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Cambó obtiene el indulto en Via Laietana

El historiador Borja de Riquer echa el freno en las jornadas de iconoclasia monumental y aboga por aceptar las excentricidades del nomenclátor como parte de la personalidad múltiple de Barcelona

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A1-147036708.jpg / JOAN CORTADELLAS

Carles Cols

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Francesc Cambó conservará su privilegiado mirador sobre la nueva Via Laietana o, por responder de forma directa a la pregunta planteada hace tres semanas en estas mismas páginas, la testa de su monumento no rodará calle abajo (figuradamente, por supuesto) víctima de los debates que bajo el título ‘La Barcelona incómoda’ ha celebrado la concejalía de Memoria Democrática en la antigua cárcel Modelo. Las conclusiones de esas jornadas de iconoclasia institucional aún no han sido formuladas, pero, en la sesión del pasado miércoles, el historiador Borja de Riquer, mayúsculo especialista en ese controvertido personaje, cerró prácticamente la puerta argumental a esa posibilidad, que el propio ayuntamiento había entreabierto al incluir su caso en el programa.

De Riquer, en absoluto un hagiógrafo de Cambó, todo lo contrario, un catedrático que se ha sumergido tanto en las aguas cristalinas como en las más turbias de la vida de aquel catalanista conservador que terminó por respaldar el golpe de Estado de Franco, convirtió su intervención en una suerte de alegato de defensa a la altura del de Henry Fonda en ‘Doce hombres sin piedad’. Fue toda una sorpresa. Estuvo brillante y, sin que tal vez fuera su propósito, de paso sentó cátedra (como toca en su caso) sobre cómo encarar la presencia de personajes incómodos en el nomenclátor de la ciudad y, sobre todo, en los pedestales monumentales.

La figura de Cambó, el 2 de mayo de 2017, blanco al parecer del malestar sindical expresado el Primero de Mayo de aquel año.

La figura de Cambó, el 2 de mayo de 2017, blanco al parecer del malestar sindical expresado el Primero de Mayo de aquel año. / DANNY CAMINAL

¿Qué dijo? Advirtió de entrada que orillaría el Cambó más facilonamente criticable, el que financió al gobierno golpista instalado en Burgos. Anunció, pues, que prefería repasar qué hizo por Barcelona a lo largo de su vida e incluso una vez terminada, en este último caso con la donación de su excepcional colección privada de arte renacentista. Fue en ese marco en el que repescó episodios ‘camboyanos’ (¿o habría que decir cambistas, mejor aún el doble juego de la expresión?) de cuando Cambó fue elegido, con solo 25 años de edad, concejal del Ayuntamiento de Barcelona. Es un periodo por el que se pasa a menudo sin prestarle una merecida atención.

Cambó, en primer lugar, salvó Montjuïc de las ansias inmobiliarias de los de siempre. Otro tanto hizo con la Diagonal más allá de Francesc Macià (la anchura de la avenida en ese tramo, un despilfarro desde el punto de vista de cualquier promotor inmobiliario, solo se comprende por su intervención). Y, en tercer lugar, en una mudanza que nunca deja de sorprender, obsequió a la ciudad con una finca de su propiedad, la casa Padellàs, situada entonces en el número 25 de la calle de Mercaders, para que en el marco de las obras de apertura de la Via Laietana fuera desmontada piedra a piedra y fuera trasladada a la plaza del Rei. Actualmente es la sede del Museu d’Història de Barcelona (Muhba).

No obstante, lo más llamativo, por contemporáneo, por decirlo suave, es el breve apunte que De Riquer ofreció sobre el entusiasmo con el que Cambó pretendió, en su etapa como concejal, combatir la corrupción política, esa telaraña de intereses por la que entonces las élites de la ciudad entendían que el ayuntamiento era un órgano a su servicio. Es un episodio muy curioso. Cambó fue denunciado ante el juez por una empresa de servicios gasistas sospechosa de malas artes en la obtención del contrato municipal y el juez, en una decisión no menos sospechosa, suspendió el acta de concejal de Cambó para que no pudiera participar en el pleno en el que pretendía defender su informe. El escándalo fue mayúsculo y el juez tuvo que desandar el sendero. Lo sorprendente del caso es (valga la redundancia) lo poco sorprendente que aquello parece pasados más de 100 años.

