El arte de la tradición

El alquimista de los grandes de la fotografía

Jaume Figueras es de los pocos profesionales que sigue positivando la fotografía en blanco y negro de forma manual y analógica, y el único que hace copias de gran formato. Museos, instituciones y creadores recurren a él 

En su laboratorio ha tratado el trabajo de muchos de los grandes nombres de la fotografía: de Joan Colom a Francesc Català-Roca, pasando por Xavier Miserachs, Lepoldo Pomés, Joan Fontcuberta, Joana Biarnés, Colita y Chema Madoz, entre otros

Jaume Figueras, enfocando en la ampliadora antes de positivar 'Las señoritas de la Gran Vía', de Francesc Català-Roca.

Jaume Figueras, enfocando en la ampliadora antes de positivar 'Las señoritas de la Gran Vía', de Francesc Català-Roca. / Jordi Cotrina

Natàlia Farré

Natàlia Farré

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‘Las señoritas de la Gran Vía’ es una de las fotografías más icónicas de Francesc Català-Roca, un fotógrafo de calle, de ojo rápido y observador que retrató muchas de las escenas más conocidas y reconocidas de la cotidianidad de la España de los 50, 60 y 70. Lo hizo con maestría, consiguiendo capturar con gran belleza momentos aparentemente intrascendentes, como el que protagonizan los personajes de la citada imagen: seis chicas de camino al cine la tarde de un domingo cualquiera en 1952 (o 1953, la fecha no está clara) en la Gran Vía madrileña. Ejemplo claro del "instante decisivo" que teorizó Henri Cartier-Bresson. La imagen es icónica y cuelga en todas las exposiciones que se precian dedicadas al fotógrafo, como en la actual ‘Els català. Fotògrafs d’un segle’, en el Museu d’Història de Catalunya, y cuya copia, como las del resto de la muestra -incluida otra fotografía más icónica aún: 'Aixafem el feixisme', esta con firma de Pere Català Pic- han pasado por las manos de Jaume Figueras.  

La alpargata y la esvástica

Hay más: el positivado que luce en la exposición de la imagen que mejor resume la Guerra Civil, una alpargata pisando una esvástica, mide un metro y medio por un metro. Un gran formato que Figueras ha realizado a partir de un negativo que no era el original, perdido, sino el de una reproducción ejecutada a partir de uno de los muchos carteles de propaganda política que se hicieron con la instantánea. Y por si esto fuera poco, la copia se ha elaborado mediante el proceso tradicional, que es lo mismo que decir de forma analógica y manual. No es fácil. Requiere una pericia al alcance de pocos. De hecho, solo al alcance de Figueras, cuyo laboratorio es el único de Catalunya, y probablemente de España, en realizar copias analógicas en blanco y negro con medidas de aúpa. “El formato grande es más complicado porque no puedes dejar blancos, tiene que haber detalle en todos lados. Las imperfecciones del negativo, que pasan desapercibidas en una copia pequeña, en el gran formato se ven”.

Artesanal, lento y costoso

Aunque para ser exactos, el de Figueras, Rebel·lab Photo, es uno de los pocos laboratorios que aún positivan el blanco y negro a la vieja usanza. Con papel baritado, nada de papel plástico; con procesos químicos y sin tintas, con cuarto oscuro, cubetas y mucho lavado con agua para eliminar los restos y evitar la aparición de machas. “Aquí no hay Photoshop que valga”, asegura Figueras. Cierto, lo único que cuenta son su manos y su sapiencia de alquimista para conseguir lo mejor de cada negativo. Ello significa que puede añadir o sacar luz si la iluminación no ha sido perfecta, contrastar o suavizar la imagen y darle calidez o suavidad. Se trata de “sacar el máximo rendimiento del negativo que me trae el fotógrafo para que la fotografía sea lo mejor posible”, apunta. Un proceso mucho más artesanal, lento y costoso –“el material es caro y la mano de obra, también”- que las técnicas digitales han ido arrinconando pero que instituciones, museos y profesionales de la cámara, sus clientes, no abandonan.  

Jaume Figueras, uno de los últimos laboratoristas de fotografía en blanco y negro.

Ahora mismo hay dos exposiciones en Barcelona que las copias que no son de época han salido del laboratorio de Figueras, ‘Esteve Lucerón. La Perona. L'espai i la gent’, en el Arxiu Fotogràfic de Barcelona (hasta el 22 de mayo), y la citada ‘Els català. Fotògrafs d’un segle’, en el Museu d’Història de Catalunya’ (hasta el 25 de setiembre), dedicada a Pere Català Pic (1889-1971), y sus hijos Francesc (1922-1998) y Pere (1923-2009) Català-Roca. Y es que su lista de clientes abarca numerosas instituciones de aquí y de allende de los mares, de la catalana Photographic Social Vision a la brasileña Fundación Pierre Verger; y casi todos los nombres importantes de la fotografía actual y pasada. Pedirle nombres a Figueras es ponerle en un compromiso. Pero ahí están Joan Colom, Xavier Miserachs, Lepoldo Pomés, Oriol Maspons, Joan Fontcuberta, Joana Biarnés,Colita, Chema Madoz, Perejaume, Pilar Aymerich, Isabel Azcarate, Humberto Rivas, Eugeni Forcano… 

Con algunos trabaja codo a codo, como con Perejaume –“es un cliente de estos que cuando entra por la puerta te alegra el día. Te hace sentir que formas parte de la obra”- y con otros lo hizo en el pasado. De Humberto Rivas recuerda la perfección de sus negativos: “era tan exigente con las copias como lo era consigo mismo” y de Joan Colom “su humanidad”. Al autor de ‘Izas, rabizas y colipoterras’ lo conoció ya de muy mayor, un día que entró en el laboratorio para pedir unas copias. “Me emocioné”, recuerda. La colaboración siguió hasta la muerte de Colom en 2017. Tiene copias dedicadas suyas, como las tiene de Maspons, Pomés, Miserachs, Català-Roca y muchos otros. Aunque también hay una lista de autores con los que le gustaría haber trabajado pero que se le han resistido, como Ramon Masats, Alberto Schommer y Alberto García-Alix.  

Recuperar el pasado

Figueras es un genio en el laboratorio pero también se atreve con la cámara. De hecho, entró en el cuarto oscuro a consecuencia de su afición por tomar imágenes. Hizo un curso de revelado y encontró trabajo en la casa Sabaté, cuando esta hizo un cambio de orientación laboral y cerró el laboratorio analógico de blanco y negro, Figueras montó el suyo propio junto a con el que fue su socio y maestro, Jordi Laffite, hasta que se jubiló. “De él lo aprendí todo”. Por lo que parece no fue poco. Y amenaza con más: quiere estudiar para luego enseñar procesos antiguos como el colodión, la albúmina, la cianotipia y la goma bicromatada. Aspira dar continuidad a un trabajo que se ha ido arrinconando pero que poco a poco se va recuperando: “Las escuelas de fotografía se han dado cuenta que al fin y al cabo todo esto es la base de la fotografía”, concluye.   

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