Infraviviendas en BCN

Las chabolas vuelven al corazón de la plaza de les Glòries

Unos 10 hombres malviven entre las obras de la plaza de les Glòries de Barcelona aunque hace un mes que deberían haber abandonado el espacio

Barracas Glòries

Barracas Glòries / Manu Mitru

Elisenda Colell

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Ropa sucia, electrodomésticos rotos, plásticos sucios y todo tipo de residuos inundan el techo de el párking municipal de la plaza de Les Glòries. Es el lugar donde viven Hassan y una decena de compatriotas más. Cojeando, abre con temor el trozo de madera que hace de puerta de su precario habitáculo construido con muebles viejos. Es la enésima chabola que hay en Les Glòries. Del último desalojo tan solo hace nueve meses. El ayuntamiento les ha notificado que les expulsará de forma "inminente", pero allí siguen. Cuando les echen, poco o nada cambiará en realidad. Es lo que le ocurrió, por ejemplo, a una familia con siete menores que el miércoles fue expulsada de las antiguas oficinas de un banco que ocupaba en Sant Gervasi. Recogieron sus cosas y terminaron en otra sucursal idéntica. Precisamente la misma semana en que una pareja ha muerto calentándose con un brasero en las barracas de Montcada y Reixac, a orillas del río Besós.

Hassan abre la puerta de su barraca con un poco de miedo. "Yo soy el único que está por aquí durante el día. He tenido un cólico de riñón, me duele mucho y apenas me puedo mover". Así lo expone su certificado médico, atendido en la unidad de urgencias del Hospital de Mar. El resto de los habitantes, dice, están por la calle. "Con el carro, buscando chatarra", explica. Entre los papeles, también hay un documento acreditado por la Guardia Urbana que constata que el espacio donde vive es "extremadamente insalubre" y debe ser desalojado "de forma inminente". "Claro que así no se debe vivir, pero es que no tengo otra opción... ¿Dónde voy? ¡Es imposible tener un techo si no tienes trabajo!" lamenta el hombre, tremendamente resignado. Hace más de 20 años que salió del Rif (Marruecos) para ganarse la vida en España. Ha trabajado en la construcción y ha vivido en pisos de alquiler. Hasta que la pandemia del coronavirus lo hizo estallar todo por los aires. "No me gusta estar aquí, te sientes como si no fueras nadie. Pero ahora lo que me preocupa es cómo voy a sobrevivir sin poder ir a por la chatarra", asume.

El interior de una de las chabolas, donde los hombres se alumbran con velas.

El interior de una de las chabolas, donde los hombres se alumbran con velas. / Manu Mitru

Sabe perfectamente que hace unos días una pareja que vivía en una chabola como él, murió mientras intentaba calentarse. También se acuerda de los dos chicos que, hace exactamente un año, murieron de frío en la calle de Barcelona. "Yo tengo una vela para iluminarme, pero me da miedo que un día me pueda quemar... la enciendo poco. Prefiero las mantas", comenta. Pasadas las tres de la tarde llegan más habitantes del lugar. Hassan ha preparado una olla de té usando un poco de leña. Le aceptan el gesto y tienden sus cuerpos entre los muebles destartalados en el lugar: una silla de ruedas viejas, un balancín roto... Son Mehdi, Mustafa y Norden.

Nordi descansa en un mueble roto tras llegar a la barraca de la plaza de Les Glòries.

Norden descansa en un mueble roto tras llegar a la barraca de la plaza de Les Glòries. / Manu Mitru

El primero salió de Tánger en 2009 cuando tenía 17 años. Fue tutelado por la Generalitat pero al poco tiempo acabó en la calle. Desde entonces se dedica a la chatarra. Mustafa y Norden llegaron ya de adultos. Ahora tienen 25 y 28 años respectivamente. El primero era electricista en Marruecos y el segundo trabajaba en un taller de coches. "Nos fuimos porque allí trabajas y trabajas pero eres siempre pobre. Claro que no me imaginé esta vida, pensé que en España tendría un trabajo, una casa, un coche...", cuenta Mustafa. Tiene un quiste en la garganta que hace evidente que necesita ir de forma urgente al médico. "No nos gusta esta vida, pero preferimos esto antes que hacer mal a nadie o ponernos a robar. Aquí estamos tranquilos. Pero claro, se pasa frío. Mucho frío", agrega Mehdi. Ellos creen que aún no les han desalojado porque al ayuntamiento le importa más bien poco las condiciones insalubres en las que viven. "A mí ya me está bien. Pero si nos desalojan al menos que nos lleven a un sitio más digno, ¿no?", se pregunta.