(Qué tiempos estos en que Foment ha sido capaz de llevar ante el Tribunal Superior de Justícia de Catalunya una reforma de la Via Laietana que no va mucho más allá de ampliar aceras y hacer más transitable el paso peatonal de un lado a otro de la calle, como si se tratara de una brutal operación de cirugía urbanística en una ciudad que ya se operó antes de estética con dos exposiciones internacionales, un congreso eucarístico, unos Juegos Olímpicos, un Fòrum y una refundación de medio Poblenou, por citar solo seis casos).

Hecho este inexcusable paréntesis, queda pendiente aclarar qué norma general propuso De Riquer el pasado miércoles para casos como el de Cambó u otros mucho peores.

Recordó que en el nomenclátor de la ciudad se rinden aún vergonzosos homenajes. No se mordió la lengua. Puso como primer ejemplo al cardenal Casañas, carlista de la rama más integrista, que ya es decir, pero eso sería quedarse corto a la hora de definirle. Además de oponerse fieramente a la apertura de la primera escuela mixta de la ciudad, fue la espoleta de una de las protestas más insólitas e inmerecidamente olvidadas ocurridas en esta ciudad. Fue a raíz de que, por su empeño personal, lograra incluir en la lista de libros prohibidos de la Iglesia el ‘Tratado elemental de zoología’ con el que el profesor Odón de Buen introdujo las teorías de Darwin en la ciencia catalana. Se retiraron los ejemplares de las librerías y se iniciaron los trámites para expulsar a De Buen de su cátedra, pero en un giro inesperado de guion se organizó por ello una bullanga única en su especie. Los alumnos de zoología (a lo mejor fue esa la primera y última vez que se lanzaron a la calle con palos y piedras) atacaron la sede episcopal y, no contentos, fueron después por el rector en su hogar.

El segundo ejemplo que De Riquer no se resistió a poner sobre la mesa fue el de Francisco Maestre Laborde-Boix, que tiene calle con el título nobiliario que obtuvo tras promover el pistolerismo empresarial en Barcelona durante su etapa como gobernador civil, conde de Salvatierra. Nadie repara a día de hoy en quiénes fueron ese conde y ese cardenal, pero, con todo, en su exposición, De Riquer no quiso ser tajante. ¿Deben correr idéntica surte que Antonio López (en su caso, descabalgado del nomenclátor y del pedestal por negrero) o es mejor convivir con su presencia, para recordar así que la historia de esta ciudad a lo largo de los siglos es un Ricardo III sin pausas apenas entre actos para respirar?

Es un punto de vista que, seguramente, será tenido en cuenta en las conclusiones finales de las jornadas dedicadas a ‘La Barcelona incómoda’. Como mínimo una de las placas de mármol de cada calle de la ciudad se referencia quién fue aquella persona a la que está dedicada. En ocasiones, a poco que se explora en su biografía, crece la estupefacción. Sant Antoni Maria Claret, por ejemplo. ¿Sería posible añadirle a la del cardenal Casañas, y a la de otros, un sello con el lema ‘sic gloria transit mundi’, para subrayar así que conservan la calle, pero no los honores?

La inauguración del monumento, en abril de 1997, una iniciativa personal de Pasqual Maragall y un acto en el que participaron Jordi Pujol, familiares de Cambó y representantes del empresariado catalán.

La inauguración del monumento, en abril de 1997, una iniciativa personal de Pasqual Maragall y un acto en el que participaron Jordi Pujol, familiares de Cambó y representantes del empresariado catalán. / ALVARO MONGE

Cualquier día de estos, a lo que íbamos, verán los barceloneses cómo Cambó es retirado de su actual pedestal. Será, eso avisan ya fuentes municipales antes de que se destape la tormenta en las redes sociales, una medida provisional. La placita en la que está instalada está en obras y no está claro el punto exacto en el que será recolocada. Es inviable, por razones técnicas, trasladarla al lugar en que sería más natural que residiera, en la avenida de Francesc Cambó, frente al mercado de Santa Caterina. Su peso, eso dicen, es incompatible con el aparcamiento subterráneo de aquella calle.

Las jornadas de ‘La Barcelona incómoda’, en resumen, invitaron en su primera jornada a sopesar un destino distinto para ese monumento que no fuera la calle, el almacén, por ejemplo, pero al final su lugar será el que decidió para él Pasqual Maragall. Fue una decisión tomada en 1997, hace solo 25 años, en su último año como alcalde de Barcelona. Fue una decisión solo parcialmente extraña. Las ‘maragalladas’ eran a menudo indescifrables. Un día reivindicaba la herencia de José María de Porcioles y otro encargaba un busto para Cambó. ‘Sic gloria transit mundi’.