Sondeos en Barcelona

Historias del barómetro municipal (2): estas son las preocupaciones de los barceloneses de los últimos 30 años

La inseguridad siempre ha destacado, basculando entre las sensaciones y los delitos reales, mientras que la limpieza bate récords cuando la ciudad cambia de empresa de baldeo y el tráfico inquieta aunque mude de piel

ladrón ciutat vella

ladrón ciutat vella / Ferran Nadeu

Carlos Márquez Daniel

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Este diario les invitaba días atrás a viajar en el tiempo a bordo del barómetro municipal de Barcelona. De entrada no les parecerá una oferta demasiado suculenta, pero resulta que es una estupenda manera de conocer no solo la historia reciente de la ciudad sino también de repasar las filias y fobias de cada uno. La encuesta del ayuntamiento deja claro que Pasqual Maragall es imbatible en popularidad desde que en 1989 se empezó a sondear a la ciudadanía. Nos dice de igual manera que siempre hemos sido, o eso decimos, mucho más de izquierdas que de derechas. Y que acontecimientos como el Fòrum o la consulta de la Diagonal fueron bombas lapa en la popularidad del gobierno y ya nada fue igual a partir de entonces. Hoy aquí se repasará la evolución de las problemas más graves de la ciudad, de cómo asuntos como la inseguridad, la limpieza, el turismo o el tráfico han ido fluctuando con el paso de los años.

Se podría empezar por las cosas malas, pero también por las buenas. Como el hecho de que los problemas asociados a la inmigración estén ahora en las cotas más bajas desde que se empezó a preguntar por esta cuestión en 1994. Solo el 0,9% ven conflicto, un porcentaje que alcanzó el 20% en septiembre de 2001. La explicación es muy sencilla. En agosto de ese año, un centenar de subsaharianos fueron desalojados de la plaza de Catalunya, donde vivían desde hacía meses. Se instalaron en la plaza de André Malraux, al lado de la Ciutadella, y de nuevo, en una contundente operación policial, fueron expulsados días más tarde. Hubo 115 detenidos, entre ellos un turista negro que pasaba por allí. En solo medio año, el fenómeno migratorio se había colocado en segundo lugar de la lista de problemas ciudadanos, superando incluso a la entonces todopoderosa circulación.

Un grupo de subsaharianos, en agosto de 2004, en la conmemoración del tercer aniversario del desalojo de la plaza de André Malraux

Un grupo de subsaharianos, en agosto de 2004, en la conmemoración del tercer aniversario del desalojo de la plaza de André Malraux / Maite Cruz

A todo aquello no ayudó demasiado el debate en el Congreso de los Diputados sobre la nueva ley de extranjería, demasiado exigente para unos y un auténtico arco de triunfo para otros. Lo esperanzador de la cosa, por devolver el supuesto problema al ámbito local, es que la inmigración era un problema en 2001, cuando el 6,3% de los barceloneses habían nacido en el extranjero, y ya no lo es en absoluto a día de hoy, cuando el 29% del censo tiene pasaporte de otro país. Quizás el embolado no fuera tanto la situación de las personas que no disponían de papeles como la gestión política de la situación.

Por la puerta grande

Si un problema se ha mantenido firme durante estos más de 30 años ha sido sin duda la inseguridad. Debutó en el barómetro de octubre de 1991 y lo hizo con vigor, con un 17% de los ciudadanos colocándola en lo más alto, a escasos meses de los Juegos del 92, cuya trastienda, amén de lo mucho que prosperó Barcelona en muchos aspectos, incluyó una actuación contundente por parte de las autoridades para que la capital catalana fuera vista a ojos del planeta como un lugar sin riesgos. Al cabo de un año ya había bajado a menos de la mitad. Lo cierto es que no escaló hasta lugares de honor hasta la etapa de Joan Clos en la alcaldía, con un techo del 27,5% en marzo de 2003. El alcalde atribuía la delincuencia por aquellas fechas -un argumento que quizás les suene- a "unos 450 multirreincidentes".

