Miseria en Barcelona

Viviendo sin techo en la playa del Fòrum: “No interesamos a nadie”

Dos campamentos crecen al borde del puerto deportivo, cerca de los asentamientos en que grupos de toxicómanos malviven y consumen en La Mina

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221110EPC_MANU MITRU_159700380.jpg / MANU MITRU

Jordi Ribalaygue

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A Fariq lo mortifica la arena durante el día y, cuando oscurece, lo tortura el ambiente gélido del que se guarece más mal que bien. “Es una porquería. Intento limpiar pero, con esta tierra que se pega a todo, es imposible. Encima hay gente que pasa y nos dice: ‘Qué bien que vivís aquí’. Claro, al lado del mar y pasando frío...”, masculla, rabioso. Fariq es uno de los habitantes del asentamiento de personas sin hogar que ha crecido en la playa del Fòrum. Son quizá una decena de tiendas de campaña y de compartimentos precariamente fabricados con despojos recuperados de la basura que, a modo de tabiques y paredes endebles, apenas abrigan a sus moradores, al menos cinco en uno de los campamentos más ostensibles montados en la empobrecida frontera entre Barcelona y Sant Adrià de Besòs.

No es el único tramo de la costa barcelonesa en que se han establecido tiendas de campaña dispersas. Se han visto también bajo el voladizo del paseo de la playa de la Barceloneta y del Somorrostro, también últimamente en los laterales del cinturón, a la altura de la Vila Olímpica y la Llacuna del Poblenou.

“Hay muchos sitios así donde la gente está viviendo en la calle”, constata Fariq. Los conoce bien: en su caso, ha acabado buscando cobijo en la playa tras recorrer otros núcleos de chabolas que la urbe ha desmantelado en descampados menos periféricos en los últimos años. “Estuve en Glòries un año. También al lado de la torre [en referencia a la Torre Glòries] y allí al lado, donde han hecho unos bloques grandes”, enumera Fariq para precisar las etapas de un recorrido por los enclaves de la indigencia en la ciudad que se intuye ya largo. 

El poblado del Fòrum se recuesta a lo largo del muro que separa la playa del muelle del puerto deportivo. “Hay de todo. Hay gente que han echado de casa que ha llegado hace poco. Otros llevan ya seis años en la calle”, distingue Fariq. Los habitantes comparten los víveres entre ellos. “Eso siempre lo hacen los pobres, se ayudan unos a otros”, anota Fariq, que acude a un centro en la calle Comte d’Urgell, en Barcelona, para proveerse de alimentos. “Pero no sirve de mucho. A veces voy y a veces paso. Es un camino largo en metro y vuelvo con el carro cargado, pero no vale la pena. La comida que dan no llega para una semana”, se queja.

Donde ha anidado el campamento no es terreno de la capital, sino de Sant Adrià. El ayuntamiento de la localidad asegura que los acampados no se han dirigido a sus servicios sociales a pedir auxilio, aunque añade que “se está pendiente de hacer una intervención”. Fariq es escéptico cuanto menos. “No interesamos a nadie. Somos gente callejera, nadie quiere hablar con gente así. Al revés, pasan, cogen fotos para colgarlas en su TikTok. Como si aquí viviéramos en Miami, con lujos”, se desgañita.

Una familia georgiana

A escasa distancia de la playa se ha instalado otro asentamiento, al borde de la entrada al puerto del Fòrum. Se ve alguna tienda de campaña desplegada en un parterre y una caseta hecha con lonas pegada a un edificio portuario. Allí se refugia Saba, georgiano. 

“Somos cinco personas, incluidos mis dos hermanos. Llegamos hace seis meses”, comenta Saba, que admite que confiaron que prosperarían en Barcelona: “Trabajé un mes en la construcción, que es a lo que me dedicaba en Georgia. Pero ahora estoy sin dinero”. Sobreviven con el dinero que unos familiares afincados en Alemania les envían. 

Fariq vino de Nador hace más de una década para socorrer a los suyos con lo que ganase en España. Trabajaba en una empresa de desagües mientras se costeó una vivienda. Perdió su último empleo hace año y medio. Sigue aguardando la regulación mientras se inscribe a cursos de formación. El periplo marcado por la adversidad lo aboca ahora al dilema de la deshorna, el mismo que afronta todo expatriado al que la fortuna no ampara.

Quiero volver a Marruecos pero la vergüeza no me deja. Volver así, tanto tiempo fuera y con las manos vacías, sin trabajo ni derechos ni NIE... Son 13 años perdidos de la vida”, se flagela. Ha revelado a su madre cómo vive. “Nadie de mi familia me puede ayudar. Son ellos los que esperan que yo les ayude”, deja claro.

Vecinos de la droga

Fariq busca chatarra, aunque dice que apenas se gana para subsistir. Al mismo sostén tratan de agarrarse en el campamento de Saba, al que la escasez frustra las expectativas. “Hay muchas habitaciones para alquilar en Barcelona. Somos una familia y no queremos eso, pero alquilar un piso aquí cuesta mucho”, se percata el joven, varado en un margen de la ciudad donde malviven otros georgianos, enganchados a la heroína y la cocaína que adquieren y consumen en el cercano barrio de La Mina.  

“No quieren trabajar, solo quieren droga. Ese es el problema”, resuelve Saba, que deja claro que nadie en su campamento es toxicómano, a diferencia de otros compatriotas que merodean por el entorno. “Son muchos y hablamos con ellos. Están mal, sobre todo los que solo tienen familia en Georgia, pero no queremos con nosotros a nadie que se pinche”, zanja.

“Se pinchan por todos lados. Está la vida muy dura”, testa Fariq, quien firma un diagnóstico pésimo: “Todo se ha puesto caro. No hay trabajo, no hay dinero, no hay nada. La gente va a morir de hambre, de pena y de estrés”.

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