima han cambiado mucho en el barrio”.
La virulencia de la reyerta del 7 de enero ha hecho revivir los agravios que han azotado a la zona. En una reunión con una quincena de personas en la Asociación de Vecinos de La Mina, son varias las que atestiguan haber sufrido desconfianza y desprecio al salir del barrio, en especial al buscar trabajo o al presentarse como residentes en un lugar donde la pobreza y el menudeo de droga perduran en ciertas calles.
“Es una lacra que llevamos desde los años 80 y la arrastraremos hasta que la administración quiera”, piensan en la asociación, crítica con las instituciones. “Desde el tiroteo, no se han puesto en contacto con la entidades que trabajamos para cambiar la situación -recriminan-. Nos sentimos abandonados. Tenemos un problema de seguridad, pero el problema gordo es social. A nivel socioeconómico, el barrio está hundido. De los más de 10.000 vecinos que somos, son cuatro o cinco familias las que la lían y se sienten impunes. Por mucho esfuerzo que hagamos, si hay ese núcleo oscuro, el barrio no puede tirar adelante”.
Agotados por la sospecha
La comunidad gitana representa en torno al 30% de la población de La Mina. “Dentro de ese porcentaje, hay una minoría que da problemas, pero parece que esa sea la identidad del barrio. Es muy injusto”, lamentan voces de los colectivos calés.
“Cuando pasa un episodio de estos, volvemos al principio, a ser sospechosos y a pagarlo fuera del barrio, a tener miedo a enfrentarnos al mundo real que va más allá de las fronteras invisibles en que se sitúa La Mina”, perciben. “Nos sentimos seguros en el barrio pero culpables fuera, y es durísimo que sea así, cuando estamos en contra de lo que ha pasado -abundan-. La sensación es que estamos condenados a un esfuerzo perpetuo, a tener que remar siempre. Hay cansancio y enfado”.
“Todos conocemos casos en que identificarse con ser del barrio ha cerrado puertas. Ser de La Mina no es neutro”, avisan en el equipo de Desdelamina, un portal de noticias comunitario que persigue revertir la estigmatización. La advierten en desplantes concretos -“algunos paquetes no llegan a ciertas calles”- y otros más sutiles, como que el hotel de cuatro estrellas inaugurado hace un año obvie en su publicidad que se halla en una esquina del barrio. “Sería bueno que hechos con connotaciones positivas dieran el paso valiente de asociar su nombre a La Mina. A los negocios, las empresas, los eventos deportivos y los actos culturales les cuesta venir aquí. Que solo se conozca lo negativo es una barrera”, reparan.
Jóvenes y armas
Uno de los referentes positivos del barrio es el instituto escuela La Mina. El último altercado apenas se notó en las aulas, donde las ausencias fueron contadas después de la pelea. “Es la vez que menos ha repercutido en el clima del centro. ¿En qué medida hunde nuestro trabajo? Cada vez menos”, aprecian.
El instituto escuela ha sido reconocido y tomado como ejemplo por otros centros en zonas vulnerables por haber reducido el absentismo. “Ha dejado de ser normal no venir a clase cada día, tenemos el centro más lleno que nunca”, subrayan.

El bloque de la calle Venus, en el barrio de La Mina. / MANU MITRU
Tras la pelea, el Ayuntamiento de Sant Adrià alertó que algunos muchachos tienen acceso fácil a armamento. “Hay jóvenes que tienen la violencia normalizada y conviven con las armas, porque están en la familia”, puntualizan educadores del barrio. Han estrechado tanto el trato con algunos chicos que les confiesan malestar y dejan entrever los vínculos que los amenazan. “Lo triste es que no los podemos romper -detectan-. Buscamos que encuentren sentido a la educación, trabajamos valores con ellos y cada vez pasa menos que se sientan observados y diferentes, por lo que no sienten el estigma. Pero, si la familia tiene armas sobre la mesa, ¿qué podemos hacer? Es muy complicado”.
Ganas de reivindicarse
“A muchas familias les preocupa qué dirán sus niños. Hay muchos silencios y los menores también tienen cierto temor”, evalúan en una entidad dedicada a atender a la infancia en La Mina. A través del juego y la cercanía, procuran romper tabúes. “Hay niños que juegan a reproducir situaciones vividas; de repente, una pieza de Lego puede simular que es una pistola -explican-. En los últimos días, nos hemos encontrado que sentían incomprensión y que tenían poco permiso para opinar, pero se abren porque somos personas de confianza para ellos”.
Las entidades palpan que los sobresaltos y el imaginario creado sobre La Mina minan los ánimos. “No nos derrumbamos porque, si no, el barrio estaría listo, pero sí que nos ponen más piedras en el camino”, exponen en la Asociación de Vecinos. No obstante, recalcan que los logros no se desvanecen y el afán de reivindicarse siempre rebrota. “Pesan más las ganas de seguir trabajando que los palos que se ponen en las ruedas”, valoran en organizaciones gitanas.
En el Casal creen que un suceso con tanta repercusión como el de este mes “invisibiliza” al resto de La Mina: “Hay una perseverancia que no se ve, porque sentimos las ganas de muchas personas de que el barrio salga adelante, cambiar el escenario y transformar la realidad. Incluso personas que han estado implicadas en algunos incidentes tienen esa ilusión. Falta muchas veces mirar la cara oculta del barrio, justamente la positiva, la que no tiene tanto eco. Todos los mensajes hacen sentir que aquí solo pasan incidentes violentos. Y detrás de palabras como ‘clanes’ y ‘tiroteos’, hay familias, niños y personas viviendo una vida muy precaria”.
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