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Antonio López, uno de los nuestros

Dos voces negras, Elvira Dyangani Ose y Tania Adam, cierran en una gran catarsis final los debates sobre la Barcelona incómoda, por colonial y esclavista a veces, protagonizados apabullantemente por voces blancas

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barcelona/IMG_8046.jpg / Carles Cols

Carles Cols

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(Solo una cosa antes de ir al verdadero principio de esta crónica. Miren la foto. Es el busto de un marqués que de reojo mira la Rambla de Barcelona a través del cristal. Fue una toda una sorpresa toparse con él pasado jueves, más que nada por lo acontecido la tarde anterior. De eso va la crónica). 

La jornada de clausura de los debates sobre la ‘Barcelona incómoda’, celebrada el pasado miércoles en la Modelo, fue tan sorpresiva como la revelación final de ‘El sexto sentido’, que ya es decir. Les cuento. Las cuatro jornadas previas de conferencias sobre qué hacer con esos monumentos de la ciudad que rinden homenaje a quien no se lo merece fueron muy ricas en puntos de vista. Descabalgado Antonio López de su pedestal en 2018, hasta se analizó, por ejemplo, si el pedestal, que ahí sigue, estos días como objeto de una ‘performance arquitectónica’, es también un símbolo tan ‘negrero’ como el personaje al que durante 126 sirvió de altar o si, ya puestos, sería ahora una feliz ocurrencia dejarlo vacío para la eternidad, lo que le daría un gracioso aspecto de homenaje a Claude Rains por su primera película, ‘El hombre invisible’. Es una idea. Pero entonces, lo dicho, llegó la clausura. ¡Patapum!

Después de que por la mesa de ponentes pasaran, entre otros, los historiadores Manel Risques, Dolors Marín Silvestre y Ricard Vinyes, el cronista barcelonés Lluis Permanyer, los arquitectos Juan José Lahuerta y Xavier Matilla y el artista visual Domènec, todos ellos caracterizados por el mínimo común denominador del color de su piel, la comisaria de las jornadas, Núria Ricart, quiso ceder la palabra final a Elvira Dyangani Ose, directora del Macba, y a la periodista especializada en cuestiones africanas, Tania Adam, ambas voces negras. Fueron educadamente inmisericordes con lo hasta la fecha escuchado entre esas cuatro paredes.

No cuestionaron la profundidad de los debates, pero, dicho sin algodones, subrayaron desde la negritud cómo los blancos hablan de los blancos. Adam parafraseó a la especialista en estudios poscoloniales Françoise Vergès para resumirlo. Leyó este párrafo: “Para los blancos, ya sea en Francia, en España o en Estados Unidos, aunque las estatuas representen a hombres que cometieron crímenes en la etapa de la esclavitud o durante la conquista colonial, para ellos no son solo estatuas, incluso para aquellos que las critican. Tienen una especie de vínculo con ellas, forman parte del paisaje, de su educación en la escuela, son miembros de la familia. Aunque sea un familiar malo, su tío malo, sigue siendo su tío. Así que hay un vínculo emocional del que no son conscientes, pero está ahí, están muy ligados a ellos emocionalmente. Son parte de lo que ellos llaman ‘nuestra historia’, buena y mala, como dicen. No quieren que nadie les diga nada, sobre todo si eres ‘black and brown’”.

‘Black and brown’, solo por aclarar, es cómo Vergès se refiere a todo ese espectro étnico que desde el punto de vista de los llamados blancos no forman parte de comunidad, un forma trasnochada de ver el mundo si se tiene en cuenta, como dijo Adam, que según datos de la ONU hay 200 millones de personas en el mundo que viven fuera de su lugar de origen. Si fueran un país, serían el quinto más poblado de la Tierra. Son aproximadamente un 3% de la población mundial, pero en Barcelona esa cifra salta por los aires, pues un 30% de los residentes ha nacido más allá de las fronteras de España. ¿No merecen ser tenidas en cuenta sus opiniones?