Una patrulla de la Guardia Urbana vigila el ambiente de la plaza Reial, en febrero de 2008

Una patrulla de la Guardia Urbana vigila el ambiente de la plaza Reial, en febrero de 2008 / Ferran Nadeu

Ya es casualidad, de nuevo la inseguridad sacando la cabecita justo antes de un gran acontecimiento, en este caso, el Fòrum de les Cultures, que supondría por cierto, en posteriores barómetros, un batacazo de popularidad para los gobiernos socialistas, que comandaban la ciudad con apoyo de ICV y ERC. El ayuntamiento se puso las pilas, y para cuando empezó la gran feria, en mayo de 2004, el porcentaje ya estaba en el 14,3%. En la era de Jordi Hereu electo el techo se alcanzó en noviembre de 2009 con un 19,6%, justo cuando la crisis musculaba su brazo y latía con fuerza una cierta sensación de que los hurtos se estaban disparando.

La estadística mostraba un aumento, pero ni mucho menos se trataba de un repunte. La concejala de Seguridad era entonces Assumpta Escarp (hoy diputada en el Parlament), que promovió un plan local de seguridad ciudadana que ponía el acento en la protección de colectivos susceptibles de ser víctima, como las personas mayores o los turistas. La edila aseguró que las crisis siempre incrementan la sensación de inseguridad, pero negaba una relación directa.

Turismo y atentado

Durante la época de Xavier Trias, con Joaquim Forn a su derecha y ocupándose de estos menesteres, la preocupación sobre la inseguridad alcanzó los niveles más bajos de toda la serie histórica, con un 3,4% en el barómetro de 2015, justo cuando se produjo el traspaso de poder a Ada Colau. Con los 'comuns' la cosa empezó a ponerse fea a finales de 2017, año en el que, por cierto, el turismo también alcanzó su valor más alto de inquietud -cosas del debate público- con mucha diferencia (19%). Mucho tuvo que ver en la consideración de la inseguridad como problema de ciudad el atentado en la Rambla de agosto de ese año. El techo, y plusmarca de todos los barómetros, se alcanzó en noviembre de 2019, con un 29,1%. En esa misma encuesta, la alcaldesa suspendía por primera vez tras cuatro años y medio en el cargo. La eterna relación entre sentirse seguro y premiar al que manda. O viceversa.

Ofrendas en la Rambla de Barcelona, tras el atentado del 17-A.

Ofrendas en la Rambla de Barcelona, tras el atentado del 17-A / Joan Puig

Ese año había empezado con cifras inquietantes: semanas con cerca de 3.500 hurtos denunciados, a los que había entre 30 y 40 robos con violencia diarios. Y con la oposición haciendo malabares con los datos. La cosa, cuando se presentó el barómetro a finales de diciembre, había bajado notablemente gracias a la mayor colaboración entre las distintas policías. En la última encuesta, presentada hace unas semanas, la inseguridad estaba ya en el 20,8% tras dos caídas notables gracias a la pandemia.

Nuevos aires al baldeo

La limpieza de la ciudad, o la falta de ella, es otro de los clásicos del barómetro. En los últimos tiempos ha flotado mucho el 'karma' de que la ciudad está sucia, cosa que la encuesta municipal refleja con un 11,8% de ciudadanos que lo ven como el principal problema de la ciudad. El ocaso de la actual contrata de limpieza y la puesta en marcha, volantazos incluidos, de la recogida de residuos puerta a puerta, han ayudado mucho. El clímax de este asunto, sin embargo, se alcanzó en noviembre del año 2000, cuando, curiosamente, la ciudad también estaba en tránsito de una empresa de aseo a otra.

Atasco en la Gran Via de Barcelona.

Atasco en la Gran Via de Barcelona / Ricard Cugat

En aquel barómetro de finales del 2000 (y así fue durante años), la circulación ocupaba de largo la primera posición, con el 31,9% de los barceloneses colocando el tráfico y la congestión como principal reto de la ciudad. Lo curioso es que ni entonces ni las muchas veces que ocupaba el primer lugar, nada especial pasaba. Simplemente, que el coche era (y todavía es) el rey de la calle. El tope se alcanzó en junio de 1992, con un porcentaje del 36,6%. Desde noviembre de 2020, la categoría de 'circulación' ha sufrido una especie de 'efecto Dexter Morgan' y se ha despedazado en distintos ítems que, sumados, ascienden al 11,3%, la cifra más alta desde 2004. El barómetro, como la política, es historia. Pero también tiene su parte de magia.

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