Viajero famoso

La novela ‘El viatger’ recrea fielmente la Barcelona de 1708 a partir de la figura de Giovanni Gemelli

El historiador Albert Garcia Espuche utiliza la visita del famoso viajero para detallar cómo hablaban, cómo vestían, qué comían, qué creían y cómo se divertían los barceloneses en el siglo XVIII

El Born a principios del siglo XVIII, en un fragmento de una pintura anónima

El Born a principios del siglo XVIII, en un fragmento de una pintura anónima / MUHBA

Natàlia Farré

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Pequeña, comercial y portuaria, provinciana pero muy conectada con el mundo. Dinámica y para nada decadente. E imperial, no en vano el archiduque Carlos III se instaló con toda su corte. Así era Barcelona a principios del siglo XVIII, y así era concretamente en 1708, cuando Giovanni Gemelli (1651-1725) desembarcó en la ciudad para quedarse una buena temporada. Antes de continuar explicando por qué el famoso napolitano pasó más de un año por estos lares conviene explicar quién fue. Y fue, ni nada más ni nada menos, que el primer hombre en dar la vuelta al mundo sin usar medios propios. Tardó cinco años en hacerlo (1693-1698) y sus vivencias quedaron por escrito en los seis volúmenes de ‘Giro del Mondo’, un ‘best-seller’ de la época que fue traducido rápidamente al inglés y cuyas ediciones en italiano salían como rosquillas. La hazaña le hizo más que famoso, y el prestigio le duró tanto como para que Julio Verne se inspirara en sus viajes para escribir ‘La vuelta al mundo en 80 días’.

Pequeña, comercial y portuaria, provinciana pero muy conectada con el mundo. Dinámica y para nada decadente. E imperial. Así era Barcelona a principios del siglo XVIII

Así estaban las cosas cuando Gemelli llegó a Barcelona para ganarse los favores de Carlos III. Tardó un año en conseguir el cargo “digno” que tanto ansiaba; y cuatro meses más en volver a poner rumbo a Nápoles. Toda la estancia la pormenorizó en su dietario y luego la plasmó en ‘Aggiunta ai viaggi di Europa’, una descripción, sobre todo, de la corte de Carlos III y también de las costumbres populares de la ciudad a principios del XVIII, antes de la gran derrota de 1714. Pese a la importancia del personaje, el libro jamás se ha traducido al catalán y la ciudad solo guarda un ejemplar, en italiano en el Institut Botànic, el que formaba parte de la colección Salvador.  

Novela documentada

Poner en valor la figura de tan remarcable a la par que olvidada personalidad –“una lástima”- es una de las dos razones que han llevado al historiador Albert Garcia Espuche a escribir ‘El viatger’ (Símbol editors), la otra razón es transmitir sus vastos conocimientos sobre la sociedad barcelonesa de ese periodo –no hay detalle que se le escape- de una forma amena. De ahí que en lugar de publicar un ensayo, Garcia Espueche haya optado por una novela, pero sin traicionar sus principios de historiador: solo una ínfima parte de lo que narra son licencias literarias, el resto está reseñado en el montón de documentos estudiados por Garcia Espuche a lo largo de sus 40 años de carrera. A decir que a él le debemos el Born y que hay acta notarial que no guarde secretos para él. 

 Una mujer denunciada por adulterio tenía derecho a presentar testimonios que la excusaran y a que su marido le pagará la manutención mientras estaba encerrada

‘El viatge’ se desarrolla alrededor de la figura de Gemelli y de su paso por la ciudad, y de otros personajes verídicos como Pau Montagut y su mujer Àngela Pont, el primero un ‘tapiner’ que no solo prostituía a la segunda sino que, además, la denunció por adulterio. La esposa acabó encerrada en la Casa de les Egipcíaques, la prisión a la que iban a parar las féminas,  en espera de juicio. Tenía derecho, y lo ejerció, a presentar testigos que la excusaran y a que su marido le pagara la manutención mientras estuvo encerrada. Un caso tan cierto de la Barcelona del XVIII como el de Mateu Hereu –un “ejemplo”, según Garcia Espuche-, un barbero escogido ‘conseller’ por insaculación (elección por sorteo) que tuvo el valor de negarse a informar de las deliberaciones del Consell de Cent al virrey Francisco de Velasco y acabó desprovisto de libertad hasta la entrada de los austriacistas, hazaña en la que algo tuvo que ver la familia de Tomàs Peiró, que tocó a somatén y levantó a la ciudad. Todos, personajes de la novela. 

