Agujero negro urbano

El Morrot de Montjuïc o la oportunidad perdida de recuperar un espacio único de Barcelona

MULTIMEDIA: Descubre de forma visual los grandes retos de Montjuïc

La ladera de la montaña tiene pinta de ocaso urbano, pero no, es una barrera vial y natural entre barrios en uno de los lugares más desaprovechados de la ciudad

PICTO MONTJUÏC

PICTO MONTJUÏC / M.G

Carlos Márquez Daniel

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Una vez superada la curva de la carretera de Miramar, que abraza los exóticos jardines del Mossèn Costa i Llobera, la Ronda Litoral atraviesa una tierra incómoda. A un lado, los muelles del puerto con su inconfundible olor a grano. Y detrás, el mar, claro. Al otro, el Morrot, esa pared maltratada desde los tiempos de los íberos; la cantera que ha servido para levantar murallas y monumentos, pero también para moldear la Sagrada Família, Santa Maria del Mar, el Palau de la Generalitat, la Llotja de Mar o el edificio de Correos. La proa de Montjuïc sobresale imponente, pero es a la vez frontera y muro entre barrios de una ciudad que parece terminar a los pies del castillo. Y no, ni mucho menos, porque tras el cementerio están los barrios de la Marina. Y la Zona Franca. Barcelona lleva tiempo buscando la manera amable de unir ambos mundos. Hasta tres planes municipales lo han intentado. Por ahora, sin éxito.

Montaña, Ronda Litoral y puerto. El Morrot deja un margen muy pequeño para la vida ciudadana

Montaña, Ronda Litoral y puerto. El Morrot deja un margen muy pequeño para la vida ciudadana / Ferran Nadeu

A nadie se le ocurre pensar que todo lo que está entre el castillo de Montjuïc y el mar forma parte de la ciudad. Por el acantilado, por la Ronda Litoral y por el puerto. Y porque más allá hay otra inmensa frontera, el cementerio, con casi el doble de superficie que la Ciutadella. Pero es que al margen del aspecto poco cordial, si van a pie o en bicicleta, detalle del que se dio cuenta el compañero del diario Alex R. Fischer, no podrán pasar más allá de la ronda del Port o, si vienen desde el Llobregat, del paseo de Can Tunis.

Son 500 metros vallados en terreno portuario que eliminan la posibilidad de conectar el Raval y Sants-Montjuïc con la Marina del Prat Vermell. Hay dos alternativas, a cual más absurda si tenemos en cuenta que hablamos de medio kilómetro sin conexión amable: o se sube a la montaña y se baja por el otro lado, o se da la vuelta por Paral·lel, Gran Via y paseo de la Zona Franca, en total, casi nueve kilómetros. Probablemente, y ahora que finalmente se está poniendo solución a la Sagrera, el mayor agujero negro de Barcelona.

Un portento minero

En junio de 2009, la teniente de alcalde Imma Mayol presentaba un proyecto para preservar esta reserva natural. "Nuestro objetivo no es solo proteger el acantilado, sino pasar de un espacio perdido a un espacio ganado para la ciudad". La partitura tenía buena pinta, pero faltaba una orquesta que la interpretara. Y alguien que pagara el concierto, por supuesto. El enorme solar situado entre el cementerio y el faro, además, es considerado, según los informes municipales de entonces, "el mejor ejemplo catalán de minería prehistórica". Patrimonio mineral, pero no solo eso, pues la vertiente marina de Montjuïc contiene un hábitat muy singular en cuanto a la flora -con especies autóctonas y foráneas- y a la fauna, con la mayor variedad, se aseguraba ese año, de animales vertebrados de las zonas verdes de la ciudad, lo que incluye halcones y mochuelos.

La ronda del Port, casi debajo del faro. Último punto al que puede llegarse caminando o en bici para cruzar al otro lado de Montjuïc

La ronda del Port, casi debajo del faro. Último punto al que puede llegarse caminando o en bici para cruzar al otro lado de Montjuïc / Ferran Nadeu

La flora y la fauna siguen a sus anchas, pero de espacio ganado para la ciudad, nada de nada. Debería echar una mano la reforma de la Ronda Litoral, de la que este diario les aportó hace escasos días las últimas novedades. Resulta que el ayuntamiento y el Govern han convencido al Ministerio de Transportes para que descarte definitivamente un segundo viaducto viario destinado a esponjar la arteria, que de todos motos luego tendría el embudo del Moll de la Fusta. Se ampliará, pero en superficie, trasladando la estación ferroviaria del Morrot hacia el Llobregat, lo que permitirá, entonces sí pero vete a saber cuándo, tener una calle que conecte Paral·lel y el paseo de la Zona Franca por el mar.

