La arteria de la ciudad

La Rambla, menos de media entrada

El vacío que causaron las restricciones por la pandemia dio paso en junio a un retorno turístico fluido que ha perdido pulso en julio y agosto

Los comerciantes afirman que la actividad está entre el 25% y el 40% de la habitual antes del covid y que vienen turistas jóvenes, sin dinero

Toni Sust

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La Rambla ya no es un desierto, pero tampoco está llena como antes de la pandemia. Algunos ven la avenida medio llena y la mayoría, medio vacía. Y eso que en junio volvió lo que muchos dicen preferir: turismo familiar de determinados países, que gasta y no hace ruido. Pero en julio el asunto se complicó. Y la Rambla, este martes, presentaba una media entrada, algo corta, que, resumiendo, permite caminar por la calle pero no que el comercio recupere su pulso.

En su quiosco de la Rambla, Alberto atiende solo. Hace menos de un año, apenas tenía clientes y el debate se centraba en si debería cerrar o no. No es que ahora lo vea mucho mejor: “Si hay un 25% del turismo que había antes de la pandemia, yo tengo un 25% del negocio que tenía”. Porque el turismo lo es todo para un quiosco de la Rambla. “Yo esperaba estar ahora en un 60%”. Tiene a cuatro trabajadores en erte. Se lo levantó a uno, que tiene turno los fines de semana, pero se contagió de covid y tuvo que coger la baja.

“Yo esperaba estar ahora en un 60%”, afirma Alberto, quiosquero, que afirma que la actividad está en un 25% de lo habitual

El quiosquero alude a las noticias de las últimas semanas en Europa que han frenado visitantes de países como Alemania: “Noticias de la situación sanitaria no en España, en Catalunya”. Cree que la relajación de restricciones explica que la situación se haya complicado. Y señala: “Este matrimonio, sin mascarilla; esa familia, sin mascarilla; esa señora, sin mascarilla”. Esa última señora se acerca a Alberto para comprarle un abanico y un imán de nevera que aúna la Sagrada Família con otras obras de Gaudí en unos centímetros.

El tipo de turista

“Falta mucha familia”, lamenta Alberto. “A mí me gustan mucho los orientales, porque gastan. Los rusos, aunque son unos bordes, pero vienen con pasta. Los árabes vienen con pasta y no son bordes”. Los consultados coinciden: los turistas son ahora en la Rambla más jóvenes, más italianos y franceses y más pobres que hace dos veranos.

Varios de los comerciantes sostienen que el miedo a los contagios ha frenado el turismo familiar, que es el que les beneficia más

Raza regenta un comercio en la Rambla que vende productos para turistas. Y ahora no vende nada. “En la última media hora han venido dos personas”. Paquistaní, lleva 15 años en Catalunya. De 25% de la actividad previa nada de nada, afirma. “Aquí había mucha gente”. Entra un hombre y le compra una lata de cerveza y una botella de agua. En junio, rememora, había más bullicio. “Ahora solo vienen extranjeros como yo”, afirma con sorna. Quiere decir que no tienen dinero.

En la entrada de la Boqueria, Sergi Botella atiende desde hace más de 30 años la pequeña cafetería que es de su familia desde hace un siglo. En junio viajó unos días al extranjero y volvió después de Sant Joan: “De repente, había un 50% más de gente, muchos turistas. Desde que llegué hasta cinco días después, cuando empezaron a hablar de volver a imponer el toque de queda, de si Catalunya y España estaban en rojo (en el mapa de los contagios). Si machacas durante días que aquí no se puede estar, se empiezan a anular reservas en la Costa Brava, de turismo familiar. Creo que en realidad estamos igual que en otros sitios. Estuve 15 días en París y nadie llevaba mascarilla”.

Varios puestos de la Boqueria vuelven a estar llenos de zumos para turistas, la imagen que zanja el debate sobre si haríamos lo mismo que antes en cuanto remitiera la pandemia

Botella explica que más allá del covid existe en la Boqueria el problema de la naturaleza de mercado y del turista que se pretende: “Viene gente joven que igual está aquí como podría estar en Croacia. No tiene poder adquisitivo. Viene por la borrachera. Queremos familias, gente que venga con los abuelos, que se siente para comer”. Sergi tiene a dos empleados en erte, y se planteó que uno volviera a trabajar en junio, pero por ahora ha aplazado esa decisión.  

La victoria de los zumos

No han vuelto todos los turistas pero sí han regresado los zumos que les venden en la Boqueria. Es la imagen de una victoria. Aquellos debates sugerentes sobre cómo aprovechar el parón para replantear el turismo masivo han quedado enterrados bajo decenas y decenas de vasos de zumos, algunos de colores imposibles, que se amontonan para zanjar la discusión. En un puesto de zumos, una joven se resiste a opinar al respecto. Este diario tira al suelo sin querer un vaso lleno de trozos de mango. Dos euros que hay que abonar.

A unos metros, Mireia González se muestra optimista, y es una excepción. Ante el establecimiento de aceites y frutos secos en el que trabaja, en la calle central de la Boqueria, sostiene que este martes el mercado presenta un 40% del aforo prepandemia.

Somos payeses

Pere Miquel Ferré trabaja en el puesto de verduras de Cal Neguit. Es la quinta generación de 144 años de trayectoria. Ocho hectáreas de cultivo en Sant Boi de Llobregat: venden mucho a domicilio. ¿Por qué no ha puesto zumos? “Somos payeses. Es un oficio. Lo hacemos bien. No sé hacer zumos”, dice con orgullo y retranca. “Tenemos muchos clientes. De la restauración, pero también vecinos. Es un mito que no vengan vecinos”. El mercado, subraya, está orientado a lo turístico: “Es legítimo, pero que el ayuntamiento lo diga claramente”.

Frente a la Boqueria, en su parada de flores, Josep González es el más optimista de la Rambla. Cree que la normalidad está volviendo. Pasa una turista, acompañada por el roce de su maleta con la acera: “Cómo eché de menos este ruido”, proclama González.

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