Barcelonitis, esa patología

#ColauDimissió

A la alcaldesa y candidata a la reelección, como si fuera Italia, se la culpa incluso de la lluvia, pero a veces con expresiones muy sucias que definen, sobre todo, a quién las pronuncia

BARCELONA 19/06/2019 Barcelona. El artista urbano TvBoy ha pintado 'Madame Colau' una instalación en la que aparece Ada Colau representada como la Libertad en Francia. FOTO de RICARD CUGAT

BARCELONA 19/06/2019 Barcelona. El artista urbano TvBoy ha pintado 'Madame Colau' una instalación en la que aparece Ada Colau representada como la Libertad en Francia. FOTO de RICARD CUGAT / RICARD CUGAT

Carles Cols

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Que el título no lleve a engaños. Es solo un anzuelo. Había incluso una alternativa más punzante. Sería extraño que no la conocieran. #PutaColau. Una u otra opción, sobre todo la segunda, por inapropiada, merecen una aclaración. Son expresiones que no se sabe si nacieron en las redes sociales, esa ciénaga, o en la calle, esa selva. La segunda, la desagradablemente sexista, es la versión local y muy machirula de lo que los italiano dicen con más elegancia desde décadas, “piove, ¡porco Governo!, pero a diferencia de aquella fórmula transalpina, que es hasta graciosa, la adaptación insultante que aquí se ha llevado a cabo y que corre de ‘hastag’ en ‘hastag’ por Twitter define más al emisor del mensaje que al receptor. Un pasado día de lluvia (y esto es un caso real, hay testigos de ello) la puerta de un autobús H12 se quedó a medio abrir cuando una usuaria ya había cerrado el paraguas para montar en el vehículo. Se mojó. Y, sí, lo dijo, casi como una interjección normal en estos tiempos, sin reparar en lo absurdo de su queja y en lo denigrante de esa expresión.

La decisión de Ada Colau de repetir candidatura cuando su apellido se ha convertido en una exclamación merece algunas consideraciones. La primera vale para ella y, en realidad, para cualquiera de sus rivales en las urnas con capacidad de disputarle la alcaldía. En las últimas elecciones municipales, Barcelona en Comú y Esquerra empataron en concejales, pero el candidato independentista, Ernest Maragall, le sacó a Colau unos 4.000 votos de ventaja. Sumó un total de 160.990 papeletas a favor. Colau, 156.157. Esa es la primera cuestión. El alcalde de Barcelona (esa ciudad, como el Madrid de los 80, “insufrible pero insustituible”) cuenta con el apoyo expreso de solo un 10% de los 1,6 millones de residentes, una circunstancia que suele olvidarse cuando se desencadenan esos agrios debates de a favor y en contra, en los que cualquiera de las dos partes dice representar el sentir mayoritario de los barceloneses. El sentir mayoritario puede ser solo una décima parte del total. Qué cosas.

Segunda cuestión. Gobernar es, de un tiempo a esta parte, jugar al Tetris. Los mileniales dirán que ese es un juego de ‘boomers’.  Puede. Lo que interesa es la lección sociopolítica que proporciona. Cada vez que el jugador completa una línea, esta se borra de la pantalla. Los éxitos desaparecen. Solo perduran los errores. Eso es un Tetris en esencia. Perduran los errores hasta que su altura es suficiente como para que termine la partida.

El control de la bulimia hotelera que sufrió Barcelona durante los últimos gobiernos socialistas, y durante el primer y único paso de los convergentes por la alcaldía, también, es, desde la perspectiva del universo ‘comuns’, un Everest político con el que ningún otro partido se atrevió antes. También la caza y eficaz captura de los apartamentos turísticos ilegales es otro ochomil. De igual modo ocurre con la pacificación de más de 200 entornos escolares. Son, sin embargo, líneas de Tetris que ya no computan. Entre las piezas que actualmente bajan por la pantalla está toda esa batería de obras de pacificación de calles (Consell de Cent, Via Laietana, Pi i Margall…) que está previsto que finalicen a las puertas de las próximas elecciones municipales y que dan pie a una tercera cuestión.

Es esta. Recuerda Josep Bohigas en conversación telefónica aquellos años 80 en que, recién salido él de la adolescencia, acompañaba a su padre, Oriol Bohigas, a las inauguraciones de las controvertidas plazas duras. Allí se enfrentaban, a veces con gritos, quienes aplaudían que se ganara espacio público y quienes renegaban del diseño decido para ello. Una de las singularidades de esta ciudad, dice Josep, es la ‘barcelonitis’, palabra que por su terminación hay que leer en términos médicos. La ‘barcelonitis’ es una inflamación como lo es lo son una otitis, una colitis o una encefalitis, pero en este caso lo que alcanza dimensiones patológicas es la intensidad del debate, el amor o el odio, según el caso, por todo aquello que tienen que ver con la ciudad.

En resumen, que el cambio de paisaje, en el sentido más literal del término, que se anuncia para la primavera de 2023, con la calle de Consell de Cent, por ejemplo, convertido en una rambla verde, dará pie, casi seguro, a un nuevo brote de ‘barcelonitis’ y que invita a abordar, en un último punto, cuál es la mejor baza de Colau cara a las elecciones.

A Colau le recriminan los suyos una falta de valentía para llevar a cabo todo aquello que dijo sería capaz de acometer y, sus detractores (además de acusarla de que un día que llovía las puertas de un bus se atascaron) de ir demasiado deprisa y en dirección equivocada. Tal vez nada ilustre mejor este dilema que las políticas de movilidad, con el coche como motivo principal de disputa,  que enfrenta a partidarios de restringir su uso en la ciudad con quienes sostiene que son poco menos que la savia que hace crecer la economía de Barcelona. Es un debate encendido en el que al menos unas de las dos partes, la segunda, no tiene presente un dato fundamental. Los coches no votan. La máxima de la democracia, un coche, un voto, es falsa cuando solo un 10% de los barceloneses usan de forma cotidiana su vehículo de cuatro ruedas particular.

Está crónica ha sido escrita a 25 grados de temperatura y solo es mitad de mayo. Si no la leen hasta el domingo, tal vez el termómetro marque 29. Si es domingo, ya puestos, no se pierdan los resultados de la encuesta de valores sociales que ha elaborado el departamento municipal de estudios de opinión. Es un mar de información sobre qué piensan los barceloneses. Contiene grandes sorpresas. También destacan varias unanimidades, y una de ellas es la grave preocupación de los barceloneses por el cambio climático. La primera ocasión en que Ada Colau se presentó a las elecciones municipales, el mundo, al menos el político, parecía dividirse entre partidarios y detractores de la independencia de Catalunya. La bandera en 2023 será, eso parece, la climática. Las políticas que exige ese reto son de aquellas que encienden las discusiones, de aquellas por las que se reclaman día sí, día también, dimisiones, de aquellas por las que algunos pierden las formas y bajan al barro del insulto machista…  

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