Historia enterrada

El monasterio de la Vall d’Hebron desaparecido bajo la gasolinera de la Arrabassada

Una asociación persigue preservar la memoria y los escasos restos del centro religioso, abierto en 1393 y cerrado con la desamortización de Mendizábal

Hospital del Vall d'Hebron: de olvidado a buque insignia

El neurólogo Oriol de Fàbregues, con una escudilla del antiguo monasterio de Sant Jeroni de la Vall d'Hebron, frente a la gasolinera que se instaló encima de sus restos, este jueves.

El neurólogo Oriol de Fàbregues, con una escudilla del antiguo monasterio de Sant Jeroni de la Vall d'Hebron, frente a la gasolinera que se instaló encima de sus restos, este jueves. / Elisenda Pons

Toni Sust

Toni Sust

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“Aquí debía de vivir el prior. Allí estaba el claustro y allí la iglesia”. Oriol de Fàbregues, neurólogo, miembro de la Unidad de Trastornos del Movimiento del Servicio de Neurología del Hospital de la Vall d’Hebron, se explica detalladamente en la entrada de la gasolinera de la Arrabassada, en la subida, antes de la curva de la paella, de Barcelona al Tibidabo por la carretera que lleva a Sant Cugat del Vallès.

Sostiene en sus manos una escudilla con la inscripción Hebron, y hay que imaginar tomando sopa con ella a alguno de los monjes del monasterio de Sant Jeroni de la Vall d’Hebron, de la orden de San Jerónimo, que estaba donde ahora se encuentra la gasolinera, situada allí desde los años 60 de este siglo. El monasterio abrió sus puertas en 1393 y las cerró en los años de la Desamortización de Mendizábal, en 1835.

Dibujo de Sant Jeroni de la Vall d’Hebron hecho por George Vivian en 1834.

Dibujo de Sant Jeroni de la Vall d’Hebron hecho por George Vivian en 1834. / Biblioteca Nacional de España

La asociación y la gasolinera

Sorprende hasta qué punto quedó en el olvido. Pero aquí están Fàbregues y un puñado de activistas decididos, los integrantes de la Associació d’Amics del Monestir de Sant Jeroni de la Vall d’Hebron, fundada en 2020, para recordarlo y pedir al Ayuntamiento de Barcelona y a la Diputación que hagan lo posible con el fin de preservar los pocos restos visibles y mantener viva la memoria del monasterio.

De hecho, lo más práctico, dicho con todo el respeto por los empleados del establecimiento, sería que la gasolinera desapareciera: “Debajo están las vueltas del monasterio. Pusieron los depósitos en la estructura que había. Si sacas la gasolinera queda la estructura del monasterio”.

La escudilla como testigo

Fàbregues, que va señalando dónde estaba cada dependencia mientras trata de que no lo atropellen los coches que vienen a repostar, supo del monasterio por uno de sus pacientes, afectado por la enfermedad de Parkinson, que, resulta evidente, le transmitió una pasión sin vuelta atrás por el asunto. La hija del paciente le dio la escudilla, como si fuera un testigo en una carrera de relevos: “Ha habido varias generaciones que se han preocupado por el monasterio, pero no hay un hilo de continuidad entre ellas”.

El facultativo sigue con su relato: “Donde está la tienda de la gasolinera estaba el claustro. Donde se limpian los coches, la iglesia, que era lo más sólido. El monasterio tenía un edificio básico y uno más alto, la torre. Allí se hospedaban los reyes”. Cuando el Hospital de la Vall d’Hebron cumplió su 60º aniversario, en 2015, el director le encargó que escribiera algo, a la vista de su interés por la historia. “Nadie sabía nada del monasterio. Ni los catedráticos”.

Dibiujo del monasterio hecho por un viajero británicoa finales del siglo XVIII.

Dibiujo del monasterio hecho por un viajero británicoa finales del siglo XVIII. / Associació d’Amics del Monestir de Sant Jeroni de la Vall d’Hebron

Y eso a pesar de que el hospital le debe su denominación: “Se llama Vall d’Hebron porque donde está el hospital se encontraba la Granja Nova del monasterio”. Luego está cómo llegó el nombre de Hebron al vale. El facultativo afirma que no está claro: “Los jerónimos se inventaron que los ermitaños, que les precedieron en la zona y ya la llamaban Hebron, venían de Palestina y que el valle les recordó al suyo. Estando en un congreso en Jerusalén, fui en coche a Hebron y no tiene nada que ver con esto, ni remotamente”. Los ‘jeronis’, por cierto, dieron nombre al Tibidabo.

La reina Violant

La reina Violant de Bar (1365-1431), esposa de Joan I el Caçador, conde de Barcelona y rey de Aragón, fundó el monasterio en 1393. De entrada, la señora lo hizo echando mano como personal de esos ermitaños que habitaban el paraje desértico. Pero poco después, la reina ‘fichó’ a monjes jerónimos, jeronis en catalán, del monasterio de Cotalba, en Valencia. Acababan de empezar su andadura: la orden fue fundada en 1373 por anacoretas castellanos. Dice Fàbregues que la reina echó entonces a los ermitaños sin contemplaciones.

