La mayor fiesta mayor

La Mercè dice adiós y pone deberes para 2023

Joan Miró, olvidado espacio Mercè en el año del catapún, renace como perfecto para el público familiar, el 'correfoc' se empadronará en el paseo de Gràcia y el Parc de l'Aqüeducte regresará sin dudarlo

Carles Cols

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Como el Universo de verdad, La Mercè se expande. Para más de un millón de espectadores (tal vez 1,1 millones, a falta de sumar pies y dividir por dos en el piromusical) han actuado las estrellas (músicos, actores y artistas de la imaginería tradicional) en esta edición de la fiesta mayor de la ciudad, pero una cosa es eso, el número de astros y planetas, que ya impresiona, y otra muy distinta, y hasta cierto punto más interesante, el hecho de que tras el ‘big bang’ original, porque La Mercè era principalmente una fiesta de Ciutat Vella y poco más, se ha expandido. Ha comenzado en los despachos del Institut de Cultura de Barcelona (Icub) el análisis de lo vivido y hasta es posible comenzar a anticipar cómo será la edición de 2023. He aquí algunas de las conclusiones ya que pondrán en pie la próxima fiesta mayor.

CORREFOC

En los años 80 cimentó su fama, entre otras razones, porque la pólvora negra que empleaban las ‘colles de diables’ iba mezclada con aluminio. Aquello proporcionaba a los fuegos de artificio una luminosidad sin igual. También una temperatura que exigía al público una valentía demasiado más allá del cumplimiento del deber. El aluminio terminó por sustituirse por titanio, pero algunos luciferinos aseguran que no es lo mismo. Esta breve lección de química de la fiesta mayor viene al caso para subrayar que el ‘correfoc’ ha mutado a lo largo de los años mucho más de lo que parece, así que los cambios jamás deberían extrañar.

En La Mercè de este año se ha celebrado en el paseo de Gràcia por dos razones, una potente y otra simbólica. La primera es que la Via Laietana está en obras, infernal por sí sola, podría decirse. La segunda es que el paseo de Gràcia cumple 150 años, una excusa como cualquier otra. La cuestión es que tanto ha gustado lo visto y, según se mire, lo sufrido bajo el fuego, que parece casi un 99% seguro que el ‘correfoc’ se instalá hasta nueva orden en la más señorial calle del Eixample. Podría decirse incluso que este ha sido el año de su internacionalización por la enorme presencia de extranjeros de visita en la ciudad que no quisieron perdérselo. Solo así se explica que la cifra de asistentes proporcionada por la Guardia Urbana fuera de 120.000 personas, 80.000 un par de horas antes, en el ‘correfoc’ infantil. No es aventurado sostener que tras 43 años de existencia, esta celebración ha terminado ya en el circuito de cosas que hacer una vez en la vida, como la Tomatina de Buñol o el Sanfermín pamplonica.

Si efectivamente es así, toca un año más lamentar que no se llevara adelante una idea que en 1979 tuvieron Agnès Trias y Xavier Jansana. Ellos fueron (eso recuerdan los más ancianos del Icub) quienes acuñaron la palabra ‘correfoc’, pero es no es nada al lado de lo que además pretendían. Querían que a ese gigante pasacalles de ‘diables’ el público fuera disfrazado de bestias salvajes. Alguien, que debería avergonzarse por ello, desdeñó la idea.

D'En Tro, aplaudido como el Pep Bou de las peonzas, y tal vez es quedarse corto.

D'En Tro, aplaudido como el Pep Bou de las peonzas, y tal vez es quedarse corto. / ELISENDA PONS

PARC DE JOAN MIRÓ

Las peonzas del D’Es Tro han girado casi sin pausa mañana, mediodía y tarde en el parque de Joan Miró durante tres días de la Mercè. A la derecha del escenario estaban aparcados, en perfecta batería, decenas de cochecitos de bebé. Dicen de este artista mallorquín que es el Pep Bou de las peonzas. Entre las palmeras del parque han sido vistos programadores de teatro infantil y de festivales de circo de otras ciudades para tomar nota. Por las cuatro esquinas de ese gran jardín de la izquierda del Eixample (algo pelón, a veces) había a toda hora algo que hacer con los más pequeños de cada familia. Ha sido un rotundo éxito. Y qué contraste. Aquel lugar, nada menos que el equivalente a cuatro manzanas del Eixample, fue hasta 1979 el matadero de la ciudad.