Esa idea de que Antonio López es la ropa que creemos que hay que lavar en casa  es, según se mire, una de las conclusiones, valga la redundancia, de la jornada de conclusiones. Tanto Adam como Dyangani Ose coincidieron en lamentar lo que en su opinión es la intrascendencia estética y discursiva de lo organizado durante la Semana de la Arquitectura en la antigua plaza de Antonio López, en la que, a través de una escalera, todo el mundo es invitado a subirse a la peana y ver la ciudad tal cuál la veía la efigie en piedra de aquel prohombre del XIX.

La peana que soportó a Antonio López, convertida en escenario para todos los públicos durante la Semana de la Arquitectura.

La peana que soportó a Antonio López, convertida en escenario para todos los públicos durante la Semana de la Arquitectura. / JOAN CORTADELLAS

Salieron a relucir también conocidas historias que, con la perspectiva del tiempo, sorprenden cada vez más, como el sinvivir que tuvo que soportar Alphonse Arcelín cuando en 1991, en vísperas olímpicas, reclamó que dejara de exhibirse en Banyoles un bosquimano disecado. Arcelín supo leer lo absurdo de aquella situación que pasaba inadvertida para el resto igual que años antes, en otro ejemplo, el escritor nigeriano Chinua Achebe releyó ‘El corazón de las tinieblas’, de Joseph Conrad, como nadie lo había hecho antes, es decir, como un relato que deshumaniza a los negros y convierte África en una tierra útil tan solo para examinar el alma de los blancos. Conrad pasó a engrosar así el infierno de los racistas.

Asistir a esas dos charlas, por momento entrelazadas, fue catártico, gracias, además, a la puesta en escena. Adam llegó provista de una batería de imágenes que se proyectaban en una gran pantalla, entre ellas la de esa pequeña escultura que se exhibe sobre una fuente de la confluencia de la Diagonal con Bruc, conocida como la Fuente de la Palangana, en la que una niña intenta limpiar con un trapo mojado la cara de un niño negro que ella cree sucia. Qué perturbador debe ser para un barcelonés con raíces africanas pasear junto a esa fuente.

La Fuente de la Palangana, en la confluencia de Bruc con la Diagonal, en la que una niña intenta destintar la piel negra de ni niño con un trapo.

La Fuente de la Palangana, en la confluencia de Bruc con la Diagonal, en la que una niña intenta destintar la piel negra de ni niño con un trapo. / JOAN CORTADELLAS

Con las notas aún en bruto de todo lo narrado el miércoles en la Modelo, el jueves por la mañana estaba convocado en el Palau Moja un almuerzo de trabajo para repasar el notable esfuerzo inversor que el departamento de Cultura de la Generalitat está llevando a cabo para poner al día la red de museo de Catalunya. La reunión era en un salón que en su día sirvió de alcoba para Alfonso XII y su esposa y prima, María de las Mercedes, lo cual ya tiene su qué, pero la sorpresa fue encontrarse en el salón principal de la primera planta al mismísimo Antonio López en versión de mármol, sobre una peana que le proporciona unas privilegiadas vistas sobre la Rambla.

Está ahí porque aquel palacete neoclásico es la residencia que el marqués de Comillas, vamos, López, compró en 1875 para subrayar a ojos de todo el mundo que era el hombre más rico de la ciudad. No lo era con el sudor de su frente, sino con el otros. Sudor, sangre y lágrimas. En las jornadas de la Modelo, por cierto, se sugirió que el Palau Moja sería un estupendo lugar para albergar un museo, o llámesele como se quiera, dedicado a la esclavitud y el colonialismo. El busto de López y la colección de cuadros que cuelgan de las paredes y que le retratan en varias etapas de su vida adquirirían entonces una misión distinta a la de enaltecer, como sucede ahora, a aquel personaje.

Por lo que parece, no hay debate sobre la inoportunidad de que aquel busto reciba a los visitantes del Palau Moja. No hay en Barcelona, o en el departamento de Cultura, un Arcelín o un Achebe a mano para subrayar esta incongruencia. Es aún el tío López, el familiar malo e incómodo, pero nuestro tío.