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Lo peor que le ha pasado a Copito...

Ha decaído con inesperados argumentos municipales la idea de dedicarle un robot al gorila albino en Barcelona, pero no ha sido eso lo más anómalo que le ha ocurrido 'post mortem' a aquel icono de la ciudad

Copito de nieve

Copito de nieve / ALEJANDRO YOFRE

Carles Cols

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Es la tormenta de vaso de agua de este mes. El Ayuntamiento de Barcelona ha rechazado una estrambótica propuesta que se había hecho llegar al Consejo de Arte Público, el jurado de expertos que analiza qué esculturas merecen exhibirse en las calles, plazas y parques de la ciudad. En este caso lo propuesto era un Copito de Nieve robótico de tres metros de altura. Hasta montaron un change.org para obtener respaldo. La tormenta no ha sido porque el coste de la erección fuera de 1,5 millones de euros que, según el promotor, debían ir a cargo de las arcas municipales, sino porque en su respuesta de rechazo el Consejo de Arte Público apostilló que, “a pesar de que la figura de Copito de Nieve pueda resultar amable y despertar simpatía, al final fue el resultado del colonialismo en Guinea Ecuatorial”, algo que no es incierto, pero hay que recordar que esta ciudad suele vivir a solo un grado de la ebullición política, osea que de antemano era intuible que habría lío. Pobre Copito, tratado como si fuera un Marqués de Comillas o un Leopoldo II de Bélgica, pero, he aquí lo singular, ni siquiera esto es lo peor que le ha pasado a aquel gorila icónico una vez muerto.

Antes de ir a lo más calamitoso que le sucedió a Copito una vez fallecido (algo incluso por encima de las vicisitudes que sufrió en vida, que no fueron pocas), conviene pasar primero el aspirador por la noticia de la semana. Sacar el polvo para ver qué queda. La propuesta ciertamente llegó al consejo de sabios en arte urbano y, leído el expediente, fue despachada en cinco minutos, primero por cara, después por inviable (requeriría vigilancia permanente) y en tercer lugar también por fea, pero esas no fueron las cuestiones que consumieron los cinco minutos de tiempo. Parece que hubo tertulia y fue allí donde salió a colación que a caballo de los años 50 y 60 Barcelona, más que España, tenía una colonia africana, la selva guineana, con una cara dulce y una amarga. La dulce es la de los barceloneses que invirtieron en plantaciones de cacao y a los que, en cierto modo, se les debe que Barcelona sea hoy una de las tazas fuertes del chocolate mundial. La amarga es que desde esta misma ciudad se pilotaba entonces una lucrativa cadena de captura y venta de animales salvajes de proporciones gigantes, algo así como la versión oscura de la comedia ‘Hatari!’.

DNI de Copito, aún con el nombre en lengua fang que le puso Jordi Sabater Pi.

DNI de Copito, aún con el nombre en lengua fang que le puso Jordi Sabater Pi. /

En un indiscutible error de cálculo, la esencia de esa tertulia se trasladó a la respuesta oficial. La tormenta, pues, estaba servida. Pero, lo dicho, la historia ‘post mortem’ de Copito ha tenido momentos más ingratos y que, aprovechando la oportunidad, merece la pena repescar.

Aquel gorila, que nunca había sido un ejemplar portentoso, inició en la recta final de su vida un rápido proceso de decrepitud. Pesaba 146 kilos en 2001 y en 2003 se había quedado en unos escuálidos 116 kilos. Mansamente se dejaba aplicar las curas de su cáncer de piel, pero llegó el día en que hubo que tomar la sabia decisión proceder a una indolora eutanasia, nada extraño en estos casos salvo que, ¡ay!, algún concejal del ayuntamiento haya puesto en marcha una campaña de despedida cercana al paroxismo. Casi 10.000 escolares pasaron por el zoo a decirle adiós a aquel animal al que parcialmente se le encomendó la tarea de convertir Barcelona en una ciudad turística de aúpa y que, como si supiera que la misión se había alcanzado, sabía que había llegado su hora y se preparaba para morir.

Se apagó su llama con una inyección letal. Fue con nocturnidad por estricta orden política. Se ordenó a los empleados del zoo que aquel día salieran por la puerta de servicio, para esquivar a la prensa, como si lo sucedido fuera vergonzante. Lo que realmente lo fue era que el concejal al cargo de aquel ‘circo’, Jordi Portabella, propuso enviar los restos mortales de Copito de regreso a Guinea y dispensarle allí un funeral adecuado, lo cual, ya que no ocurrió, da pie a elucubrar todo tipo de (perdón por el fácil juego de palabras) animaladas.

No se fletó ningún avión, de acuerdo, pero se desandó el camino del ridículo por otra senda no menos pantanosa. Se anunció que Copito sería incinerado y que sus cenizas serían el abono de la semilla de un árbol que crecería bien hermoso dentro del recinto del Zoo. ¿Dónde está ese árbol? Como preludio de la respuesta hay que tener en cuenta que esta, Barcelona, es una ciudad de una inconstancia preocupante. Quiso tener un paseo de la fama de deportistas en Montjuïc y abandonó el proyecto a las primeras de cambio. Comenzó a premiar con una placa en la acera a las tiendas centenarias, pero a la que comenzaron a cerrar y ser sustituidas por intrascendentes franquicias el proyecto también decayó silenciosamente. El árbol de Copito realmente germinó, pero cuando levantaba un palmo del suelo lo arrancó un jardinero porque lo confundió con una mala hierba.

Jordi Portabella preside la ceremonia en la que se plantó una semilla de árbol abonadas con las cenizas de Copito, en abril del 2004.

Jordi Portabella preside la ceremonia en la que se plantó una semilla de árbol abonadas con las cenizas de Copito, en abril del 2004. / GUILLERMO MOLINER

Ni árbol ni, de momento, escultura. Así están las cosas. El ayuntamiento asegura que algún día se saldará esa deuda, pero de momento el espíritu de aquel gorila albino comparte la misma pena que la de, por poner otro el ejemplo de otro ilustre barcelonés, Ildefons Cerdà, de quien se dijo que en la plaza que lleva su nombre habría una escultura que le hiciera justicia y de momento solo hay la ingratitud que supone cruzarla a pie.

Las tormentas de vaso de agua tienen la virtud de que son breves. No hay naufragios en ellas. Pero por si a algún lector le ha entrado sed de saber más, quedan aquí citados en próximas fechas, donde se revelarán hechos inéditos de la vida y muerte de aquel animal. Palabra de gran simio.

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