Productos exóticos

La presencia de Gemelli en la historia “sitúa Barcelona en el contexto mundial del momento”, apunta Garcia Espuche. Una ciudad “de segundo nivel que nada tenía que ver con las grandes metrópolis de entonces como Nápoles, París y Londres”. Pero ello no significa que no fuera importante: “Era una ciudad muy conectada con el mundo y muy dinámica, lo contrario de lo que se había dicho hasta hace unos años. La idea de la decadencia era absurda. No era decadente en absoluto”. El dinamismo lo apuntalan detalles como el de la Botiga del Lleó, donde producían el famoso tabaco Barcelona, conocido en Francia, Inglaterra e incluso en Boston. Y el hecho de que en la ciudad se realizaba vidrio veneciano y se vendía como tal, al igual que se manufacturaban cordobanes como en Córdoba, telas como en Segovia y libros como en Lyon también atestiguan el citado dinamismo; como tampoco es menor el número de productos que se podían adquirir en las droguerías, que eran miles y evocaban a todos los países exóticos del mundo. 

El dinamismo de la ciudad lo apuntalan detalles como el de la Botiga del Lleó, donde producían el famoso tabaco Barcelona, conocido en Francia, Inglaterra e incluso en Boston

“En ese periodo, Barcelona no solo vendía e importaba sino que también exportaba, uno de los ejemplos más claros son las cuerdas de instrumentos musicales, se exportaban por decenas de miles, especialmente a Inglaterra”. De hecho ahí las llamaban ‘catlines’, que no tiene nada que ver con los bigotes de los gatos sino que es una contracción de ‘catalan lines’. Otros ejemplos que alejan el calificativo decadente de la Barcelona de principios del XVIII son los 50 tipos diferentes de tulipas que se cultivaban o que los hombres llevaban relojes de sol de bolsillo. “Y la importancia tremenda que tenía la música, la danza, el teatro, el juego…”, añade Garcia Espuche, capaz de detallar cómo hablaban, cómo vestían, qué comían, qué creían y cómo se divertían los barceloneses de 1708.

Comedias y juego de la raqueta

En la Casa de les Comèdies, ubicada donde ahora se levanta el Teatre Principal, se hacían series de 40 obras diferentes: una distinta cada día durante 40 días. Y se llenaba. Y donde con los años se levantó el Frontón Colón, en el siglo XVIII se practicaba el juego de la raqueta o de la pelota, que no era otra cosa que el tenis que aquí llegó vía Francia. También se jugaba al ‘palamall’, al billar, a la ‘auca’, amén de a las cartas. “El juego servía para divertirse y para apostar. Era una locura. Se apostaba mucho, por todo y siempre”, asegura Garcia Espuche. Tampoco había el tan cacareado analfabetismo generalizado: “No podía ser, existía, por supuesto, pero no de una manera tan generalizada a la asegurada. Era difícil moverse en una ciudad con tanto comercio y tantas relaciones con la eficacia con la que se hacía siendo analfabeto”. Ahí están la cantidad de escuelas públicas y privadas que funcionaban en la época, la correspondencia en varios idiomas de los comerciantes, los detallados inventarios post mórtem y el poder traducir a hábilmente a otros códigos monetarios una moneda tan complicada como la vigente en estos lares: 1 ‘lliura’ equivalía a 20 ‘sous’ y cada uno de estos a 12 ‘diners’. 

Se cultivaban 50 tipos diferentes de tulipas y los hombres llevaban relojes de sol de bolsillo. La música, la danza, el teatro y el juego tenían una importancia tremenda

Por el libro circula todo esto y mucho más: como el Carnaval, el mejor de Europa sino del mundo; la calle de Argenteria como centro destacado de producción de joyas del periodo; los jardines de La Fusina con sus fuentes con muñecos precedentes de ‘l’ou com balla’; la torre de señales de Montjuïc con los gallardetes que avisaban a la población de lo que acontecía en el puerto; los esclavos, los molinos de viento, los buceadores y las campanas para bucear, las modas, la pasión (y necesidad) por el hielo. Todo. El cómo y el qué de la Barcelona de 1708 que visitó Gamelli está en ‘El viatger’.  

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