Al otro lado de la Arrabassada, que entonces era parte de la instalación religiosa, estaba el hospital para pobres, que constaba de dos pisos, y a su derecha los espacios para mayordomos y campesinos, las caballerías, el huerto. Antes, en la entrada del recinto, en la curva previa a la gasolinera, estaba la hospedería de fuera, para visitantes ocasionales. Dentro estaba la prevista para nobles. El monasterio constaba de cuatro plantas, en la segunda estaba la enfermería: “Tenía un cierto prestigio”. Contaba con tres ermitas: Santa Magdalena, Sant Onofre y la del Santo Sepulcro.

10 hijos muertos de niños

¿Qué llevó a la reina a fundar el centro religioso? Existe una hipótesis, cuenta Fàbregues, que corresponde al archivero de la Corona de Aragón Josep Riera: Violant confiaba en recibir a cambio de su iniciativa la ayuda de Dios para tener un hijo varón que asegurara la sucesión de su padre al frente de la Casa de Barcelona. No fue posible.

Joan tuvo 12 hijos, cinco con Mata d’Armanyac y siete con Violant, pero solo llegaron a adultas una hija de cada esposa. Murió sin heredero, y el siguiente rey fue su hermano, Martí l’Humà, que también falleció sin sucesor, pero esa ya es otra historia, la del fin de la Casa de Barcelona y la llegada de los Trastámara.

Buenos aires

El monasterio se asoció, por su posición elevada, a un aire sano, lo que junto con la calidad de las aguas invitó a barceloneses de posición notable a elegirlo para recuperarse de una enfermedad o refugiarse ante epidemias en la ciudad amurallada. Hasta aquí llegaba el camino romano que pasaba por Gràcia, por los Josepets, y llevaba a Terrassa. Subía recto, sin la curva que hace la Arrabassada en la gasolinera, y dice Fàbregues que tenía que ser un camino en buen estado para que por ahí pasaran los carros que llevaban a los reyes.

Porque hasta aquí subían reyes, de los que los jerónimos eran muy cercanos. Venían los de la casa de Barcelona y también los Trastámara, como Fernando el Católico, que según Fàbregues pasó parte de su convalecencia en Sant Jeroni de la Vall d’Hebron tras sufrir un atentado en la capital catalana en 1492 a manos del payés de Dosrius Joan de Canyamars. El hombre hirió de consideración al monarca, que evitó que sus hombres le mataran allí mismo, lo que quizá hubiera agradecido. Tras ser interrogado, todavía vivo, fue despezado por herreros antes de que sus restos fueran quemados.

Estuvieron en el monasterio Carlos I y Felipe II,  de la casa de los Austria, especialmente cómoda con el monasterio, subraya Fàbregues, y hubo visita del primer rey Borbón, Felipe V, antes de la Guerra de Sucesión. En 1801, el Baró de Maldà estuvo allí: “La carretera ya no debía de estar tan bien, porque subió en burro”.

Fàbregues, ante una antigua cisterna del monasterio.

Fàbregues, ante una antigua cisterna del monasterio. / Elisenda Pons

La reina María

El paso de la Casa de Barcelona a la de Trastámara no fue negativo para Sant Jeroni de la Vall d’Hebron, que contó con el apoyo de dos reinas de las dos casas. Si la reina Violant lo fundó, la reina María de Castilla (1365-1431), esposa del rey de Aragón Alfons el Magnànim, un Trastámara, le ofreció un respaldo decidido: gracias a ella se hizo el claustro. María no fue solo esposa: su marido se largó a Nápoles a defender otros intereses, y allí murió tras 27 años lejos de casa, o sea que le tocó a ella gobernar.

Subraya Fàbregues que si la primera de las dos, Violant, no hubiera rechazado los planes del comerciante Bertran Nicolau, que ofrecía ayuda económica para fortalecer Sant Jeroni de la Vall d’Hebron, quizá este no hubiera ido a fundar el monasterio de Sant Jeroni de la Murtra, en Badalona, a unos pocos kilómetros, que sufragó en su integridad. “Los dos juntos hubieran sido como el monasterio de Montserrat”.

El final: dos incendios

El siglo XIX fue decisivamente devastador para el monasterio que duerme bajo la gasolinera. Primero, porque tropas francesas lo incendiaron durante la ‘Guerra del Francès’ (1808-1814). Los monjes volvieron en 1820. Después, una bullanga, una protesta anticlerical, volvió a dejarlo en llamas en 1835. La desamortización (expropiación y venta) de los bienes de la Iglesia que tuvo lugar de 1835 a 1837 remató el asunto. Si siglos antes, algunos barceloneses subían huyendo de las epidemias, en siglo XIX fue al revés: se envió al monasterio a enfermos de fiebre amarilla y cólera. Al final las poca paredes que quedaron en pie fueron compradas por el suegro del escritor romántico y alma de la Renaixença Víctor Balaguer, que se casó allí.

Pasaron los años y los restos fueron desapareciendo. La Mancomunitat de Enric Prat de la Riba elaboró un plan de usos para la parte baja, donde estaba la Granja Nova, que había sido de la familia Martí Codolar, y previó para esa zona un uso hospitalario. El arquitecto Josep Lluís Sert elaboró un proyecto para construir un centro para 400 tuberculosos. Presentó la memoria económica previa a la construcción el 16 de julio de 1936. Dos día después llegó el golpe de Estado que provocó la Guerra Civil y al final fue su ganador, Francisco Franco, el que, en 1955, fundó el Hospital de la Vall d’Hebron. 

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