Oportunidades a puñetazos

KO a las drogas: el gimnasio de Barcelona que rehabilita toxicómanos con boxeo

Un grupo de usuarios del CAS Baluard acude a un local del Poble Sec para desengancharse a través del deporte

David García Mateu

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“Mi vida es como una película de Robert de Niro: después de recorrer Europa toqué fondo en Barcelona, consumía cocaína, heroína, pastillas… de todo. Pero Pau y Mani me sacaron de la mierda con el deporte y ahora ya no tomo nada”. Este es el autoretrato de Osman, uno de los integrantes del grupo de boxeo del Centro de Atención y Seguimiento (CAS) Baluard, la estigmatizada narcosala del Raval. Junto a él, una decena de compañeros más entrenan cada mañana de martes, jueves y viernes en el gimnasio DKSR del Poble Sec. Su objetivo: derrotar al ‘mono’.

Un salvavidas detrás del Molino

Allí, junto al exboxeador de los 90 apodado ‘Mani’, José Antonio Ransanz, y el integrador social del CAS Baluard, Alex Penas, cada componente del grupo suda, golpea y trata de olvidar el consumo. “No son entrenadores, son como terapeutas con quienes hablar; gracias a ellos estoy como estoy”, valora Osman. Ni él ni los demás no olvidan a Pau Sevilla, el educador de la Baluard que gestó esta terapia desde un descampado de las Drassanes y con su propio material particular. “Ahora descansa en paz”, apostilla Mani. “Él me animó a ayudar y entrenar a estos chicos; a partir de entonces nos trasladamos al gimnasio”, recuerda el exboxeador mientras toma café rodeado de sus discípulos.

Tal como explica Penas, “aquí se crean unos hábitos, una rutina, unas obligaciones”. “Les hacemos entender que, si mañana quieren entrenar, el día anterior no pueden consumir. Y poco a poco lo van dejando”, enfatiza. Una dinámica que, sin embargo, resulta una cuesta muy empinada para la mayoría: “Animarse a venir se animan rápido, pero es muy difícil para ellos cumplir cuando están en un momento de consumo activo; de los que vienen alguno se fideliza y a otros les sirve de catapulta para un nuevo proyecto de vida, pero muchos no regresan”, confiesa.

Una vía de escape

“Yo llegué a Barcelona la Nochevieja de 2017, consumía de todo, y, como era asiduo a la sala Baluard, un día me encontré a Pau con dos chavales dando patadas y puñetazos”, recuerda Isaac. “Me dijeron que si quería entrenar con ellos… ‘Mira como estoy’, les contesté. Pero después de aquello decidí empezar el tratamiento de la metadona y sumarme”, rememora. Desde aquel entonces confiesa que ha tenido “altibajos” pero, orgulloso, presume de que ahora ya se pierde pocos entrenos. “Tuve que cumplir una condena de tres años por una cosa que no hice, pero cuando estaba de permiso seguía viniendo a entrenar; si tengo la estabilidad que tengo es gracias al boxeo”, sentencia.

De hecho, tanto Osman como él trabajan de forma regular, cuando “antes no quería sentir ni hablar del trabajo”, rememora Isaac. Por ello mismo, tiene muy claro que las drogas siempre lo intentarán dejar en la lona, pero señala que, a él, entre las cuatro cuerdas del gimnasio DKSR, ya no lo van a volver a dejar K.O.

Entrenamiento de boxeo en el gimnasio DKSR para la rehabilitación de toxicómanos

Entrenamiento de boxeo en el gimnasio DKSR para la rehabilitación de toxicómanos / ZOWY VOETEN

“El gimnasio es como una familia, aquí nos apoyamos los unos a los otros y, si alguno lo necesita, quedamos después de los entrenos, los fines de semana, comemos juntos…”, relata Paco, otro de los miembros del conjunto. En su caso, la experiencia se repite: “Nunca había hecho boxeo, pero vine, me gustó y me obligó a volver a tener una rutina de prepararme la bolsa, lavar… Te hace volver al mundo real”, sintetiza. En su caso, el consumo es esporádico: “Es importante tener en cuenta que, para empezar aquí, hay que haber tomado la decisión previa de bajarse las dosis”. “Si se consume cada día y no se tiene un sitio donde dormir, es muy difícil”, recalca.

Sin varita mágica

El educador Álex Penas ilustra cómo de complicado es cumplir el requisito de estar limpio para quien está en una fase de consumo activo: “Una de las chicas que venía hará cosa de un mes que no la vemos por aquí; ayer me la encontré en la sala Baluard y me dijo que hoy estaría con nosotros, pero tampoco ha aparecido…”, ejemplifica. “El tiempo que dedican a rehabilitarse al final depende mucho de la persona y de su trayecto vital, no es lo mismo llevar en la calle 30 años consumiendo que llevar dos”, argumenta. Un curso vital que, de todas maneras, siempre los perseguirá: “Esto al final no se cura, ni boxeo ni nada, no hay varita mágica, se trata de que lo lleven como quien sufre de azúcar, que aprendan a gestionarlo”, añade Mani.

En este sentido, una de las palancas que ayudó a Paco a salir del pozo fue un piso para la reinserción de personas drogodependientes. Sin embargo, él sabe que su caso no es ni mucho menos la norma en Barcelona. “Las personas que consumen necesitan más programas como este; en Suiza hay circuitos integrales donde a las personas se les da una casa, una paga, la medicación que desean… y a la mitad les funciona, pero allí hay recursos para los drogodependientes y aquí parece ser que no”, resume.

Falta de recursos

El grupo de Alex y Mani forma parte del proyecto Fight4Fun de la Asociación Bienestar y Desarrollo (ABD), la entidad gestora del CAS Baluard. “Es verdad que en Barcelona hay otros sitios que ayudan a estas personas, pero necesitamos muchos más talleres relacionados con el deporte”, demanda Alex. “Sea mediante el deporte de contacto, sea con otro tipo de actividad, necesitamos más proyectos para sacarlos de la calle y obligarlos a tener pautas y obligaciones”, expone.

En todo caso, aclara que su propuesta debe ir acompañada de más recursos permanentes: “Tenemos un albergue específico pero hay listas de espera de cuatro meses para arriba”. Como relató el Periódico, la alta demanda y los buenos resultados del refugio que ha abierto Barcelona para toxicómanos lo ha dejado pequeño rápidamente. “Ahora mismo en Barcelona es muy difícil conseguir un techo si se está en la calle y, si no se duerme bien, nadie quiere ir a entrenar después”, concluye.

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