300 alumnos por año

La escuela popular que sale al rescate de los adultos "desatendidos" del Besòs

Un centro atrae a inmigrantes y ancianos a las clases que imparte para cubrir el vacío dejado hace casi una década por el cierre de la escuela oficial, que ahora se quiere recuperar

Jordi Ribalaygue

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Cada mañana, en un modesto local municipal incrustado en las calles humildes del Besòs, se echa un pulso al desamparo. Se libra en la escuela popular Martinet Solidari, una asociación que, sorteando un retraso pertinaz en el cobro de subvenciones, cubre el vacío que dejó el cierre de la escuela oficial de adultos del barrio. La decisión se tomó en 2014, bajo el mandato del exalcalde Xavier Trias; ahora se quiere revertir, casi una década más tarde, cuando se planea reinstalar el centro de formación en un edificio que aún tiene que construirse. En todo caso, los alumnos que no han solido hallar acomodo en la oferta de cursos oficiales son los que, precisamente, han acabado cobijados en las aulas que el bajo de un bloque alberga.

Las clases para mayores de edad del vecindario retratan sin ambages las realidades que cohabitan en algunas de las calles que concentran más pobreza en la ciudad: inmigrantes -y aún algún anciano español- que acuden para liberarse del analfabetismo; mujeres que encuentran un hueco para descargarse por un rato de las tareas del hogar, incluidas madres que siguen la lección con los bebés a cuestas; manteros y chatarreros, numerosos en la zona -lo prueban los carros aparcados en las aceras-, que hacen un alto en la ruta diaria por la supervivencia para aprender castellano y catalán; y, también, gente mayor que no se resigna a enclaustrarse en casa, sea para ahuyentar la soledad o desquitarse de una infancia en la que se les hurtó una escolarización suficiente.

“Priorizamos a los desatendidos, que sepan leer y escribir, tengan cubiertos los niveles iniciales de lengua y ofrecer un proyecto de cultura y educación a los mayores”, sintetiza Isa Redaño, coordinadora de proyectos de Martinet Solidari. La escuela acoge a unas 300 personas por año: se mezclan los que asisten para una necesidad tan de raíz como saber descifrar un rótulo en el metro o una notificación, extranjeros que requieren de los idiomas para obtener el certificado de primera acogida -clave para renovar la residencia, entre otros trámites- y vecinos reacios a aceptar que la edad los expulse de la enseñanza.

Atendemos a gente que el Estado deja de atender. Pensamos en las personas que necesitan los niveles más iniciales de aprendizaje y eliminamos barreras para facilitar que vengan a las aulas”, explica Redaño. El profesorado de Martinet Solidari opina que parte de las dificultades con que sus alumnos topan radica en la poca flexibilidad de los centros oficiales a amoldarse a los ritmos de una vida condicionada por la precariedad.

“¿Qué hace que colectivos como los manteros senegaleses o las mujeres con cargas familiares vengan a nuestras clases? El horario [totalmente matinal]. Ellas pueden venir con los hijos y los manteros no pierden la plaza cuando van a recoger la aceituna y mantenemos el contacto. Nos adaptamos al barrio”, resalta la coordinadora. Además, la mayoría paga solo una cuota de 20 euros al año y los demás no abonan nada por los cursos elementales de idioma o en caso de ser refugiados solicitantes de asilo.

Clase de la escuela popular Martinet Solidari, en el barrio del Besòs i el Maresme, en Barcelona.

Clase de la escuela popular Martinet Solidari, en el barrio del Besòs i el Maresme, en Barcelona. / MANU MITRU

Afán por aprender

La escuela popular del Besòs es deudora de mujeres como Antonia Holgado, casi 60 años en el barrio y fiel a las clases desde hace mucho. “Como decía mi madre, solo envidio a quien sabe leer y escribir. Yo apenas sabía. Empecé a trabajar de pequeña y fui solo un año al colegio”, se presenta, mientras resuelve unos ejercicios de matemáticas rodeada de compañeras. Con algunas de ellas compartió manifestaciones por la dignidad del barrio. “Tuvimos que luchar mucho para que nos hicieran un centro cívico. Hicimos huelgas, incluso. Ahí empecé a ir al colegio con 40 y pico años. Ahora hago catalán, memoria, gimnasia, agilidad mental… Nos distraemos, porque nos quitarían la vida si nos metiéramos en casa”, resuelve.