El barrio alpino de 'Miramar'

Pero la ciudad lleva mucho más tiempo tratando de integrar el pedrusco en la ciudad. El proyecto de ordenación de Montjuïc más imponente es sin duda el que presentaron en 1966 dos arquitectos de sobra conocidos. Nada más y nada menos que Jordi Bonet y Oriol Bohigas, que, cómo no, bautizaron su propuesta de nuevo barrio en el Morrot como 'Miramar'. Presentaba las viviendas de manera escalonada, generando enormes miradores que se adaptaban a la orografía y la idea era tenerlo todo terminado en no más de ocho años. En aquellos tiempos, la montaña tenía dos caras. La que daba a la ciudad, con viviendas insalubres (barracas) y la que daba al mar, con un enorme cementerio y un acantilado.

El proyecto que Bonet y Bohigas realizaron para el Morrot a mediados de los años 60

El proyecto que Bonet y Bohigas realizaron para el Morrot a mediados de los años 60 / Archivo

La idea era levantar unas 4.000 viviendas de unos 100m2 cada una que generaran un nuevo vecindario con una población aproximada de 18.000 personas que se moverían a pie o en coche a través de un nuevo paseo situado a 120 metros de altitud. Los pisos se repartirían entre la ladera del Morrot, en esa configuración de puzle vertical, y en tres enormes torres situadas a la izquierda del castillo (mirando desde el mar). El proyecto incluía comercios, iglesias, locales de ocio, servicios deportivos y tres centros educativos, amén de hercúleos aparcamientos para saciar el hambre de coche particular propio de la época.

El castillo de Montjuïc, con el acantilado que muere en la Ronda Litoral y el puerto

El castillo de Montjuïc, con el acantilado que muere en la Ronda Litoral y el puerto / Ferran Nadeu

La broma de Maragall

En aquel plan especial de ordenación de Montjuïc también se hacía referencia a la "autopista del litoral, cinturón previsto en la red de accesos de Barcelona del Ministerio de Obras Públicas, que descongestionará la calle del Marqués del Duero (actual Paral·lel) y, por consiguiente, la plaza de España". Aquello terminaría derivando con los años en la Ronda Litoral, que, junto a las constantes ampliaciones del puerto y la eterna dejadez municipal explican por qué el Morrot está igual que hace 100 años. O peor.

Se apostó por la (supuesta) fluidez del tráfico -inolvidable esa primera vuelta de Pasqual Maragall a las dos rondas en abril de 1992, cuando se dio cuenta de que en total eran 40 kilómetros y bromeó sobre la posibilidad de celebrar ahí la maratón- y por la musculación de la infraestructura portuaria, orillando la posibilidad de integrar más y mejor la montaña en el ecosistema urbano.

Maniobras de un crucero en el puerto, con el Morrot, a estribor

Maniobras de un crucero en el puerto, con el Morrot a estribor / Ferran Nadeu

El fallido Blau@Ictinea

Xavier Trias lo intentó durante el mandato en el que ostentó la alcaldía (2011-2015), pero su propuesta de nuevo barrio marino que agrupaba viviendas, comercios y hoteles, el Blau@Ictinea, no pasó el corte político. En abril de 2012, al entonces concejal de Hábitat Urbano, Antoni Vives, no les sentó muy bien que la oposición tumbara en bloque su proyecto. Tomó la palabra en el pleno y se defendió: "No se puede votar contra las ideas y yo no dejaré de tener las ideas que tengo". No mucho tiempo después, otro de sus grandes planes, las 16 puertas de Collserola, también cayó de la agenda local y jamás pasó de las imágenes virtuales aunque llegó a tener, incluso, proyectos ganadores.

Es curioso que la piedra de la ladera de Montjuïc esté por toda la ciudad y que la ciudad, en cambio, no pise para nada el Morrot y su entorno. Quizás suceda cuando se renueve la Ronda Litoral. Para entonces, ya estará terminado el paseo de casi cuatro kilómetros sobre las vías de la Sagrera. O no. En Barcelona nunca se sabe.

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