Medida medioambiental
"Las pondré hasta que me den una alternativa": terrazas de Barcelona desafían el veto a las estufas de gas
Bares y restaurantes de la ciudad no tienen claro cómo conectar estufas eléctricas de la acera a la red de suministro de sus locales
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La llegada de 2025 trajo consigo la entrada en vigor de una prohibición que ha traído cola entre los hosteleros de Barcelona, la de colocar estufas de gas en las terrazas de bares y restaurantes. El veto estaba dispuesto en la ordenanza de terrazas que se aprobó en 2018, hace ya siete años, pero ha pillado a varios negocios a contrapié.
Una semana después del inicio de la restricción, todavía pueden verse calefactores en muchas aceras de la ciudad. Normalmente apagados durante la mayor parte del día y encendidos con discreción en momentos puntuales. Portavoces municipales apuntan que "son conscientes" de que ante la nueva medida "el sector tiene que hacer ajustes" y subrayan que el consistorio "pone en valor el esfuerzo que se está haciendo para ajustarse a la nueva normativa".
Prudentes y rebeldes
Bares como el Antico, en el paseo Sant Joan, han decidido curarse en salud y guardaron las estufas, que son de su propiedad, el mismo día 1 de enero "para cumplir con la normativa", como asegura uno de sus camareros. El trabajador apunta que, desde el día de Año Nuevo, el ayuntamiento no les ha dado ninguna indicación concreta, ni tampoco han recibido ningún control al respecto.
Ahora que la prohibición ya es efectiva, los establecimientos que coloquen calefactores de gas en sus terrazas se enfrentan a multas de hasta 1.500 euros. Aun así, no son pocos los que optan por vulnerar el nuevo reglamento ante la falta, según denuncian, de alternativas viables a las estufas alimentadas por butano. "Hasta que no me den una alternativa, he de confesar que las sigo poniendo por la noche, cuando el frío arrecia", admite el encargado de un bar, que ha preferido no ser citado.
En otro establecimiento que también reconoce encender las estufas de gas por la noche, la medida ha llevado a malentendidos entre responsables y trabajadores. "Leímos por Instagram que se iban a prohibir las estufas, pero los jefes no nos han dicho que las quitemos... Así que si alguien nos pide que las encendamos, lo hacemos", afirman las camareras de otro local del paseo Sant Joan que también optan por no ser nombrados.
Otro negocio de la zona, que también confiesa saltarse la nueva ordenanza, explica que retiraron las estufas el primer día laborable de 2025, pero que las volvieron a colocar más tarde. "El día que no las pusimos [las estufas] no se sentó nadie durante el mediodía", lamenta una de las trabajadoras de este restaurante. "Ya de por sí viene poca gente por el frío, especialmente por la noche", explica, "pero si podemos salvar el turno de la comida, lo vamos a hacer".
Difícil transición a la electricidad
Uno de los principales obstáculos que impiden a estos establecimientos instalar estufas eléctricas es cómo conectar a la corriente estos calefactores, que sí que están tolerados por la ordenanza. "Yo creo que podría conectarlos con una toma que me dejaron preparada unos obreros hace años, que me la hicieron porque me llevé muy bien con ellos, pero hasta que no me confirmen exactamente cómo puedo usarla no la voy a tocar", asegura uno de los anteriores hosteleros. "No sería la primera vez que cambio algo para que esté acorde con la normativa y me multan porque la solución tampoco es correcta", denuncia.
Fahad, uno de los trabajadores del bar Agababaa, tampoco tiene claro si puede conectar o no una estufa eléctrica a la red. Él sí que ha cumplido a rajatabla con la nueva normativa. El 1 de enero quitó la bombona de butano de su calefactor, aunque la estufa sigue en la calle porque no le cabe en su pequeño local del paseo Sant Joan. "Lo que quiero saber es si puedo acercar la terraza al local para poder enchufar directamente las estufas", se pregunta.
De momento, solo establecimientos como el 'Mustafa's can Gemüse Kebap' de la ronda Sant Antoni, que tienen acceso a tomas eléctricas subterráneas independientes de su local, han podido comenzar a usar este tipo de estufas. "Los jefes ya sabían que ahora las de gas están prohibidas, así que hace un par de días compraron unas eléctricas", afirma una de las camareras de este negocio, que ya usaba la corriente para encender unas luces LED instaladas en los parasoles.
Soluciones imaginativas
En otro punto de la ciudad, la situación es muy diferente. En el paseo de Sant Antoni, entre la plaza y la estación de Sants, la única estufa que se ve en la calle es la de Sergio Jiménez, responsable del Bar Internacional, que hace unas semanas lamentaba la medida. Jiménez no está incumpliendo, sin embargo, la nueva normativa, sino que le ha dado un nuevo uso a su antiguo calefactor. "Le hemos puesto un fluorescente en el medio para que dé luz y de momento funciona", asegura mientras señala una terraza bastante llena a pesar del frío.
Jiménez se mantiene en lo que detalló hace unas semanas. El veto a las estufas le parece bien "mientras la norma sea para todos", aunque cree que no está siendo así y que en otros puntos de Barcelona se están usando calefactores de gas con impunidad. De momento, el hostelero se resigna, aunque está satisfecho porque ningún otro local del paseo Sant Antoni está infringiendo la norma, lo que resulta en un equilibrio que cree frágil. "Mientras en mi calle nadie las saque [las estufas] todo irá bien, pero como alguien empiece, muchos otros iríamos detrás", asegura.
Sea como fuere, Jiménez continúa creyendo que la gente "es consciente de que es invierno" y se viste consecuentemente. De todas formas, confía en sus parroquianos más fieles: "La normativa no afectará demasiado a mi clientela, porque si vienen a mi bar no es por las estufas", concluye. Es por eso que, de momento, no contempla instalar calefactores eléctricos.
Tampoco ven viable esta solución otros negocios de la zona. Según los números de Jiménez, para que muchas de las terrazas del paseo de Sant Antoni pudieran tener conexión a la red eléctrica, se tendría que "abrir la calle" y costaría a cada establecimiento unos "2.000 euros", precio que muchos bares y restaurantes de este eje del distrito de Sants-Montjuïc no ven oportuno pagar.
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