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Cuando Tintín llegó en crucero a Barcelona

Recala en Madrid la última gran exposición sobre Hergé y no en la ciudad que le idolatró, pero queda como consuelo que aquí fue en 1984 crucerista, travestido y turista

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Carles Cols

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Ha recalado en el Círculo de Bellas Artes de Madrid el último giro de Tintín en el exprimidor de limones, porque parece que aún queda zumo, una exposición que nació en 2016 en el Gran Palais de París, titulada entonces simplemente como ‘Hergé’, y que ha viajado desde entonces por el mundo casi tanto como el personaje que le hizo célebre, de Shanghái a Quebec, pero que no tiene previsto, vaya, visitar la que fue la más tintinóloga de todas las ciudades españolas, Barcelona, como si esta fuera hoy la desaconsejable Borduria. No es ni un consuelo, pero queda la opción de volver a hojear aquella edición pirata y apócrifa que en 1984 se publicó en esta ciudad y se vendió sin obstáculos de ‘copyright’ en las tiendas especializadas, ‘Tíntín en Barcelona’. A Hergè se le atribuyó en vida una juliovernesca capacidad de anticipar el futuro, y ese ejemplar, aunque de pésima factura y peor argumento, satisfizo esa función.

Aquel año fue inolvidablemente tintinesco. En la Fundació Miró se organizó un mayúsculo homenaje a Georges Remi, el padre de la criatura, que al invertir la primera sílaba de su nombre y apellido le quedó el estupendo alias de Hergé. Allí, en la Miró, vibrante centro cultural entonces, colgaron su relectura del personaje del tupé los dibujantes e ilustradores más en forma en los 80, Perico Pastor, Max, Miquel Beltrán, Ceesepe, Ops, América Sánchez, Mariscal, Peret y, esa vez por separado, Miguel Gallardio y Juan Mediavilla. Y así, hasta 68 artistas.

La portada de aquella edición pirata de origen incierto.

La portada de aquella edición pirata de origen incierto. / ?

Fue tan celebrada aquella exposición que no extrañó que de repente comenzaran a aparecer en los escaparates de algunos templos del cómic de la ciudad relecturas piratas de Tintín. En una cuya trama sucedía en Suiza, como una Cristina F. cualquiera, se sumergía en una espiral de consumo de drogas. En otra viajaba como guerrillero a El Salvador, entonces en plena guerra civil. Conoció Tailandia y París en otras aventuras. Se agotaron también muy pronto las versiones que exploraban lo que Hergé siempre evitó, la vida sentimental de sus personajes y, más allá aún, su sexualidad, sucio porno de línea clara.

El embarque en el crucero.

El embarque en el crucero. / ?

En mitad de aquella orgía editorial, ‘Tintín en Barcelona’ pareció, salvo por su nombre, una publicación intrascendente, mal dibujada, peor narrada y sin ningún ‘cliff hanger’ de aquellos de la última viñeta de cada página que tan bien sabía manejar Hergé para que el lector pasara a la siguiente. Fue un error menospreciarlo entonces. Fue en realidad clarividente. Julioverniano.

¡Llegó Tintín en 1984 a Barcelona en un crucero!, algo que hoy no sorprende, de acuerdo, pero entonces era algo insólito. El antecedente más inmediato de esa manera de visitar la ciudad fue, con una mirada muy laxa del concepto turismo, el atraque de la Sexta Flota a partir de 1951 en el puerto, con una marinería que, por lo que cuentan, redistribuía la riqueza con más equidad que el crucerista prototípico de hoy, vamos, que gastaban más en putas y tabernas que en bolsos de lujo en el pase de Gràcia.

Hernández y Fernández, cómo no, con barretina.

En 1985, y no por influencia de aquel álbum apócrifo, por supuesto, sucedió algo que tampoco debería caer en el olvido. ‘The Pacific Princess’, el barco en el que sucedían la mayor parte de las tramas de ‘Vacaciones en el mar’, hizo escala en dos capítulos de la novena temporada de aquella almibarada serie, pero esa es otra historia que no hace más que desviar el foco de lo que interesa aquí y ahora, Tintín.

Paseo por el Raval donde, ¡oh!, ya había problemas de limpieza.

Paseo por el Raval donde, ¡oh!, ya había problemas de limpieza. / ?

Con Massagran como anfitrión, Tintín y Milú se adentran en el Raval y el Gòtic. Ahí anticipó el autor que la suciedad sería el Guadiana de las polémicas de la ciudad. ‘Barcelona cara neta’, se lee en una pared que da grima. #Maragalldimissio, por no decir cosas más sexistas.

Tintín, hecho una 'carolina' en el las calles del Raval.

Tintín, hecho una 'carolina' en el las calles del Raval. / ?

Sin demasiadas explicaciones, , quizá en un homenaje implícito a Ocaña, que había fallecido solo un año antes de aquel 1984. No sería esta, en cualquier caso, una predicción, sino más bien una constatación de lo habitual, ya que hay constancia escrita, como mínimo desde 1931 y por la pluma de Jean Genet de la gran afición que en esta ciudad ha habido por confundir a la parroquia en esto del género. Muy impresionado parece que se quedó el escritor francés cuando vio desfilar a las llamadas Carolinas en procesión por las Ramblas para llorar que un urinario público que tantas alegrías les había dado hubiera sido volado por los anarquistas. Ya que estamos, estaba justo ahí donde acaban de comenzar las obras de reforma de ese paseo y que algunos lloran con el insostenible argumento de que el pasado fue mejor.

Tintín y Masagran, en la plaza Nova.

Tintín y Masagran, en la plaza Nova. / ?

Pero de todo aquello que sucede en ese álbum, tal vez lo que menos profético pareció en aquel hoy lejano 1984 fue que Tintín, resuelto el caso, proclama que por fin puede hacer aquello que más le apetece, ser un turista en Barcelona. Cuando el verdadero Tintín emprendió su viaje a la Luna en 1950 (19 años antes que Neil Armstrong diera su pequeño primer paso sobre el satélite de la Tierra) pareció mucho más creíble que esa predicción de que Barcelona terminaría por ser la repera turística. Con ánimo de molestar, toca recordar (cada cierto tiempo, es necesario) que Pasqual Maragall las pasó canutas para aprobar en 1989 un plan que iba a facilitar la construcción de 11 hoteles en la ciudad ante la cercanía de los Juegos Olímpicos. Convergència i Unió votó en contra y tuvo que ir al rescate del alcalde hasta el PP. Votó en contra el mismo partido que años después proclamó la ley de la selva en las licencias de apartamentos turísticos. Por si se lo preguntan, en 1984 Tintín se alojó en una pensión, Ca l’Aranya, en la que ni Jean Genet hubiera metido los pies.

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