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¿Apunta ya el dedo de Colón al almacén municipal?

'La Barcelona incómoda', debate con sello oficial, aborda en su tercera jornada de debates qué hace aún en lo alto de un pedestal el mal llamado descubridor de América

Carles Cols

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La tercera jornada ‘La Barcelona incómoda’ (o sea, cónclaves de debate y, llegado el caso, de propuestas sobre qué hacer con los monumentos más discutibles de la ciudad) fue, dicho en términos cinegéticos, toda una partida de caza mayor. Nada menos que la silueta del monumento a Colón se veía a través de la mirilla de la escopeta. La gracia es que estos debates, que se celebran en la antigua sala de espera de la cárcel Modelo, llevan el sello oficial del Ayuntamiento de Barcelona. No son vinculantes, por supuesto, pero tampoco lo es abrir un melón y, si sale bueno, lo único que queda de él es la piel. De esa tercera sesión se puede sugerir que el dedo de Colón señala, aunque no se sepa aún cuándo, en dirección al depósito municipal de arte urbano de la Zona Franca.

El de Colón es, como se sabe, un guadianesco debate, pero mucho más de lo que a pie de calle se suele suponer. El monumento al almirante fue inaugurado en 1888 y en 1889 ya hubo peticiones de que, terminada la Exposición Universal, aquel atípico monumento fuera retirado. Lo de atípico no es un decir por enredar. Lo común es que figuras esculpidas como esta se exhiban sobre un pedestal de talla estándar, no sobre una columna de más de 50 metros, una circunstancia que condiciona sobremanera esos momentos de iconoclasia a los que tan aficionada, aunque de forma algo errática, ha sido siempre Barcelona. Ejemplos, luego.

Colón, estatua inusual por su altura, tanta que quizá ha salvado al almirante de terminar en el suelo en alguna de las fiebres iconoclásticas de la ciudad.

Colón, estatua inusual por su altura, tanta que quizá ha salvado al almirante de terminar en el suelo en alguna de las fiebres iconoclásticas de la ciudad. / Ferran Nadeu

Lo dicho. El Guadiana. En 1898, con la pérdida de las últimas colonias, se retomó el debate. ¿Para qué rendir homenaje a lo que se ha perdido? ¿Señalaba el dedo entonces en dirección a una vergüenza colectiva? Sobrevivió Colón a aquella controversia. Aparcado ese dilema, sin embargo, lo cierto es que el monumento, poco a poco, pasó a ser una de las postales de la ciudad, casi un símbolo, y solo en épocas más recientes, en el marco de esa sepsis ideológica que ha comportado el siglo XXI, su presencia ha vuelto a ser cuestionada, pero esta vez porque se supone que es una pica que la españolidad más rancia clavó en el centro de la capital de Catalunya. Rotundamente falso. Sobre esa cuestión abrió un poderoso foco de luz el debate de ‘La Barcelona incómoda’.

Para la ocasión, el ponente invitado era el miércoles Juan José Lahuerta, arquitecto, historiador del arte y, como conferenciante, un eficaz despertador capaz de sacar del sueño de la desmemoria al más profundamente dormido. Recordó con gran profusión de detalles lo que tiende a olvidarse, que es más que discutible que Colón fuera catalán, pero que lo incuestionable es que su monumento de Barcelona es de una catalanidad fuera de toda duda, casi verdaguiana.

Colón, desde un inhabitual punto de vista, sobre un mar de frondosos plátanos de la Rambla.

Colón, desde un inhabitual punto de vista, sobre un mar de frondosos plátanos de la Rambla. / Ferran Nadeu

Esa historia Lahuerta la telegrafió más o menos así. La burguesía catalana del siglo XIX, eso no es ningún secreto, maldijo el Eixample de Cerdà, pero solo hasta que descubrió que era un extraordinario yacimiento de ganancias inmobiliarias (que, en cierto modo, hasta hoy perdura) pero para sus más destacados representantes, Joan Güell y Antonio López, por ejemplo, el alma de Barcelona seguía siendo la de siempre, la intramuros. Ambos eran indianos de gigantesca fortuna y con una imagen pública que blanquear. El monumento a Colón se erigió con la excusa de la expo de 1888, pero sobre todo en un contexto en el que Barcelona se había convertido en el principal bastión de quienes se oponían a la abolición de la esclavitud en las colonias. En 1872, más de 3.000 dignísimos representantes de la burguesía catalana asistieron en la Llotja a la fundación de la Liga Nacional, casi un partido político negrero.

