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'Barcelona Freak Show', el alma pervertida de la ciudad

Tras 10 años de investigación, Enric H. March, cual rey Mitrídates, completa un perturbador retrato sobre todo aquello que Barcelona preferiría olvidar: zoos humanos, luchas entre fieras...

FREAK SHOW

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Carles Cols

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Diez años ha dedicado Enric H. March a documentar el alma 'voyeur' y propensa al morbo de Barcelona, ciudad de la que es uno de sus mejores cronistas, y lo ha hecho a través de una exhaustiva investigación sobre las barracas de feria y los espectáculos ambulantes que desde el siglo XVIII y hasta 1939 transitaron por esta suerte de Babilonia occidental a la que le gusta presumir, por ejemplo, de sus dos grandes exposiciones, la de 1888 y la de 1929, y pasa por alto que aquellas citas internacionales se celebraron a la par que se vendían entradas para visitar zoos humanos. El título del libro, de 615 vertiginosas páginas, nace inspirado por ‘Freaks’, mítica película rodada por Tod Browning en 1932 y que por su crudo contenido no fue estrenada en España hasta 1997. Aquella casi pornográfica mirada de la vida cotidiana de lo que entonces se consideraba una auténtica parada de monstruos se proyectó con 65 años de retraso, lo que parecerá mucho tiempo, pero más lo es aún el que ha tardado Barcelona en recapitular su querencia por lo escabroso. Ha sido cronológicamente casi hasta ahora, cuando March acaba de publicar ‘Barcelona Freak Show’. Pasen y vean.

Pasen y vean en el número 76 de la Rambla a la vaca con seis patas y poderes adivinatorios, en el teatro Moderno, unas pocas calles más abajo, a Radica y Doodica, las primeras siamesas de la escena barcelonesa, impresiónense con Jean Baptiste François Bidel, domador sin igual, que un día se paseó, también por la Rambla, con una leona, ¡sin correa ni bozal!, que se dice pronto, y déjense engañar por el fingido hermafroditismo de Josep Vallés, que hasta engatusó a Josep Maria de Sagarra, quien le dedicó unas ofendidas líneas en ‘Vida privada’, pero no enredó a los forenses del Hospital Clínic, que le retrataron para certificar que era una mujer.

Exhibición de sudaneses en 1898, en el Jardín Español del paseo de Gràcia.

Archivo Enric H. March

Qué decir de Teresa Montenegro, que allá por 1833 quedó acreditada en Barcelona como la primera tragasables de España, un número para el que no todos los faquires tienen suficientes tragaderas, aunque sí bemoles para otras insensateces, como las de Daja Tarto (que en realidad se llamaba Tortajada y era de Cuenca), capaz de comer cemento, aunque un día cometiese el error de zampárselo del rápido y perdió varios empastes cuando hubo que desincrustárselo de las muelas con cincel y martillo.

Es imposible aquí, incluso a costa de añadir párrafos con desmesura, sondar la profundidad casi enciclopédica de este último libro de March, un trabajo solo al alcance de un Hércules de las hemerotecas, pero sí que es factible, por el contrario, sacar algunas conclusiones. Veamos.

El faquir Sunahya llega a la estación de Francia, en 1929, empaquetado dentro de una caja de sombreros.

ANC / Gaspar, Sagarra i Torrents

Decía Jim Thompson, referente de la novela negra y, cabe suponer, a quien le habría encantado este infinito santoral de personajes secundarios que retrata March, que solo hay 32 maneras de escribir una historia y que trama solo hay una: “Las cosas no son como parecen”.

Jean Baptiste François Bidel, tal vez el único hombre que ha paseado una leona sin corre ni bozal por la Rambla de Barcelona, en 1877.

Jean Baptiste François Bidel, tal vez el único hombre que ha paseado una leona sin corre ni bozal por la Rambla de Barcelona, en 1877. /

Qué bien viene este aforismo para repescar, por ejemplo, lo dicho al principio, que en Barcelona es costumbre recordar cuánto se gustó a sí misma esta ciudad con motivo de las exposiciones de 1888 y 1929 y qué bien orilla lo que sucedía entre bambalinas entre uno y otro evento. En 1897, en el 35 de la ronda Universitat, se exhibían en pelotas varios asantes, con lo que esta etnia africana llegó a ser a lo largo del siglo XIX, que hasta cuatro veces le declaró la guerra al Imperio Británico. En 1898 le tocó idéntica suerte a un grupo de sudaneses, que se mostraron más o menos donde hoy sirve solos y cortados el Caffe di Francesco del paseo de Gràcia. En 1900 sufrió los calores de Barcelona una familia esquimal en la calle Diputació, esquina con Rambla de Catalunya, e idéntica suerte corrieron los himalayos que en 1915 se enseñaban en el Turó Park.

Una familia de la etnia africana asante, exhibida en 1897 en el número 35 de la ronda Universitat, actualmente una cafetería, entonces un solar redecorado como zoo humano.

Una familia de la etnia africana asante, exhibida en 1897 en el número 35 de la ronda Universitat, actualmente una cafetería, entonces un solar redecorado como zoo humano. / AFCEC / Frederic Bordas Altarriba

Más aún. La a menudo rememorada exposición de 1929, o sea, la de los zeppelines alemanes que sobrevolaban Barcelona, la del Pabellón Mies Van der Rohe, la del pinocho de la arquitectura, es decir, el Poble Espanyol, tuvo también un muy poco mencionado poblado oriental que, sin llegar a ser un zoo humano, rezumaba aún esa forma de entender el mundo. Aunque nada que ver, por supuesto, con el desfase que en esta materia mantuvo Bélgica, que el libro deja entrever con una pavorosa fotografía en el que un grupo de señoras observan detrás de una valla a una niña africana, en 1958.

