La mayor fiesta mayor

La Mercè sense Fronteres maravilla en Ciutat Meridiana

La descentralización de la fiesta corona otro 'ochomil', retrata al barcelonés como un público entusiasta y deja pendiente el debate sobre los incidentes nocturnos

Carles Cols

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Hubo un tiempo en que un payaso fue el artista más bien pagado de Europa. Se llamaba Adrien Wettach, era suizo, nació en 1880 y era conocido por todos como Grock. Aunque infinitesimal, verán que aquella celebridad, a través de una deliciosa anécdota, guarda relación con esta edición de La Mercè en la que la gran novedad de la jornada ha sido el estreno del Parc de l’Aqüeducte como nuevo escenario de la fiesta mayor. Qué gran acierto. El propósito era llevar La Mercè a los barrios de Ciutat Meridiana, Vallbona y Torre Baró y, en un circense más difícil todavía, llevar también hasta allí a vecinos del resto de barrios de la ciudad. Los había y algunos reconocían que era la primera vez que pisaban aquella maltratada esquina de Barcelona a la que la Generalitat pujolista, cuando se decidió por fin a que tuviera metro, se lo hizo casi de Lego. La organización de a Mercè ha decidido desembarcar allí a lo grande y, para ello, ha optado por una de sus platos estrella, de la mano de Jaume Mateu ‘Tortell Poltrona’, nada menos que Pallassos sense Fronteres, no solo una oenegé, sino casi una oenegé de las oenegés, como luego se contará junto a lo de Grock.

A la tercera jornada de la fiesta mayor (antes de que alguien se extrañe de por qué no se menciona el caso en este repaso general) se llegaba a primera hora de la mañana tras una madrugada de saqueos, destrozos e incluso una muerte en un par de puntos muy concretos de la ciudad en los que pocas horas antes había música de la programación del BAM. La oposición municipal ha dicho lo predecible, que la ciudad es un sindiós, que las fiestas no son seguras, que las familias harían bien en no salir de casa, que falta mano dura y, tal vez, algo más han añadido en esa misma línea.

Los miembros del Circ Cric, con Tortell Poltrona en el centro de la 'troupe', se despide del público de su primera actuación.

Los miembros del Circ Cric, con Tortell Poltrona en el centro de la 'troupe', se despide del público de su primera actuación. / MANU MITRU

Junts hasta parece que ha sugerido que deberían suspenderse o algo parecido, y lo que en el Parc de l’Aqüeducte se habría perdido el público que se arremolinaba alrededor de los escenarios habría sido mucho. Incluso se podría decir que mucho más de lo que parece.

Aquel parque forma parte de la estrategia política del Plan de Barrios, una línea política que nació en la Generalitat de Pasqual Maragall y que, cuando se desdeñó después, pasó a ser municipal. Se resume fácilmente. El plan no consistía más, que no es poco, que invertir en los barrios más desfavorecidos del país antes de que cruzaran el punto de no retorno, como le sucedió a Ca n’Anglada (Terrassa) en 1999. En cierto modo, aquel ejidiano caso, que degeneró en una ola de racismo, fue el origen, a su manera del Plan de Barrios. Hay dos opciones ante situaciones así, o solucionar los problemas o problematizar las soluciones. Pues eso.

Ha llenado la platea Tortell Potrona a los pies del acueducto de Ciutat Meridiana que en el siglo XIX abastecía de agua a parte de Barcelona y, según testimonios personales recogidos por aquí, por allá y por acullá, esa ha ido la norma general hasta ahora de La Mercè.

'L'Orchestrina Caramelle', una gentileza de la ciudad invitada, Roma, en el parque de la Ciutadella.

