Patrimonio

Hotel Peninsular, la irreductible aldea gala del Raval

El edificio, que fue convento agustino antes que hospedería de lujo para los visitantes de la exposición de 1888, no solo alberga uno de los patios más bonitos y singulares de Barcelona sino que, en manos familiares, desafía con éxito la pandemia y la devoradora especulación inmobiliaria de la ciudad 

Uno de los rincones del patio interior del Hotel Peninsular

Uno de los rincones del patio interior del Hotel Peninsular / Ferran Nadeu

Natàlia Farré

Natàlia Farré

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Fue convento de frailes agustinos a finales del siglo XVIII, restaurante con chef real y hotel. Abrió como establecimiento con posibles -“Situado al centro de la ciudad, construido expresamente para fonda, que reúne las mejores condiciones y comodidades, grandes departamentos para familias, servicio esmerado, cocina española y francesa”, rezaba una publicidad de 1889- y ahora goza de buena salud como hotel familiar, con una de las mejores notas concedidas por sus huéspedes en la relación calidad-precio. En sus anales figura otro hito, el de ser el espacio más fotografiado como encarnación del tiempo suspendido por el decreto de estado de alarma que siguió al inicio de la pandemia. No en vano fuen de los primeros, si no el primero, en tapiar con ladrillo puertas y ventanas. Si entonces fue símbolo de la angustia que suponía parar el mundo, es de justicia que ahora se materialice como la esperanza de la reactivación. El 10 de febrero, el Hotel Peninsular reabrió tras dos años de parón. Y lo hizo tal como cerró: sin ceder a muchos de los tanteos que ha vivido de fondos de inversión durante el viacrucis pandémico.  

Aires modernistas

Lo de emparedar el edificio tiene una explicación: pánico a la okupación en un barrio, el Raval, con querencia por lo ajeno, pues el Peninsular está el número 34 de la calle de Sant Pau, justo al lado del Liceu y nada lejos del Hotel España, que contó actuación de Lluís Domènech i Montaner, en 1902. El que nos ocupa también es modernista aunque sin autoría y sin protección. Una pena. Cuesta imaginar que nada impide la destrucción de su patio interior. Único, singular e increíblemente bonito. Con todas las habitaciones abalanzándose sobre él, con la luminosidad que da la inmensa claraboya que lo protege y el relajante murmullo de la fuente que lo preside.

No hay ley para este patrimonio, lo que da miedo en una ciudad en la que la piqueta lo mismo se lleva por delante la modernista Torre Paula que un mural de Josep Guinovart

No hay ley para tal patrimonio, lo que en una ciudad como Barcelona, en la que la piqueta lo mismo se lleva por delante la modernista Torre Paula (el pasado octubre) que un mural de Josep Guinovart (mayo de 2021), da miedo. Mejor, pánico. Pero ahí están Silvia Catalán y Àlex Herrero, propietarios del Peninsular, resistiendo cual aldea gala al invasor. Aunque que aquí el enemigo no son las legiones romanas, sino la especulación inmobiliaria y hotelera que devora la ciudad. “Siempre hemos dicho que no”. ¿Ni por una cifra pornográfica? “Casi que ni eso, no venderíamos”

El Hotel Peninsular reabre dos años después de cerrar por la pandemia

Ferran Nadeu

Público europeo

¡Olé! No es fácil resistirse a tal tentación, pero lo de Silvia y Àlex es un asunto de familia, ya que son la tercera generación al mando del Peninsular. Han resistido estos dos años porque no había ni hipoteca ni alquiler que pagar: “Sin ingresos hubiera sido imposible”. Sin dinero que entrara en caja pero sí con gastos: “Los servicios mínimos los hemos mantenido porque si no, reabrir hubiera sido mucho más costosos, aunque de mínimos no han tenido nada, las facturas estimadas siempre son al alza”. De las ayudas no quieren hablar, pero se intuyen pocas y tardías. Pero ahí siguen, atendiendo a los huéspedes -“sobre todo familias europeas que valoran estar en un edificio singular y buscan un hotel céntrico, acogedor, limpio y familiar”-, recorriendo suelos ajedrezados de mosaico hidráulico y subiendo y bajando la escalera de mármol que aún conserva los ganchos para sujetar las lámparas de gas. 

Construido sobre un antiguo cenobio, conserva un pasadizo subterráneo que conecta con la vecina iglesia de Sant Agustí, pero su acceso está tapiado

También hay un pasadizo subterráneo que conecta con la vecina iglesia de Sant Agustí. O había. Vamos, que el túnel sigue en su sitio pero el acceso está tapiado. Y es que el hotel tiene historia. La más antigua se remonta al siglo XVIII, cuando tras la caída de Barcelona en la guerra de sucesión, en 1714, la construcción de la Ciutadella mutiló el convento de Sant Agustí de la Ribera. La orden se trasladó al Raval y construyó un nuevo cenobio. Este resistió hasta la bullanga del día de San Jaime de 1835, cuando sucumbió pasto de las llamas. Tres décadas después se levantó el edificio que ahora acoge el Hotel Peninsular respetando la estructura originaria de un gran patio con los aposentos a su alrededor, y lo que habían sido celdas para frailes agustinos se convirtieron en habitaciones de huéspedes. La iglesia del convento aún sigue en pie y está pared con pared con el hotel. Subir al terrado es casi tocar con las manos las vidrieras del templo. También es ver un mar de campanarios: el Pi, la Mercè, la catedral…

El chef de Isabel II

Aunque el Peninsular antes de ser hotel fue restaurante, dirigido por Prudenci Bros, que en su haber contaba el cargo de cocinero de Isabel II. Como casa de huéspedes la reconvirtieron entre 1875 y 1877 un grupo de italianos trabajadores de la Fonda Oriente que decidieron establecerse por su cuenta. Entre ellos Francesco Totti, que la historia oficiosa asegura es antepasado directo del legendario jugador de la Roma con el mismo nombre. Triunfaron en la Exposición Universal de 1888, pero la sociedad se deshizo y el hotel pasó a manos de otros empresarios -Regàs, Badó y Maulini- en 1909. La familia de los actuales propietarios entraron en juego en la década de los 60, cuando compraron el edificio y el negocio, que iba de capa caída. 

Lo levantaron y en 1992 lo rehabilitaron por entero para volver a darle el lustre de antaño. Y ahí siguen Silvia y Àlex, llenando el hotel con huéspedes europeos que repiten. “Quedan cautivados por el edificio, es una pena, pero se valora más fuera que dentro”. Pues eso. 

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