Colectivos vulnerables

Una usuaria del refugio de mujeres: "Dormí siete noches en el aeropuerto"

Lesbia Sarmiento, venezolana de 54 años, es una de las 40 mujeres que vive en La Llavor, el primer centro residencial de inclusión exclusivo para mujeres en Barcelona que este octubre celebra su primer aniversario

El equipamiento abrió en plena pandemia para hacer frente a realidades hasta el momento invisibilizadas, como la de las trabajadoras internas, que de un plumazo perdieron el trabajo y el techo

Lesbia Sarmiento

Lesbia Sarmiento / FERRAN NADEU

Helena López

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Pasó siete noches en el aeropuerto de El Prat hasta que le dieron la tarjeta de solicitante de asilo, la famosa tarjeta roja, y los cuatro meses siguientes durmiendo en la calle, junto a su hijo. “En Barcelona, cerca del Aquarium”, recordaba este lunes lluvioso y triste. Allí se refugiaron desde diciembre de 2019, cuando aterrizaron en Europa, hasta el estallido de la pandemia, cuando lograron plaza primero en el albergue de la calle de Alí Bei y, después, aunque solo ella, hace justo un año, en el Centro Residencial de Inclusión La Llavor, el primero exclusivamente para mujeres abierto en la capital catalana, donde vive desde entonces esta mujer de 54 años, quien huyó de su Barcelona natal -la de Venezuela- a la Barcelona catalana con uno de sus hijos. "Fue él quien me insistió para que aceptara esta plaza, ya que las condiciones aquí son mejores, con habitaciones individuales, casi todas con baño, pero yo sigo soñando en poder volver a trabajar y vivir en un piso juntos", explica emocionándose al hablar de sus proyectos.

Cuando me denegaron el asilo me quedé de repente sin papeles y sin trabajo

— Lesbia Sarmiento

Sentada en el sofá de la Llar Núria Marcet, nombre que recibe el piso para siete mujeres dentro del centro, con capacidad para otras 33, explica que los seis meses de obtener el permiso provisional de residencia que le facilitaba la tarjeta roja, obtuvo el de trabajo y empezó a trabajar como conserje en una finca, “seis meses menos un día”.

Perdió el trabajo cuando le denegaron el asilo y todo pareció volver a hundirse. El 'no' a la condición de refugiada le robó de un plumazo los papeles y con ellos, la posibilidad de un contrato laboral. Hasta aquel fatídico día, combinada el trabajo de media jornada en la portería -y limpiando la finca- con el cuidado de dos personas mayores. 

Primer aniversario del Centro Residencial de Inclusión La Llavor

La venezolana Lesbia Sarmiento en su habitación del Centro Residencial de Inclusión La Llavor. / Ferran Nadeu

Lesbia Sarmiento lleva el pelo recién cortado. Se lo cortó una compañera que vive también aquí, en La Llavor que está estudiando peluquería y hace prácticas con ellas. Todas la mujeres que viven en el centro -titularidad de Sant Joan de Déu Serveis Socials en concierto con el Ayuntamiento de Barcelona y en colaboración con la Fundació Ared- han iniciado un proceso para mejorar su situación (objetivo final de un centro que tiene vocación de lugar de paso). Además de combinar dos trabajos hasta que los perdió por su situación administrativa sobrevenida, Lesbia, quien en Venezuela trabajaba de comercial, está estudiando un curso de auxiliar de cocina. "Lo que yo quiero es trabajar, trabajar y poder reunir de nuevo a mi familia, así que haré todo lo que esté en mi mano", concluye.  

Una vida de altos y bajos

Como Lesbia, Mireia Sobregués es una de las 40 mujeres que viven en La Llavor, aunque sus historias de vida son muy distintas. Ella es de la Barcelona catalana y lleva muchos años en situación de exclusión residencial, “con sus altos y con sus bajos”. "He tenido temporadas, a veces si he conseguido trabajo y me he podido pagar una habitación, bien; pero eso tampoco ha durado mucho. Otras veces he dormido con mi pareja en una tiendita de campaña y he estado trabajando, pero es una situación difícil", relata la mujer. "Es difícil para todo. Para descansar, para asearte... Yo entraba a trabajar a las siete y a esa hora las duchas no están abiertas, y tuve suerte de que en Arrels se portaron bien y me dejaban ducharme por la tarde", prosigue.

Mireia narra que pasó casi tres años en un pequeño campamento en los Jardines de Sant Pau del Camp, en el Raval, donde llegaron a ser 12 tiendas. "Allí, durante una temporada estuvimos bien, he estado en sitios peores", cuenta. "Cuando nos echaron fuimos a Montjuïc y aquello sí era horroroso. Pasé mucho miedo, había mucha violencia. Ahí llegó un momento en que me dije que tenía que ir a un albergue, y aunque era muy reticente por situaciones desagradables que había vivido, me fui a Alí Bei", sigue, generosa, la mujer, quien solo tiene buenas palabras para con el equipo de trabajadoras de La Llavor. “Aquí me cuidan mucho -repite-, algo a lo que, cuando estás en la calle, no estás acostumbrada”.

Mireia Sobregués

Mireia Sobregués fue una de las primeras mujeres que entró a vivir en La Llavor, ahora hace un año. / FERRAN NADEU

El día 7, este jueves, cumple 53 años -"soy del 68"- y el día 9, un año en La Llavor, centro que pudo abrir de forma increíblemente rápida (teniendo en cuenta los ritmos de la administración) dada la emergencia de la pandemia, que puso sobre la mesa realidades hasta el momento invisibles, como las mujeres que vivían internas en los hogares de las familias para las que de repente se quedaron sin trabajo y sin casa. O todas las mujeres que cuidaban de ancianos que murieron de covid y se quedaron también en la calle y sin ingresos.

Charo Sillero, responsable del centro, señala que este ha sido un año intenso, "de aprendizajes y de estar muy pendientes de las necesidades de las mujeres". El 60% de las atendidas en el centro ha sufrido violencia de género y el 45% tiene algún diagnóstico de salud mental. "Estas mujeres sufren una triple discriminación: por ser mujeres, por ser mujeres sin hogar y por ser mujeres sin hogar víctimas de violencia", concluye Sillero, quien apunta también que la edad media de las residentes son 42 años.

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