La biodiversidad de la playa de Barcelona abruma: 103 especies de peces

La ictiología entra por la puerta grande en el atlas de la flora y fauna de Barcelona: hay más variedades de peces que de aves nidificantes en la ciudad

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Carles Cols

Carles Cols

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El primer atlas de la biodiversidad de las playas de Barcelona (sí, el primero, ya es bien raro que no hubiera todavía un padrón de qué peces comparten aguas con los bañistas) ha resultado ser una monumental sorpresa. De momento han sido censadas 103 especies distintas. Son muchas. Durante siete años de la pasada década se hizo algo similar en Illes Medes, Palamós, Arenys de Mar y Mataró y solo se pudieron certificar 88. Pues eso. Entre el Besòs y el Llobregat aletean en abundancia muchas momas (cuyo nombre en catalán la define mejor, ‘bavoses’) y en menor cantidad, pero también ahí están, besugos, congrios, cabrachos, lubinas, meros, salmonetes y doradas, y también rarezas que ya quisieran en Mallorca, como el torpedo (eso dicen los ictiólogos que han presentado el estudio, que en las islas los echan en falta), dos especies distintas de caballitos de mar (tesoros a preservar) y alguna que otra excentricidad, como una variedad de lenguado tropical que parece que ha emigrado de su hogar víctima del calentamiento global.

Las playas de Barcelona son, recuérdese, un lugar de una artificialidad absoluta. Hay playas donde antes había rocas o marismas, hay espigones a la vista y arrecifes de cemento sumergidos a pocos metros de la línea de la costa. Todo eso, sin embargo, ha resultado ser un acogedor hogar, tal y como ha revelado un curiosísimo trabajo de campo realizado por el Ayuntamiento de Barcelona, Anèl·lides Serveis Ambientals Marins y, sobre todo, el Institut de Ciències del Mar-CSIC, cuya dirección postal está precisamente en el paseo Marítim de la ciudad y que, sin embargo, había llevado hasta ahora más investigaciones en aguas lejanas, antárticas, sobre todo, que al otro lado de la calle, en la playa que divisan desde la ventana.

Dos participantes en la biomaratón submarina de Barcelona.

Dos participantes en la biomaratón submarina de Barcelona. / ICM-CSIC

Un par de cifras ayudan a comprender la magnitud de lo censado. El Ayuntamiento de Barcelona hace años que elabora un Atlas de la Biodiversidad, algo que salta a la vista que existe simplemente con pasear por las calles y parques de la ciudad. Según ese documento, en Barcelona han sido avistadas 83 especies de pájaros que anidan en la ciudad, 39 de mariposas y una treintena de vertebrados, entre los que destacan, cómo no, los cada vez más comunes jabalís, tres especies de serpientes, siete de murciélagos, un par de ratas y, aunque muy difíciles de ver, los muy ‘punkies’ erizos de la Ciutadella. Toda esa población no supera en número de especies, sin embargo, a lo que ocurre en el mar.

Lo maravilloso de este proyecto no es solo el resultado de la radiografía obtenida, sino el camino recorrido para conseguirla. Han sido los propios bañistas, con gafas de buceo, una cámara prestada para ocasión, traje de neopreno si era necesario e instrucciones por parte de un grupo de voluntarios, los encargados de capturar fotográficamente las especies. Las imágenes de acumulan en una suerte de Instagram subacuático conocido como MINKA (cualquiera puede darse de alta en él) y, además, periódicamente se organizan biomaratones en busca de nuevas especies. Justo ahora hay una en marcha, hasta el próximo 30 de septiembre.

Un grupo de niños participa en una de las jornadas de safari fotográfico submarino.

Un grupo de niños participa en una de las jornadas de safari fotográfico submarino. / ICM-CSIC

El método no es exactamente científico. Los peces cuyo hábitat son las aguas más profundas del litoral muy difícilmente son retratados. Con ellos, el censo tal vez se multiplicaría por dos. Las angulas, otro ejemplo, han sido vistas camino del Besòs, pero las anguilas, ejemplares ya maduros de aquel alevín, que inevitablemente tienen que pasar de nuevo por ahí en dirección contraria, camino del mar atlántico de los Sargazos, donde desovarán, no han sido aún divisadas. Pero lo visto y fotografiado, o sea, esas 103 especies, ya no tiene discusión. Son animales que habitan en aguas de Barcelona.

