Barceloneando

Ruiz Zafón ya reposa en Montjuïc

Parte de las cenizas del escritor descansa desde junio en una tumba del cementerio barcelonés y el resto en la ciudad en la que vivía, Los Angeles

La sepultura del autor está en la Via Santa Eulàlia, conocida como el paseo de Gràcìa, por albergar sepulturas de prebostes que vivían en esa calle

Tumba de Carlos Ruiz Zafón

Tumba de Carlos Ruiz Zafón / Ricard Cugat

Toni Sust

Por qué confiar en El PeriódicoPor qué confiar en El Periódico Por qué confiar en El Periódico

La tumba lleva impresa la frase de uno de los personajes literarios de Carlos Ruiz Zafón, Julián Carax: “Existimos mientras alguien nos recuerda”.  Está escrita en la parte de arriba de la lápida  que cubre parte de las cenizas del escritor, trasladadas por su familia al Cementerio de Montjuïc. Otra parte permanece en la que fue su otra ciudad, en la que vivió desde 1993 y en la que falleció de cáncer, en 2020, a los 55 años, Los Angeles.

Debajo de la frase, en la lápida figura un dibujo de algo que le fascinaba: un dragón gaudiniano. Debajo del animal, las flores que alguien ha dejado. “Este será un lugar visitado”, vaticina Adrià Terol, historiador y gestor cultural en Cementiris de Barcelona. Terol sabe muchas cosas de los muertos, y se diría que trabajar junto a ellos le brinda serenidad, le transmite la tranquilidad de constatar lo obvio: que todos acabaremos en algún cementerio.

Panteón de la familia Amatller.

Panteón de la familia Amatller. / Ricard Cugat

Terol cuenta que las cenizas de Ruiz Zafón llegaron en junio. La frase que ilustra su tumba no puede ser más certera. Porque es de suponer que alguien ya olvidado descansaba antes en su sepultura, que quedó vacía por la vía habitual: una vez pasan 20 años sin que alguien pague la tasa correspondiente se inician los trámites de retrocesión de la tumba, y los restos de sus hasta entonces ocupantes son extraídos y colocados en alguno de los osarios del cementerio.

De Poblenou a Montjuïc

Ruiz Zafón será en adelante uno de los puntos que probablemente más interés suscite en la ruta histórica que Terol muestra a la gente en Montjuïc y en el cementerio de Poblenou: “Ambos son cementerios monumentales, por su valor histórico y patrimonial”. El de Poblenou se fundó en 1819. Hasta entonces solo había camposantos parroquiales: “Es el primer gran cementerio de España. Es un referente”.

Panteón de la familia de la Riva, en la que se instaló el segundo ascensor que hubo en una construcción en Barcelona.

Panteón de la familia de la Riva, en el que se instaló el segundo ascensor que hubo en una construcción en Barcelona. / Ricard Cugat

Una vez Barcelona derriba sus murallas y crece en su población viva, requiere más espacio para sus difuntos. “El de Poblenou se queda pequeño y en 1883 se hace el de Montjuïc”. En este último hay tres rutas: la histórica, la artística y la combinada. La primera incluye sepulturas de personajes conocidos; la segunda, las que pese a acoger a difuntos desconocidos atesoran valor artístico. La tercera, un poco de todo: caminando puede prolongarse hasta cuatro horas.

Varias familias potentadas trasladaron los restos de sus antepasados de Poblenou a Montjuïc. Por ejemplo, la familia Amatller. El panteón de la saga chocolatera ocupa tres parcelas y se diría la iglesia de un pueblo. Está en la parte superior de la Via Santa Eulàlia, a unas decenas de metros de la tumba de Ruiz Zafón. Pero ese es el final del camino.

Vecinos en la vida y en la muerte

Terol inicia el camino en la Via Sant Pere, junto a un panteón grande, el de la familia Goytisolo, que hizo dinero en América, como tantas en este cementerio. Allí está enterrado el escritor José Agustín Goytisolo, pero no su hermano Juan, que reposa en la ciudad marroquí de Larache. Al lado, tumbas y panteones de familias de nombre ilustre: Cottet, Torres, Arús.

Cruzando la calle se accede al inicio de la Via Santa Eulàlia. Cuenta Terol que se la conoce como el paseo de Gràcia, porque muchos de los que ahora están enterrados en tumbas y panteones de la Via Santa Eulàlia residían en vida en pisos y mansiones de la calle del Eixample. Y una de las primeras familias que uno encuentra allí es la de los Batlló: el panteón es más grande que muchas viviendas de la ciudad, y está en un estado impecable. No está muy lejos del de la familia Amatller, aunque no son colindantes, como sucede con los edificios del paseo de Gràcia que todavía llevan esos apellidos.

Panteón de la familia Valls i Vicens, con una obra de Domènech i Montaner.

Panteón de la familia Valls i Vicens, con lápida de Domènech i Montaner. / Ricard Cugat

Avanzando en dirección a la tumba de Ruiz Zafón, al principio de la calle, está la 'casa' mortuoria de la familia Valls i Vicens, de la que proviene el exprimer ministro francés y concejal barcelonés Manuel Valls. Luce una lápida que es la única obra funeraria del arquitecto Lluís Domènech Montaner en Barcelona. En la calle van apareciendo panteones de antiguos prebostes: Mariano Regordosa, Salvador Bonaplata, la familia Riviere. Un ángel, obra de Enric Clarasó, decora la tumba de la familia Rusiñol. Y aunque el autor era muy amigo de Santiago Rusiñol, este prefirió ser enterrado con su mujer en otro lugar y alejarse del resto de la familia.

El segundo ascensor de la ciudad

En el mismo ‘paseo de Gràcia’, destaca el panteón de la familia de la Riva, obra de Antoni Maria Gallissà. Fue, cuenta Terol, la segunda construcción de Barcelona en disponer de un ascensor, que servía para bajar a la cripta, y que con los años fue retirado. “La primera en disponer de uno fue la estatua de Colón, durante la Exposición internacional de 1888, para subir al mirador”.

También en la Via Santa Eulàlia reposa el industrial y político Nicolau Juncosa, que encargó en vida a Antoni Pujol una escultura en la que aparecía amablemente acompañado por la muerte en su tránsito final. Una frase inscrita antes de un interrogante sugiere que la defunción es el remedio a toda inquietud: 'La solució'. Pujol hizo la escultura años antes y a la muerte de Juncosa, gracias a una máscara mortuoria, la completó con su cabeza.

El industrial y político Nicolau Juncosa, amistosamente acariciado por la muerte. Antoni Pujol la preparó años antes. Cuando Juncosa murió, añadió la cabeza tras usar una máscara mortuoria. / Ricard Cugat

El historiador subraya que en la época en la que Montjuïc abrió sus puertas había en Barcelona una gran conflictividad social. Las clases populares no podía pagarse una sepultura y acababan en una fosa común: “Había hasta nueve fosas”. De esa conflictividad queda un pequeño testimonio en el panteón de la familia Olano Iriondo: la reproducción de una bomba orsini como la que el anarquista Santiago Salvador arrojó sobre la platea del Liceo en 1893: 20 muertos. En definitiva, si la vida existe después de la muerte, Ruiz Zafón tiene varios libros que escribir sobre sus nuevos vecinos.

Suscríbete para seguir leyendo