Arqueología comercial

Rauric, una calle umbría sin la luz de El Ingenio

Decía Borges que el pasado nos parece siempre mejor y que en realidad el presente, sea cual sea, siempre es triste, pero lo ocurrido en Rauric no le da la razón

La calle Rauric

La calle Rauric / JORDI COTRINA

Carles Cols

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La calle de Rauric, que se llama así como mínimo desde antes de 1340, habrá tenido muchas vidas, porque ocho siglos dan para mucho, pero desde que cerró El Ingenio, tienda sin igual,es solo una sombra, una vía que aún sirve, es cierto, para ir de A a B, de Boqueria a Ferran y esquivar así la riada turística, pero ese instante de alegría que proporcionaban los escaparates de aquel negocio dedicado a la imaginería laica de las fiestas mayores, la vida circense y oros productos inclasificables, tan irresistibles que la mitad de las veces se terminaba por entrar, es ahora solo un melancólico recuerdo.

Más de 180 años abierto al público estuvo aquel establecimiento. Enamoró incluso a Joan Brossa, quien en 1997 le regaló a Rosa Cardona, la entonces propietaria, un par de sus letras gimnastas para que las colocaran en el vestíbulo. Evidentemente, ya no están. El inmueble ha sido recientemente vendido. Queda la carpintería exterior, también el cartel en bandera en el que se anunciaba el nombre del establecimiento, que a saber dónde termina, y quedará para la posteridad, sobre todo la ‘stolpersteine’ del pavimento.

Agustín Sevillano, artesano de parte de toda aquella imagenería laica que salía del taller de El Ingenio, manos a la obra con una de sus obras.

Agustín Sevillano, artesano de parte de toda aquella imagenería laica que salía del taller de El Ingenio, manos a la obra con una de sus obras. / JOAN CORTADELLAS

Sí, hay que comenzar a llamarlas así, ‘stolpersteines’ comerciales. Más o menos en la misma época (principios de los años 90) en que el artista alemán Gunter Demnig tuvo la conmovedora idea de colocar adoquines dorados en las aceras de Alemania frente a las casas donde vivían las víctimas de los nazis (con el nombre, la fecha de la deportación y, cuando era el caso, el campo de concentración donde murieron), el Ayuntamiento de Barcelona tuvo la aparentemente feliz idea de instalar frente a 125 tiendas de la ciudad con acreditado pedigrí una placa en agradecimiento a los servicios prestados a la ciudad. Eran un homenaje y, en contra de lo previsto, bastantes de ellas pasaron a ser de repente inopinadas ‘stolpersteine’ comerciales, una palabra alemana que literalmente define una piedra con la que se tropieza, que es lo que hicieron los padres de aquella idea en Barcelona. La placa de El Ingenio, con el cartel de ‘vendido’ en la puerta del establecimiento y la ausencia de ese Picasso cabezudo que cada mañana colocaban junto a la entrada, parece una lápida. Aquí yace…

La placa que homenajeaba a El Ingenio, que tras la defunción de la tienda asume la tarea de ser una 'stolpersteine' comercial.

La placa que homenajeaba a El Ingenio, que tras la defunción de la tienda asume la tarea de ser una 'stolpersteine' comercial. / JORDI COTRINA

Esta apesadumbrada visita a Rauric (el nombre, por lo que dicen, es un patronímico visigodo) sirve en cualquier caso para subrayar hasta qué punto la vitalidad de una calle no depende tanto de su arquitectura como de las tiendas que hacen latir su corazón. Esta es una calle muy corta. Va de Boqueria a Ferran. Es casi simplemente un atajo, pero ha vivido más vidas que grandes avenidas y plazas. En los años 80, Rauric fue la calle del bar Kike y del Este Bar, donde como un géiser brotó la gran desinhibición homosexual de Barcelona. También en uno de sus portales estaba la primera ‘sex-shop’ gay de la ciudad. La vecindad con el El Ingenio parece que no era ningún problema.

El cartel en bandera de El Ingenio, cuyo destino, tras ser vendido el establecimiento, tal vez sea muy incierto.

El cartel en bandera de El Ingenio, cuyo destino, tras ser vendido el establecimiento, tal vez sea muy incierto. / JORDI COTRINA

A Rauric le sentó de maravilla después, cuando toda aquella loca vida fuera del armario se trasladó al Gaixample, la apertura de una cafetería que podía haber marcado época, el Schilling, un negocio contracorriente, al menos en ese barrio, el Gòtic, donde algunos tienen malentendido eso de que el tiempo es oro. Al Schilling, en la esquina de Ferran con Rauric, con grandes cristaleras en ambas calles, se iba como antaño al Café Gijón de Madrid, por la conversación alrededor de una mesa, sin prisas. Lo que los dueños de aquel establecimiento consiguieron no lo enseñan en las escuelas de negocios. El Schilling, como El Ingenio, no sobrevivió y su lugar lo ocupa hoy un ‘fast food’ de comida supuestamente mexicana. No tiene el Schilling su ‘stopelsteirne’ comercial. Se la merecía.

La esquina que perteneció al Schilling, en una imagen no merece añadir más comentarios.

La esquina que perteneció al Schilling, en una imagen no merece añadir más comentarios. / JORDI COTRINA

Tras varias entregas, esta serie de paseos por las ruinas comerciales de la ciudad parecerá, tal vez, entre pesimista y deprimente, algo así como un mantra de que cualquier tiempo pasado fue mejor. A modo de epílogo, pues, no está de más repescar la entrevista que en 1980 le hicieron a Jorge Luis Borges para conocer qué época hubiera preferido vivir. Dijo que en el siglo XIX, desde su punto de vista muy superior al XX. La cuestión es que, ya se sabe, era un prestidigitador de las palabras y las ideas, y al rato afirmaba: “Desde luego, nos ha tocado una época triste, salvo que el presente quizá sea siempre triste. La gente tiende a situar la felicidad en una época anterior”. Y ponía como ejemplo la siempre ensalzada Belle Époque, cuya belleza, recordaba el escritor, se supone que no era mancillada por los atentados anarquistas y por la profunda miseria de los barrios pobres. Es una estupenda reflexión, pero es tan, tan, tan difícil estar de acuerdo con Borges después de atravesar Rauric… Cualquier tiempo pasado fue mejor.

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