En otra sala, se encadenan dos turnos de grupos de iniciación a la lengua. Mourtalla llegó hace dos años de Senegal y está desempleado. “Vengo para saber castellano y catalán y me reconozcan la integración. También para encontrar trabajo. En mi país trabajaba en una ferretería. Aquí aceptaría cualquier cosa que pudiera hacer”, confiesa. En el pupitre de al lado se sienta Youssef, 17 años. Cuenta que las clases le han ayudado a conseguir un puesto en un restaurante. “Llegué el año pasado sin saber ni una palabra. Así, como mucho, solo se consigue un trabajo duro en el campo”, da fe.

La lista de espera para obtener plaza en el centro es amplia. Una treintena de personas aguarda vacante en los cursos iniciales de castellano, muy demandados. Abunda tanto la necesidad que la asociación dejó de colgar carteles en el barrio hace cuatro años para no atraer más demanda de la que puede digerir.

“Aun así, se forman colas de tres horas para las inscripciones. Se dan situaciones que, de no trabajar aquí, no imaginaría que ocurriesen en Catalunya. ¿De esto no se ocupa la administración y tiene que hacerlo una entidad sin suficiente financiación?”, se plantea Sergi Amat, educador social. Se declara poco optimista de que la futura escuela de adultos del Besòs se haga cargo de la tarea que Martinet Solidari asume ahora.

Clase para un grupo de mujeres en la escuela popular Martinet Solidari, en el Besòs i el Maresme, en Barcelona.

Clase para un grupo de mujeres en la escuela popular Martinet Solidari, en el Besòs i el Maresme, en Barcelona. / MANU MITRU

Unas finanzas inestables

Por lo pronto, la asociación va a empezar a recoger firmas para rogar que las instituciones le garanticen un pago fijo mediante un convenio en vez de depender de ayudas que, aunque las percibe, se demoran sin remedio. “El año pasado llegamos a 78.000 euros mediante subvenciones, pero la Generalitat aún nos debe 11.000. Es regularmente impuntual. Intentamos ahorrar y pedimos crédito, con lo que estamos indirectamente financiado servicios que la administración debe prestar”, recalca Amat.

Inés, maestra, enseña en la escuela desde hace año y medio. Antes había impartido clase en centros del Eixample y Gràcia. “Es un contexto muy diferente. Puedes haber pasado por el Besòs para ir a un concierto en el Fòrum, pero estás absolutamente descontextualizada de la realidad de los vecinos y del barrio. Me he dado cuenta del montón de gente que no sabe leer y escribir, todavía ahora, y como los recursos públicos no son suficientes”, destaca.

Los profesores de Martinet Solidari coinciden en que ellos también aprenden de sus pupilos. “A mí me han hecho darme cuenta de nuestros privilegios -revela Inés-. Hay personas invisibles para el sistema. Hasta que no las conoces, piensas que no existen”.

Una torre de Babel contra el racismo

Como buen compendio del Besòs i el Maresme, a la escuela popular de educación continua acuden alumnos de 27 nacionalidades. Por cantidad, sobresalen las personas de Pakistán (son 72, de las que 59 son mujeres), Senegal (33 inscritos, siete mujeres), Marruecos (38 matriculados, 30 mujeres) y España (32 participantes, 27 mujeres). El centro, implicado con el barrio, se reta a combatir el racismo y los prejuicios entre vecinos.

“Aquí se da la oportunidad de que se puedan conocer y que, por ejemplo, pregunten a una mujer por qué lleva velo”, resalta Isa Redaño. De vez en cuando, se organizan fiestas con las que deshacer desconfianzas. Samira llevó una vez pasteles marroquíes a las demás vecinas. “Les gustó. Me hace sentirme mejor”, expresa. “A veces traemos comida que compartimos y hablamos en el cambio de clase. Es una forma de conocernos”, valora María Carolina Henrique, otra alumna.

En una zona lastrada por la escasez, el desconocimiento no es el único motivo tras los recelos, puntualiza el profesorado. “El racismo en este barrio parte también del abandono y la desatención”, palpa Sergi Amat. “Aquí la gente se encuentra en la cola del CAP, de la recogida de alimentos de la parroquia y de los servicios sociales. Es la batalla absurda entre el último y el penúltimo por unos servicios que están desbordados. Nuestra fórmula es que se encuentren para que se conozcan”, aclara.

Las necesidades que embargan a los matriculados hacen que sea frecuente que los maestros redoblen esfuerzos asistiéndolos y acompañándolos a efectuar trámites. “Es esencial, muchos nos toman como la persona referente para cualquier cosa que no entienden”, atestigua Alba, profesora. Es usual que algunos traigan cartas que no logran entender. “A veces nos ha ocurrido que era una orden de desahucio”, admite Redaño.

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