Barceloneando
El Bar Canigó, templo de la copa tranquila de Gràcia, cumple un siglo
Josep Parcerisas abrió el establecimiento en julio de 1922 tras lograr el traspaso de una bodega y reconvertirla
Cualquiera que haya salido por Gràcia se ha tomado una copa en el bar Canigó, en la parte alta de la plaza de la Revolució. Sí, a veces hay ruido, porque por franjas el lleno es de aúpa, pero es un bar en el que tradicionalmente se ha quedado para hablar. Es el bar al que se va a tomar algo antes de ir a una discoteca, pero también el local donde comer un bocata antes de ir al cine Verdi, o después de ver la película.
Es también un bar de mañana. En realidad es algo distinto en función del momento del día. Como el barrio, ha ido cambiando de horario con el paso del tiempo. Pero desde hace por lo menos tres décadas es un lugar en el que tomar una copa tranquila. Es acogedor, llama al parroquiano habitual, al que le gustar ir siempre al mismo sitio. Esa gente que seguro tiene que vivir más años: los amantes de las rutinas.
El caso es que el pasado viernes, 1 de julio, la familia propietaria del Canigó celebró su 100º aniversario de manera “comedida”, según explica Sara Arias Parcerisas, 39 años, cuarta generación al frente del local, una tarea que comparte con su tío Miquel Àngel, con su tía Ana, con otros cuatro camareros, una persona que trabaja en la cocina y otra que se encarga de la limpieza.
Una bodega
El que lo empezó todo fue Josep Parcerisas, natural de Piera (Anoia), que en apenas dos años hizo muchas cosas relevantes en su vida. El 1 de julio de 1922 pagó el traspaso de lo que era una bodega, que reconvirtió en bar. El 5 de julio, según consta en la documentación, ya era oficialmente suyo. Le llamó Canigó por simpatía y alusión al bar de un amigo, que lo denominó Montseny.
Poco después de hacerse con el establecimiento, Parcerisas se casó con Ana Colomina, y en 1924 tuvieron a su único hijo, Miquel. Vivían en el altillo amplio que está encima del bar y en el que ya no reside nadie: tres habitaciones, una sala de estar, un lavabo. La cocina, la del bar.
Llegaron a convivir tres generaciones allí. Porque el hijo se casó y su mujer, Enriqueta, la abuela de Sara, se sumó al equipo del Canigó. La pareja tuvo tres hijos: Mari Carmen (madre de Sara, ya jubilada), Ana y Miquel Àngel. Quien frecuentara el Canigó en los 90, cuando empezó su andadura también como bar de copas nocturno, tiene que recordar a las dos hermanas y a su padre, fallecido hace dos años, a los 96, siempre en el local. Sara y Miquel Àngel, que tuvieron otros trabajos, acabaron volviendo al bar. Toda la familia citada ha trabajado allí.
Los horarios y los obreros
Cuando el bisabuelo empezó su andadura, el Canigó abría pronto, por la mañana y también cerraba pronto. Ofrecía muchos desayunos, porque Gràcia fue durante décadas un barrio con fábricas y obreros. Con el tiempo, las fábricas cerraron y las necesidades cambiaron.
Sara explica que se han ido adaptando a esos cambios. De repente, hubo un tiempo en el que apenas se trabajaba de día, y retrasaron la apertura. Ahora abre a las 10 de la mañana y cierra a la 1.30 de la madrugada entre semana y a las tres los viernes y los sábados. Los domingos cierran siempre.
No se traspasa
Sara iba al colegio en la cercana calle de Montseny, y recuerda con alegría volver de clase para sentarse en una mesa a hacer deberes. No solo eso: “Mi madre recuerda que a menudo, de pequeña, me sentaba en mesas con clientes para hablar con ellos”.
No, subraya: este bar no se traspasa. ¿Y si le hicieran una oferta? Nada. Le encanta esta vida y piensa mantenerla. El bar ha superado la pandemia, aunque Sara relata que ahora por la mañana hay menos gente.
“Faltan camareros”, explica. Un cartel lo indica en la entrada. Asegura que no es por los salarios, y que los contratos son de 40 horas. Pero no llegan propuestas.
Aquí nunca ha habido un atraco. “Solo una vez entraron de noche pero no se llevaron nada. Mi abuela bajó la escalera y preguntó: ‘¿Hay alguien?’”. Tampoco, dice, tienen follones considerables. Sí es cierto, cuenta, que hace poco que han empezado a recibir algunas quejas por el ruido en la plaza. Por eso la celebración “comedida” no se llevó al exterior.
En las fiestas de Gràcia de este verano podría debutar en el bar un primo suyo, hijo de Miquel Àngel. Cuarta generación, como ella. La quinta la encarna su hijo, todavía pequeño. El tiempo dirá si acaba sirviendo las copas que, tranquilamente, toman los clientes del Bar Canigó, mientras hablan y ven pasar ríos de gente por la concurrida esquina entre Verdi y la plaza de Revolució.
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