Todo aquello ocurría a la par que la ciudad se refundaba urbanísticamente. Había que decidir cómo embaldosar las aceras, cómo tenían que ser las nuevas farolas, el diseño de los quioscos y, por supuesto, con qué monumentalidad se presentaba Barcelona al mundo. Para Lahuerta, lo crucial de aquel momento es cómo se decidió iconizar el perímetro exterior de la ciudad antigua.

En la esquina de la Rambla con la Gran Via se erigió 1888 un monumento a Joan Güell, patriarca de la saga de ese apellido. Su estatua fue derribada en 1936 y repuesta (algo más menuda y recolocada unos metros más allá, donde continúa en pie) en 1941.

En la esquina de acceso al parque de la Ciutadella se erigió en 1887 un homenaje ecuestre al general Prim, controvertida figura, bombardeador de la ciudad, aunque no el único. También se tiró al suelo aquella estatua en 1936 y se restituyó después, durante la dictadura.

Luego está, por supuesto, el homenaje a Antonio López. Su monumento se erigió en 1884 en el que más adelante sería el punto de partida de la Via Laietana. En 1936 corrió idéntica suerte que Güell y Prim. También se restituyó su figura tras la guerra civil, pero a día de hoy es el único de que ya no tiene monumento, en su caso por decisión municipal, no como consecuencia de una bullanga, sino de forma planificada, algo que en la misma jornada de ‘La Barcelona incómoda’ repasó con interesantísimos detalles el responsable de aquella operación de iconoclasia institucional, Ricard Vinyes. Antes de regresar a Colón, merece la pena dejar constancia de dos jugosas cuestiones que puso sobre la mesa.

Primera. Explicó que cuando recibió el encargo de revisar la monumentalidad de Barcelona y, en consecuencia, proponer altas y bajas, Antonio López no era el primero de la lista. La presencia del marqués de Comillas en lo alto de un pedestal no era un problema de acuciante resolución, pero si un dilema ético que había que resolver, dijo Vinyes, pero subrayó que, en su opinión, más grave aún es que Manuel de Amat i Junyent, virrey de Perú, tenga plaza y parada de metro, Virrei Amat, como si el hecho de que en su tiempo terminara convertido en un personaje del ‘Hola!’ ‘avant la lettre’ por su amoríos edulcorara su figura.

Detalla de la suerte de vitola que abraza la columna del monumento y subraya que este es un decidido homenaje de la ciudad al que considera su benefactor.

Detalla de la suerte de vitola que abraza la columna del monumento y subraya que este es un decidido homenaje de la ciudad al que considera su benefactor. / Ferran Nadeu

Segunda y mucho más jugosa. Hizo hincapié Vinyes que la retirada de la estatua de Antonio López no fue una acción punitiva, sino escrupulosa con el respeto al patrimonio histórico. Así es. La figura de aquel negrero reposa intacta en un el depósito de la Zona Franca. La cuestión es que Vinyes contrapuso esa forma de actuar con lo que sucedió en Barcelona cuando fue retirado de la avenida de Josep Tarradellas el monumento a José Antonio Primo de Rivera. Se hizo tarde, ¡en 2009!, y se ejecutó sin intención de guardarlo, como correspondería. La anécdota, impagable, es que a las operaciones de desmontaje acudió el autor de aquellos frisos filofalangistas, Jordi Puiggalí, que le pidió al alcalde Jordi Hereu que, ya que no los querían, se los regalaran, que quedarían muy bien en el chalet de su hijo.

Jordi Hereu, en la fila 0 del teatral desmontaje del monumento a José Antonio que hasta 2009 Barcelona padeció en la avenida de Josep Tarradellas.

