Arqueología comercial

El modernismo de la Filatelia Monge y la chocolatería Fargas, maltrechos para nada

En 2015, la especulación inmobiliaria obligó a la mudanza de los dos establecimientos junto con su patrimonio, y la esquina que formaban pasó de distinguida a anodina

Los bajos del palacio Castell de Pons, en la plaza de la Cucurulla, donde estaban la chocolatería Fargas y la Filatelia Monge

Los bajos del palacio Castell de Pons, en la plaza de la Cucurulla, donde estaban la chocolatería Fargas y la Filatelia Monge / Elisenda Pons

Natàlia Farré

Natàlia Farré

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La extraña relación que mantiene Barcelona con su patrimonio, cargárselo para luego llorar por él, es algo que viene de antiguo. Vean si no: “El espíritu de especulación todo lo invade. Al impulso de la piqueta innovadora desparecen tradición, autoridad, glorias pasadas y venerables recuerdos antiguos. Barcelona exuberante de población y comprimida en su recinto, más que otra ciudad alguna, hallase poseída de este fatal vértigo, hasta el punto de que en pocos años ha mudado enteramente de faz, perdiendo sin compensación preciados monumentos, florones exquisitos de su corona condal”. La forma del escrito delata tiempos pretéritos pero el fondo es atemporal en una ciudad con gran querencia en deshacerse de lo que sea en pos de la especulación inmobiliaria. El texto del polifacético escritor e historiador, a la par que abogado, Josep Puiggarí, data de 1857 y responde al lamento por la desaparición de la casa Gralla, uno de los primeros, mejores y casi únicos ejemplos de renacimiento en Barcelona. 

Fachada de la casa Gralla, grabado de Adolph Rouargue, de 1857.

Fachada de la casa Gralla, grabado de Adolph Rouargue, de 1857. / AHCB

Basta con sustituir “preciados monumentos” por “preciados establecimientos” para actualizar el llanto. Lo dicho, un contínuum. Antaño por palacios y conventos de factura singular, hogaño por los históricos comercios con pedigrí borrados del paisaje desde que en 2015 finalizó la moratoria de la ley de arrendamientos urbanos y Barcelona se vendió el alma al diablo del lucro fácil de las rentas. Y de paso, convirtió sus calles en un camposanto de lápidas que recuerdan que donde ahora hay una tienda de suvenires, ropa ‘low-cost’ o cualquier franquicia de comida rápida o café ‘cuqui’, no hace tanto había una tienda única, con personalidad e histórica. Y en muchos casos, centenaria.

La pérdida de la casa Gralla

La casa Gralla ocupaba lo que hoy ocupa la calle del Duc –eufemismo impuesto en 1980 para sustituir el nombre verdadero de la vía, Duc de la Victòria, en honor a Baldomero Espartero, el general que aludía a la necesidad de bombardear Barcelona cada 50 años-, y la citada vía se abrió, por supuesto, para vertebrar la promoción inmobiliaria entre las calles de Portaferrissa y Canuda. Hubo quejas ciudadanas, tantas que se estudió la opción de mantener la fachada, una filigrana, como entrada de un gran pasaje-bazar al estilo parisino, pero a la propiedad –Josep Martí Fàbregas, el mismo que da nombre al palacete de la calle de Portaferrissa que en tiempos prepandémicos albergaba el cincuentón mercadillo de El Camell y un bar con un fantástico jardín romántico- no lo aceptó porque quería más, más beneficio se entiende.

La esquina de la filatelia Monge y la chocolatería Fargas, antes de su traslado.

La esquina de la filatelia Monge y la chocolatería Fargas, antes de su traslado. /

Hubo intentos por conservarla y levantarla en otros espacios, la historia de las piedras es accidentada, pero el final se reduce a que el patio-claustro, con sus arcadas y columnas, acabó en un polígono de L’Hospitalet, en la sede de Prosegur, y el frontispicio, posiblemente, en la escollera del puerto. Cuando la construcción renacentista estaba en pie miraba cara a cara a otra gran pieza arquitectónica, el palacio de Miquel Mai (1480 —1546). El embajador ante el Papa Clemente VII y consejero de Carlos V murió sin descendencia y la casa acabó en manos de la familia Pinós, que decidió dejar pasar los siglos y el polvo para en 1803 derribarla por ruinosa. ¿El argumento? Era más rentable cobrar perpetuamente el censo enfitéutico y los luismos de las casas que se podían edificar que embolsarse la renta de la finca.

Esquina desafortunada

A estas alturas del texto el lector, seguramente se pregunte qué relación hay entre tanto casoplón monumental desaparecido y los establecimientos emblemáticos finiquitados de la ciudad. La hay. No solo porque el afán especulativo acabó con unos o está acabando con los otros, sino porque donde antes se levantaba la casa de Miquel Mai ahora luce el palacio Castell de Pons, cuyos bajos albergaron hasta 2014 y 2015 dos tiendas centenarias, la Filatelia Monge y la chocolatería Fargas, con patrimonio modernista y ochocentista, que si bien no han cerrado, sí se han tenido que mudar con el patrimonio a otra parte por obra y gracia de unos alquileres imposibles de pagar. El resultado fue un intento de rescate de los elementos catalogados tan desafortunado como el de la casa Gralla y una esquina, la de la plaza de Cucurulla con la calle del Pi, cuyo aspecto actual es mucho más vulgar y anodino del que lucía en 2013.

La inmobiliaria Casacuberta Villamill compró el edificio neoclásico a la orden de Sant Joan de Déu con la intención de remodelarlo e instalar unas galerías comerciales. La normativa se adaptó para que así fuera y así se hizo. La filigrana modernista de la puerta de la Filatelia Monge–que ya existía cuando el local era la lencería Jaumà, en 1904- molestaba, así que se trasladó y adaptó a una portería de la calle del Pi. Pasó lo mismo con la decoración de la Fargas, los propietarios de la bombonería más antigua de Barcelona, con fecha de 1826, se lo llevaron para recolocarlo en un nuevo local. Y el espacio de los históricos locales lo ocupó una marca italiana de ropa ‘low cost’ y dudoso gusto estético por el interiorismo ya cerrada.

La esquina, antaño bonita y con empaque luce ahora vacía y cerrada. Lo bueno es que ha desaparecido la vulgaridad del rótulo de plástico que anunciaba la tienda 'low cost' y que en su día sustituyó a la madera modernista. Como dejó escrito Puiggarí en 1857. “Ya que servilmente seguimos a los extranjeros, ¿por qué no imitar su celo en la conservación de monumentos? Porque somos más escépticos e ignorantes”. 

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