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La vida (en común) en La Borda: lavadoras compartidas en un Mies van der Rohe
Ni de compra ni de alquiler, 28 familias viven en régimen de cesión de uso en el edificio de madera más bonito de Barcelona, levantado en suelo municipal
La Borda, la finca soñada hace casi una década por el grupo de arquitectos Lacol en los terrenos de Can Batlló, acaba de ganar el prestigioso premio de arquitectura
Helena López
Redactora
El número de bicicletas de todos los tamaños aparcadas en el patio interior de la entrada es termómetro social y carta de presentación. También lo son los buzones, sobre los que descansan una decena de cascos de colores. Son buzones de madera (el material estrella en esta particular comunidad); y hechos por los vecinos, como tantas otras cosas aquí (prácticamente todo lo que es físicamente posible autoconstruir). Están abiertos, además. No solo son buzones sin llave, sino directamente sin puerta. “Es muy práctico cuando nos tenemos que dejar cosas”, bromea Carles Baiges, socio trabajador (y fundador) de Lacol, cooperativa de arquitectos que hace una década soñó con otra forma de vivir y convivir y cuya creación estrella, La Borda, este edificio, no es solo una realidad, sino una realidad que no para de cosechar premios.
El último, el prestigioso Mies van der Rohe 2022 en la categoría emergente, reconocimiento del que Baiges, también vecino, habla con naturalidad y modestia, de la misma forma que explica con paciencia -esta debe ser la visita un millón al edificio- cómo se organizan para poner las lavadoras.
La dignificación de los cuidados
Tienen cuatro -dos industriales y dos 'familiares'- en un espacio agradable y extremadamente luminoso, junto a la abierta sala polivalente, que, como casi todo, comparten entre todos.
Al lado de las lavadoras, una cocinita, cuentos y sillas de colores han convertido esta sala polivalente en una ludoteca. "Para nosotros era importante que las lavadoras estuvieran en un sitio agradable. Los espacios dedicados a los cuidados históricamente han sido sitios oscuros y escondidos, queríamos romper con eso, dignificar esos espacios. Aquí es agradable poner la lavadora mientras los niños juegan. Es un lugar amplio, luminoso, central", explica el arquitecto frente a las lavadoras girando.
La rebelión de los niños
“Hacemos autocrítica en que, cuando pensamos todo el proyecto, no incorporamos la mirada de los niños; han sido ellos los que se han hecho suyo el espacio”, apunta Baiges. Detrás de la sala polivalente, convertido a la práctica en sala de juegos, una escalerita lleva a dos estancias: las habitaciones de los invitados, también compartidas entre las 28 "unidades de convivencia" que forman La Borda. Igual que con las lavadoras, las reservan 'online' cuando las necesitan a través de un cuestionario. Como el resto de espacios, para asegurar el buen funcionamiento de la comunidad, hay un (consensuado) protocolo para sus uso: no pueden reservarlas más de dos semanas seguidas.
Durante el confinamiento, momento en el que no podían recibir visitas, estas habitaciones se convirtieron en espacios de coworking, y, en momentos puntuales, cuando han estado vacías, han acogido también a alguna familia del barrio desahuciada como refugio de emergencia durante unos días.
El reto de la 'democratización'
En el momento de su construcción, La Borda fue el edificio de madera más alto de Barcelona (y de España), aunque su principal singularidad nunca fue esa. El edificio, dentro de Can Batlló -en cuya recuperación Lacol tuvo también un papel importante-, está levantado en suelo municipal calificado de Viviendas de Protección Oficial (VPO), cedido a la cooperativa por 75 años en derecho de superficie.
Los criterios de acceso VPO hicieron que aspirantes a cooperativistas se quedaran fuera por encima -los menos- y, sobre todo, por debajo -los más-, algo a lo que le siguen dando vueltas, ya que no quieren que esta otra forma de vivir sea solo accesible a algunos. Una de las posibles vías de entrada es abrir a esas rentas más bajas los pisos que queden vacíos cuando algún socio (y vecino) actual decida marcharse.
Las viviendas -la gran mayoría de ellas orientadas al futuro gran parque de Can Batlló, estos días convertido en un campamento arqueológico- son pequeñas -hay tres medidas, los de 40, los de 55 y los de 70 metros, en función de los miembros de la unidad familiar-; pero los espacios comunes son enormes. Ese es el encanto de una construcción que ya recibió el premio Ciutat de Barcelona 2018 y el premio de Obra Construïda en Arquitectura del BBConstrumat 2019.
Los reyes del reciclaje
Además de las habitaciones de invitados, otra de las salas más exitosas del enclave es la cocina y el comedor comunitarios. Una preciosa cocina industrial en la que los vecinos cenan juntos una vez a la semana -cocinan por turnos- y que las familias pueden reservar para organizar sus encuentros familiares o con amigos. Este último espacio está aún en construcción. Las mesas -de madera, sobra decirlo- son nuevas. Las hicieron ellos mismos -casi una obviedad, aquí- para presentar el proyecto de La Borda en la Bienal de Venecia. Son mesas con un cristal encima, bajo el que mostraron los planos en el congreso.
También están pendientes de colgar unas cortinas para la sala polivalente que hicieron también para la Bienal. Aquí lo de reutilizar y reciclar no es solo un eslogan.
Las 28 viviendas del edificio, cuya cubierta verde con vistas al Tibidabo cuenta con 20 placas fotovoltaicas- son propiedad de la cooperativa —no individual— que hace una "cesión de uso" a los distintos socios, "lo que evita que los pisos se puedan revender a un precio más caro, o alquilarlos con ánimo de lucro: el precio de los pisos siempre es el mismo y lo decide la cooperativa colectivamente". Ni alquiler ni compra, de ahí que hablen de un "acceso a la vivienda no especulativo".
Rompehielos
Uno de los objetivos de Lacol cuando iniciaron el proyecto de La Borda era demostrar (a la ciudad) que era posible acceder a la vivienda con otras lógicas y lograr extender el modelo, algo que han cumplido con creces. Ellos fueron los primeros en firmar con el Ayuntamiento de Barcelona el contrato de derecho a superficie de una solar municipal para levantar una vivienda cooperativa en régimen de cesión de uso, pero hoy ya son 20 los proyectos similares en marcha en la capital catalana que han seguido su estela. La Balma, en la calle de Espronceda, en el Poblenou, es ya también referente, igual que La Xarxaire de la Barceloneta, en Joan de Borbó, cuyas obras están a punto de terminar.
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