Los zoos humanos, con todo, son solo una infinitesimal parte de todo lo hallado por March, cuyo primer interés fue abordar un pequeño libro sobre el uso de las venus anatómicas de la medicina como espectáculos de feria y, a la que comenzó a tirar del hilo de otros sucedáneos ‘freaks’, se encontró que tenía entre manos una obra de 900 páginas (ha tenido que podarla para que fuera publicada) y, más aún, se descubrió a sí mismo contemplando una ciudad que, muy thompsianamente, no es lo que parece.

Barcelona freak show

Hay que hacer un alto aquí, antes de proseguir, en la leyenda de Mitrídates el Grande, monarca de Pinto, un reino asiático hoy extinto. Preocupado por si alguien pretendía acabar con su vida con un bebedizo, cada día ingería un poco de veneno, muy poco, pero la constancia le inmunizó, tanto, sin embargo, que cuando Pompeyo le derrotó en el campo de batalla quiso suicidarse de un gran trago y no lo consiguió. En cierto modo, March, tras 10 años de investigación y, por lo tanto, expuesto a lo que fue en verdad Barcelona, es un vivo ejemplo de mitridatismo. Ha visto cara a cara durante una década la Barcelona más enfermiza, la que exhibía, previo pago de una entrada , deformidades en pisos particulares o en tiendas, la que se reía del diferente, la que convertía la enfermedad en espectáculo. Barcelona tuvo su propio John Merrick, el equivalente local del hombre elefante, ridiculizado en escena y ridiculizado aquí, como el General Mil Hombres. Su nombre real era Pedro Lerma, nació en 1831 y, simplemente, padecía el deformante síndrome de Proteus.

Nala Damajante, encantadora de serpientes, probablemente framcesa, aunque decía que procedía de Boneo.

BNE

Lo que no se le puede negar a Barcelona es su mayúscula capacidad de decir ayer digo y mañana Diego, de reescribir su presente a costa de olvidar su pasado. Sobre esta cuestión, ‘Barcelona Freak Show’ revela una historia muy poco recordada y, en este sentido, paradigmática. A raíz de que en 2004 y a través de un pleno municipal, Barcelona se declarara antitaurina, los aficionados a las corridas no han desaprovechado nunca la ocasión de recordar que no hubo ciudad con más afición que esta si la vara de medir era el número de plazas, ya que llegó a tener tres simultáneamente. Esa no es la revelación.

Lo sangrante y, a la par, olvidado es qué sucedió en la plaza de toros de la Barceloneta después de la bullanga que allí se desató en 1835 y que dio pie a una incendiaria furia anticlerical que tuvo su clímax cuando la turba lanzó desde un balcón al general Bassa, máxima autoridad de la ciudad, y arrastró su cadáver por las calles, efectivamente, como a un toro. Los historiadores han investigado y escrito largo y tendido sobre las consecuencias de la revuelta, pero nadie, salvo ahora March, se preocupó de qué sucedió a partir de entonces con aquella plaza de la Barceloneta, en la que, prudentemente, se prohibió el toreo.

La elefanta Pizarro pelea contra un toro bravo, según un grabado de Gustave Doré de 1865.

La elefanta Pizarro pelea contra un toro bravo, según un grabado de Gustave Doré de 1865. /

La cuestión es que aquel toril renació como circo romano. Se programaban luchas de animales, pero no minucias, no de gallos, que apenas levantan dos palmos del suelo, sino osos contra jaurías de perros y elefantes contra toros bravos. Dicen que fue Augusto quien en el año 10 encandiló al público del Coliseum con el primer tigre que veían los romanos, y algo de eso, a menudo cruel, había en esa Barcelona en las antípodas de su actual respeto por lo animales, que cuando no era una boa la que llegaba a puerto, era un tapir o un caimán.

Un Cabaret de la Muerte parisino, como los hubo en Barcelona, pero de los que no se conservan fotografías.

Un Cabaret de la Muerte parisino, como los hubo en Barcelona, pero de los que no se conservan fotografías. / Archivo Enric H. March

Mujeres barbudas, hombres salvajes, cabarets de la muerte y, cómo no, también Joseph Pujols, el celebérrimo y también imprudente Le Pétomane, que fue expulsado de España al pensar que no era ofensivo interpretar la marcha real con ventosidades… ¡Ay si hoy le pillara el juez Marchena! La lista de personajes que desfilan por la barraca de March es extraordinaria. Están incluso los que no lograron el permiso necesario para subirse al escenario, como Nicomedes Méndez, el verdugo que perfeccionó el garrote vil y que, al contrario que Pepe Isbert, llegada la jubilación no quiso traspasar su maletín de cepo y tornillos a su yerno, sino montar una feria para rememorar sus más conocidas ejecuciones.

Barcelona freak show

Aquel ‘show’ de Nicomedes no vio la luz. Sí, por el contrario, uno sin duda más original -debilidad de quien esto escribe entre todo cuanto en el libro se cuenta- que consistía en un maridaje perfecto entre dos espectáculos en principio inconexos. Era un número en el que se mostraba la eficacia de la guillotina como instrumento. Se empleaban para ello muñecos de tamaño natural, adecuadamente vestidos según los cánones de la Revolución Francesa. Pero era también un espectáculo de ventriloquía, y así las cabezas, ya separadas del cuerpo, podían decir todavía sus últimas palabras dirigidas al público.

‘Barcelona Freak Show’ ya está en las librerías. Pasen y vean.

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