Teatro San Carlino, polichinelas de primera catgoría procedentes de Roma, en el parque de Joan Miró.

Teatro San Carlino, polichinelas de primera catgoría procedentes de Roma, en el parque de Joan Miró. / ELISENDA PONS

Fue con Narcís Serra como alcalde que el Ayuntamiento de Barcelona quiso mandar un mensaje a la ciudadanía precisamente con aquel solar. Fue el primer nuevo parque de una ciudad que durante décadas se había vuelto adicta al asfalto y estos días se ha subrayado que se integra por fin a la Mercè, con el argumento de que en las ediciones de 2020 y 2021, por pandémicas, no se pudo exprimir todo su más que evidente potencial. Falso. La plaza de Joan Miró fue escenario de La Mercè a principios de los años 80. En la memoria de muchos ‘movidólogos’ permanece indeleble el recuerdo de un triple concierto celebrado ahí en 193, con Radio Futura, Alaska y Dinarama y Nacha Pop sobre el escenario. Ojalá las puertas del Ministerio del Tiempo existieran de verdad.

Hecha esta puntualización, casi una fe de errores sobre lo que sostiene el ayuntamiento, la cuestión es que la apuesta por el público familiar de La Mercè en el parque de Joan Miró ha sido (sondeados sus responsables) casi inmejorable. Repetirá en 2023.

PARC DE L’AQÜEDUCTE

Es, parece, una ley no escrita del urbanismo: las ciudades crecen hacia poniente. Salvo obstáculos geográficos, parece que la norma se suele cumplir de forma general en los dos hemisferios. Barcelona contravino esa tendencia con motivo del Fòrum del 2004 y, por lo visto, La Mercè también estos últimos años, en los que primero la programación musical se trasladó a las playas de al norte de Nova Icària, después se conquistó la riba del Besòs y este año la fiesta mayor ha viajado hasta Ciutat Meridiana. Se ha revelado el Parc de l’Aqüeducte como un lugar encantador. Raro sería no repetir, dicen fuentes del Icub, y más porque eso significaría, además, desperdiciar todo el trabajo hecho entre bambalinas. Los pasacalles que recorrían el barrio para animar a los vecinos a ir a la fiesta eran niños de las escuelas de la zona. Los bocadillos en el improvisado bar lo atendían comerciantes de Ciutat Meridiana. Como posible detalle a corregir, explican, está el lograr que no se superponga el sonido de los escenarios cuando en cada uno de ellos hay espectáculo, nada imposible de lograr.

EL GREC Y LA ZONA UNIVERSITÀRIA

Un cuarto de millón de espectadores ha tenido La Mercè musical, principalmente bajo el paraguas del BAM. Hasta 18 escenarios distintos ha habido. Los hay inamovibles del programa, como el paseo de María Cristina, donde la única nota a mejorar es la de la seguridad una vez que termina el espectáculo, la playa del Bogatell, el único de cara al mar y, por citar un tercer lugar de los clásicos, la avenida de la Catedral, donde este año se rindió un merecido homenaje a Pau Riba.

Lo interesante es lo nuevo o distinto. En el Icub están aún impresionados con las noches del Grec, distintas en ambiente a las del festival teatral de verano, pero que han tenido (eso cuentan los asistente) un clima muy especial. Nada a tocar, dicen. No es el caso de la decisión de llevar la música al corazón de la Zona Universitària, en la calle de Martí Franqués. Ha gustado el lugar, pero desde el Icub admiten que habrá que calcular mejor los servicios disponibles (lavabos, por ejemplo) e indicar mejor las rutas de acceso y salida. Nada no subsanable. Realmente muy atrás quedan aquellos años, ¡ay!, del ingrato Sot del Migdia, que ese sí que no tenía arreglo.

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