De día con uniforme, de noche en la miseria

No parece que su caso acabe así. Justo el mismo día, en el barrio de Sant Gervasi, la familia Estefan, de 10 adultos y 7 menores, era expulsada de una oficina ocupada de un banco. Llevaban viviendo allí casi tres años y pagaron 2.000 euros para estar allí. Fueron los antidisturbios de los Mossos los que les acabaron expulsando a pesar de la resistencia de una decena de activistas que intentaron evitarlo. La familia esté atendida por los servicios especializados del ayuntamiento y los niños van a una escuela concertada de la zona alta.

La familia Estefan, aguarda esperando el desalojo de los Mossos d'Esquadra de un banco ocupado donde vivían.

La familia Estefan, aguarda esperando el desalojo de los Mossos d'Esquadra de un banco ocupado donde vivían. / Manu Mitru

Nicolai, de 10 años, y sus cuatro hermanas no pudieron ir a clase ese día, a pesar que el uniforme acreditaba de ello. "Sólo nos han ofrecido una pensión, pero ya sabemos lo que es, ya fuimos una vez. Estas tres, cuatro días allí y luego nos vuelven a echar. No entiendo que nos hagan esto teniendo hijos pequeños", cuenta Gabriela Estefan, la madre, justo a la salida. Como viven en un lugar inhabitable, no tienen derecho a una vivienda social, ni por motivos de emergencia extrema. Los hombres cargan una furgoneta con colchones, bombonas de butano, ropa y algún juguete. "¿Te lo puedes creer que nos hagan esto? Aquí al menos estábamos bien", se queja Daniela, una joven de 17 años que cría una niña de uno.

Nicolai, de diez años, abraza a su hermano después que los Mossos les expulsaran del banco abandonado donde vivían y mientras su padre y tíos cargan las furgonetas con todas sus pertinencias.

Nicolai, de diez años, abraza a su hermano después que los Mossos les expulsaran del banco abandonado donde vivían y mientras su padre y tíos cargan las furgonetas con todas sus pertinencias. / Manu Mitru

Al fin, los niños, los bebés, las madres y los padres acabaron de llenar la furgoneta. Se movieron un kilometro y acabaron en una oficina de la Seguridad Social abandonada. "Es peor aquí, claro que lo es. Aquí ya viven 10 personas, es más pequeño, no hay habitaciones, ni intimidad, ni luz, ni agua... no sé cómo nos lo haremos", explicaba otro familiar, Del Piero. Hace casi 10 años emigró desde Rumanía. Tiene permiso de trabajo temporal y carnet de conducir, pero admite que la cosa está imposible. "Pedí para trabajar en Burger King, en Deliveroo y nada. Me dijeron que no", explica desesperado. "Yo quiero salir de esto, yo quiero un trabajo, un piso para mi mujer, para mi hija que tiene un año y medio. No quiero que viva así", prosigue. Su mujer, Alexandra, ha terminado de estudiar un curso de formación profesional. "Esperemos que cuando la niña sea mayor pueda volver a trabajar y podamos salir de aquí", insiste también. "La gente se piensa que nos gusta esta vida: no es verdad. Simplemente es lo único que tenemos", añade ella. Ellos son algunos de los 209 niños y 656 adultos que malviven en lugares insalubres de Barcelona. Un dato que publicó el ayuntamiento tras la muerte de una familia que vivía en lo que había sido una entidad bancaria en la plaza Tetuán.