En el capítulo inicial de ’10 reglas para comprender el mundo’, el economista Tim Harford invita a no sacar conclusiones equivocadas de los números Lo hace con un estupendo divertimento, Responde a una pregunta muy sencilla. ¿Son las cigüeñas las que traen los bebés al mundo? Estadísticas en mano, los países con más población de cigüeñas resultan ser los que tienen unos índices de natalidad más altos. Esta referencia al provocador modo en que Harford, columnista habitual en el ‘Financial Times’ invita a recelar sobre todo tipo de estudios viene al caso por la honestidad con la que el propio Institut de Ciències del Mar ha presentado el atlas, con extrema cautela, sin alardes y sin adelantar conclusiones. Se han limitado de momento, dicen, a encender una luz que estaba apagada, porque, en su opinión, la sociedad barcelonesa es menos marinera de lo que a veces se supone. No está de más subrayar aquí que uno de los siete pilares de la gastronomía catalana vinculada al mar es el bacalao, un pez inexistente en el Mediterráneo, algo que tal vez no todo el mundo que lo cocina lo tiene claro.

Esa luz recién encendida invita, a partir de ahora, a encontrar explicaciones a lo extraño. Hay sonsos en Badalona y no los hay en Barcelona. ¿Por qué? A los torpedos, con sus característicos y llamativos cinco lunares azules del dorso, ¿por qué les parece Barcelona un lugar atractivo para visitar y, en cambio, se hacen tan caros de ver en aguas más cristalinas? A su manera, el atlas permitirá ahora ir formulando hipótesis. Los torpedos, conocidos también por su forma y sistemas de defensa como rayas torpedo y también como tembladeras, han habitado el Mediterráneo como mínimo desde tiempos de Roma, porque de aquella época se sabe que eran empleados para tratar el reuma a través de la punzante descarga eléctrica que es capaz de provocar cuando se siente acorralado, equivalente en potencia, según algunos estudios, a meter los dedos en un enchufe doméstico. Les gusta ocultarse en la arena del fondo marino y (esto es solo una suposición) la de Barcelona es agradecida por lo fina que es. No es natural. Es arena en muchos casos volcada desde tierra por orden de las autoridades municipales para reconstruir playas tras las tormentas de levante, pero por lo que parece es perfecta para que habite tan llamativo pez.

Un caballito de mar, en aguas de Barcelona.

ICM-CSIC

El atlas es un documento curiosiable, sobre todo por quienes han participado con entusiasmo en su elaboración, pero también es una herramienta que de cara al futuro puede condicionar decisiones políticas. Las dos especies de caballitos de mar avistadas (‘Hippocampus guttulatus’ y ‘Hippocampus hipocampus’) están seriamente amenazadas, así que cualquier nueva intervención humana podría, o debería, tener en cuenta ese factor. Otra utilidad del atlas es que ofrece una foto fija más o menos precisa de hoy en día, pero que con el calentamiento global puede evolucionar rápidamente a otro enfoque. Por el momento, han sido fotografiados ya en aguas de Barcelona una variedad de lenguado tropical, tan comestible y sabroso como el autóctono, como numerosos ejemplares de ‘Caranx crysos’, un pez conocido en estas aguas como ‘sorella del sud’, una especie invasora desde el punto de vista técnico, pero ese es un calificativo que tal vez le viene grande porque su impacto sobre la fauna local es prácticamente nulo. Es solo un ‘barcelonés’ más.

A su manera, el atlas submarino de Barcelona era un vacío que había que llenar con urgencia. Las señales de que hay un cambio en curso son cada vez más evidentes. Comienza ahora el mes de junio y desde hace un lustro las playas de la costa catalana se han convertido justo en este mes en una inesperada sala de partos de la tortuga boba, que antes de 2014 tenía por costumbre desovar en las arenas del norte de África, pero que víctima del aumento de la temperatura ha tenido que buscar playas ligeramente más frescas, las catalanas. A 29 grados, las madres ponedoras consiguen que la mitad de las crías sean machos y la otra mitad, hembras. Si desovaran en las cada vez más cálidas playas africanas, la presencia de hembras sería preocupantemente abrumadora.

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