Jordi Hereu, en la fila 0 del teatral desmontaje del monumento a José Antonio que hasta 2009 Barcelona padeció en la avenida de Josep Tarradellas. / DANNY CAMINAL

Hecho este paréntesis, la cuestión es que encaje tuvo en la década monumentalista de los años 80 del siglo XIX el homenaje a Colón. Pues central, dijo Lahuerta. “Honrando a Colón, Catalunya honra a sus hijos predilectos”. Ese era el lema con el que se promovió la recaudación de aportaciones para financiar las obras. A Colón se le agradecía la prosperidad de las clases dirigente de Catalunya. No se le abrazaba como a un catalán más, pero sí se destacaba que en sus expediciones transatlánticas hubo el respaldo crucial de la Corona de Aragón.

La figura del catalán Pere de Margarit, a los pies del monumento, cubierta por una lona que impide ver estos días cómo un indígena se arrodilla sumiso a sus pies.

La figura del catalán Pere de Margarit, a los pies del monumento, cubierta por una lona que impide ver estos días cómo un indígena se arrodilla sumiso a sus pies. / Ferran Nadeu

Eso es visible en el propio monumento porque en la base tienen su especial protagonismo dos catalanes, Perer de Margarit y Jaume Ferrer de Blanes, un valenciano, Luis de Santángel, y un aragonés, Bernat Boïl. Colón era, así, una suerte de Abraham fundacional de la riqueza decimonónica de los Güell y López, así que, en cierto modo, lo que quedó como posible idea en el aire en las jornadas de ‘La Barcelona incómoda’ es que Colón, algún día, si pierde su pedestal, no sea por navegar hacia poniente sino por el contexto éticamente reprobable en el que se decidió que merecía un homenaje, porque quienes lo promovieron eran los mismo que organizaban levas de soldados supuestamente voluntarios para luchar por los intereses de las élites barcelonesas en ultramar o en Marruecos, carnicerías que a menudo financiaba la Diputación Provincial, por lo que parece, abonada a la contratación de mercenarios.

Queda en el tintero, por supuesto, el quinto personaje de aquel ‘auca’ de la Barcelona de hace 135 años, Jacint Verdaguer, del que no hay que olvidar que su obra cumbre, ‘L’Atlàntida’, iba a titularse en una primera versión ‘Colón y, en un segundo intento también desechado, ‘La España naciente’. Es materia, tal vez, para una futura segunda temporada de ‘La Barcelona incómoda’. De momento, queda una última sesión de la primera, el próximo miércoles, también en la Modelo. Es muy prometedora. La pieza incómoda a debate será ese incomprensible Francesc Cambó que Pasqual Maragall colocó en la Via Laietana en 1997. Se debatirá sobre su futuro inmediato ahora que esa calle está en obras de reforma y se ahondará, tal vez, en algo que ha sobrevolado las anteriores jornadas, la desnortada política de memoria de Barcelona durante tres décadas de gobiernos socialistas.

La vergüenza de la esclavitud fue votada en el Congreso

Pasó inadvertido. El Congreso de los Diputados votó y aprobó el pasado 26 de abril una iniciativa en la que se invita a honrar a las víctimas del pasado esclavista de España. No fue menor el papel de este país en esta materia. No es, tampoco, una cuestión desconocida. En Catalunya, por ejemplo, son realmente muy brillantes las aproximaciones que a esta cuestión ha hecho desde la perspectiva académica el historiador Martín Rodrigo Alharilla, pero el problema es precisamente ese, que más allá del entorno universitario el debate apenas ha empapado a otras instituciones.

La iniciativa contó con el previsible voto en contra de Vox y la abstención de PP y Ciudadanos. En otros países de pasado esclavista eso sería inconcebible. Hace años ya que han comenzado a penar esa vergüenza. En 2008, por ejemplo, Jan Peter Balkenende, primer ministro de Holanda, un país con una pasado negrero también de aúpa, presidió un acto institucional de arrepentimiento. “Este es un vergonzoso episodio de nuestra historia”, dijo.

Desde entonces, gestos similares se han reproducido en otros países. No en España hasta el pasado 26 de abril. Que el reloj de la historia marca las horas con retraso en España es muy obvio para Rodrigo Alharilla, quien subraya qué ocurría por ejemplo en Harvard ese mismo día. La prestigiosa universidad estadounidense anunció en esa jornada que destinaría un fondo de 100 millones de dólares para financiar la investigación de la esclavitud.

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