'L'Orchestrina Caramelle', una gentileza de la ciudad invitada, Roma, en el parque de la Ciutadella. / FERRAN NADEU

A las tardes y noches de la Ciutadella le ha sentado la mar de bien la descentralización de la fiesta mayor (“lleno, pero no abarrotado, el público muy entregado, y colas, eso sí, para reponer fuerzas con una ‘crêpe’) y en el recinto del Grec dicen que se vivió una noche deliciosamente romana, con Vinicio Capossela en el escenario y un inesperado coro de cientos de voces, porque la comunidad italiana de Barcelona, como se sabe, de las internacionales la segunda en peso demográfico, acudió en tropel y, ya que estaba, cantó.

Los mensajes llegados desde la Trinitat son también entusiastas. “Los etíopes del Kine Circus tiene una energía brutal. Menuda hora de espectáculo. Divertidísimos los miembros de ‘Sweet home on wheels’. Había espectáculos de pequeño formato en rincones que otros años no se utilizaban, mucho más verdes y agradables, y, ya el summum, una compañía muy loca, ‘Aquacoustique’, ha ofrecido un concierto en ‘sea’ mayor dentro del lago”.

Pero merece la pena rebobinar y volver a Ciutat Meridiana. Payasos. No está bien calculado en qué momento ser un payaso pasó a ser un insulto. Pancracio Celdrán Gomariz, en su siempre útil para estos casos ‘El gran libro de los insultos’, qué gran tratado, ha encontrado algún rastro en el siglo XIX y en la pluma de Espronceda, pero por lo que parece el uso de la expresión con propósito de ofender es algo más propio de un tiempo para acá. Contaba el malogrado Pepe Rubianes en uno de sus números que precisamente eso le llamaba el profesor, ¡payaso!, cuando le echaba de clase.

Esa polisemia de la palabra se antojaba ridícula en el Parc de l’Aqüeducte a poco que uno se acercara a leer los carteles en los que se resumía la labor de Pallassos sense Fronteres desde su fundación. 500 actuaciones en Burkina Faso, 1.050 entre Líbano, Palestina, Kurdistán, Jordania, Israel, Siria e Irak, 1.100 en los Balcanes, 380 en Colombia, 187 ya en Ucrania o al otro lado de sus fronteras desde la invasión rusa. En innumerables ocasiones el teatro es un campo de refugiados, el público, desplazados y, a lo íbamos al principio, alguna vez los espectadores han sido colegas de Médicos sin Fronteras, que también necesitan la terapia de la risa para sobrellevar lo que viven en primera línea. A veces se derrumban y lloran al ver a los payasos. La risa es un mecanismo emocional bien raro. Lo dicho, son la oenegé de las oenegés.

Y ahora, la anécdota. La Mercè, como es lógico de imaginar, tiene unas tramoyas colosales. Es posible por el trabajo de decenas de empleados municipales y otros externos. Es una obra coral que requiere gran intendencia y, si hace falta que el concejal de Cultura, Jordi Martí, haga de recadero, pues se hace y punto.

Lo ocurrido es que Tortell Poltrona llamó semanas atrás por teléfono a Martí porque se le echaba el tiempo encima para preparar La Mercè de Ciutat Meridiana, en la que había implicado a las escuelas del barrio, a los comerciantes de la zona y a todo el que pasaba por ahí, y necesitaba rápido un par de firmas en unos contratos.

--¡Caray!, Jaume, lo siento, pero me coges en Pristina.

--¡Qué me dices! ¡Olvídate de lo de las firmas! Deja lo que eses haciendo y te vas a buscarme un gorro tradicional albanokosovar, de los blancos, y me traes.

Cualquiera le dice que no con la pasión con la que lo pidió. Aquel gorro era el que usaba Grock en alguno de sus espectáculos y toda compañía de payasos que se precie de serlo debe tener ese tipo de cubrecabezas para uno de sus personajes. En el tortelliano Circ Cric por supuesto tienen varios, pero con e paso del tiempo hay que irlos jubilando y Pristina no es un lugar a que se llegue desde Barcelona en metro, ni que sea de Lego.

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